miércoles, 27 de octubre de 2010

Límites y wikileaks.


Esta foto, tomada por Juanjo Molero en Fuerteventura (en uno de los miradores de Betancuria) da para mucho. Aquel día, un día de Agosto, sobre el medio día, el viento era impresionante. Como había mucha luz, se veía todo el paisaje diluyéndose poco a poco hasta el horizonte, así que nos acercamos al borde, y, limitados por los angulares, tratamos de buscar puntos de vista y composiciones mejores... Hay una cita de Robert Caputo en su libro sobre la fotografía, sin embargo, que está presente siempre en mi cabeza: "Pero sobre todo, no se arriesgue a conseguir una fotografía; ninguna imagen compensa una vida. Ponga siempre su seguridad por delante". En esta foto, en contra de lo que parece, seguimos esta máxima; aunque no se ve el pie derecho, está apoyado en un visor de esos que hay en todos los miradores, de esos azules con mirilla. El fotógrafo, habílisimo, lo ha escondido. La imagen se muestra entonces en todo su desequilibrio; muestra un riesgo, un arrojo, sin duda incierto. Lo cuál nos debe hacer reflexionar sobre la forma en la que las imágenes, los textos, las informaciones, nos llegan, pero también sobre los límites. En el mundo actual, el mundo de la información, el sesgo es la norma. Lo que se oculta es el visor azul que permite comprender la perspectiva global. Lo que llega es la maravilla, el arrojo, un equilibrio estupendo. Hace unos días se publicaron en wikileaks.org los papeles desclasificados de lo que el ejército aliado hizo en la guerra de Irak: más de 60.000 civiles muertos, un sinfín de disparos sinsentido, asesinatos, torturas... Ellos forman el visor de lo que allí pasó; el resto, aquellas absurdas conferencias de los comandantes y de los Rumsfeld y de los Bush. Cada día se nos esconden los visores, pero somos nosotros los que nos dejamos, abandonados a lo que nos parece ver. Pero hay más, en la reflexión sobre los límites de la fotografía se me aparecen "Las meninas". La representación. El que ve (Velázquez), el visto (el rey y la reina), y el que ve (el espectador) lo que el que ve muestra. En la representación de Velzáquez todo se confunde. No sabemos quién ve ni quién es visto. Es espectador es rey y el pintor es objeto. Pero es que Velázquez es también rey y el espectador se sitúa en el puesto de Velázquez. Si anteponemos la vida a la búsqueda de la representación, como en el libro de Caputo, ¿por qué no establecemos también los límites de todo el rpoceso de represantación; también de lo representado? Que nadie confunda esto con censura. ¿Hasta dónde llega el derecho a perturbar la intimidad, a hacer productividad del otro, del morbo ajeno, del dolor, de la tragedia ajena? ¿hasta dónde una muerte ajena importa más que la propia foto, que la propia información, que los objetivos económicos o políticos propios?
Y por qué, me pregunto, por qué hemos dejado ya de hacernos estas preguntas, como si ya se hubieran pasado de moda. ¿Por qué no nos subimos a la mesa del día y observamos con tranquilidad lo que vemos, y cómo lo vemos, antes de seguirle el pulso a la inercia?

lunes, 25 de octubre de 2010

Ruinas y wikileaks


En la manchega llanura, a la altura de Burujón, no lejos del Embalse de Castrejón, encontramos una ruina que ha sido poco a poco destruida por la vegetación... Impelidos por la curiosidad, entramos, y lo que encontramos no deja de maravillarnos: la vegetación ha roto el techo, para poder dejar pasar la luz. La vegetación ha ido dejando caer sus lianas, como pequeños adornos colgantes, para proponer el contrapunto al ruinoso desconchado. Pero sobre todas las cosas, ese rayo de luz lo inunda todo, lo traspasa, lo puebla, lo corta, lo embalsama, casi. ¿Qué es la luz?, me pregunto. Y me digo que según las diferentes culturas, la luz ha sido Dios y ha sido vida, ha sido claridad, clarividencia. Verdad, al fin. "Verdad", musito, como para mi, "verdad". Me lo digo en voz alta. "Verdad". Cuánta carencia de verdad, me repito. Cuánto nos mienten los números, los que gestionan los números, pero cuánto nos mienten al final nuestros propios sueños, cuánto nos mentimos a nosotros mismos, hasta qué punto dejamos entrar la mentira en la familia. Y pienso en lo que acaba de publicar wikileaks.org, pienso en todas la mentiras del ejército de los Estados Unidos de América, del gobierno de los Estados Unidos de América; el país de las libertades. Pienso en la gran mentira de la guerra y veo a wikileaks.org como portador (ahora) de la metáfora de la luz que atraviesa la ruina moral de un país desconchado, en el que por fortuna caen las lianas individuales como adornos bellos para una ruina ya insalvable. Y sonrío, veo los poderes de ese rayo que al final atraviesa, sintiendo a la vez la pena (esta vez) de la pronta llegada de la noche...

http://www.publico.es/343658/la-onu-exige-a-eeuu-que-investigue-los-documentos-de-wikileaks

Es esta sin duda una foto "robada"; una instantánea. Como en cada instantánea, cada personaje no tiene necesariamente que representar ese papel en la vida real, pero lo juega en mi foto, ejerce como tal, como actor, como portador de un discurso, de un mensaje abierto, pero en todo caso un mensaje. No es la primera vez que digo que la fotografía es, para mi, y por encima de todas las cosas, por el momento, una instantánea. En eso soy cartier-bressoniano hasta casi la médula (hasta la dura madre, digamos). La fotografía se debe al "instante decisivo", según el decir del francés. El contexto de esta foto es el siguiente: el lugar en el que sucede es un restaurante de un pueblo toledano; el restaurante Legazpi de la Puebla de Montalbán, en donde se tiene certeza de que nació Fernando de Rojas, el autor de la Celestina. Hay bullicio, es Domingo, el restaurante está lleno. Familias enteras, con niños pequeños o con adultos muy entrados en años. Es un ambiente rural. Los rostros son sorprendentes y en muchos casos buñuelescos. De repente la niña llora. Arrebatada, desconsolada, repetitiva. Con razón, seguro. O bien una razón convincente para nosotros o fruto de un capricho que lo es en realidad también para nosotros. La madre la abraza, la consuela, hastiada, cansada, casi incapaz de sí misma. Tras de nosotros, a nuestra espalda, está la tele. Parece que hay un programa-concurso o algo así, no consigo saber qué es, pero me basta volverme y una mirada para no seguir. Es algo vacío, sin duda. La niña sigue llorando. Veo entonces al padre, ausente, ajeno al llanto de la niña, ajeno al cansancio de la madre, absolutamente embebido en su mirada televisiva. Pero veo también que la niña, incapaz de detener su llanto, tampoco puede contener la mirada que la retiene a la tele. Ni el llanto puede con ellas. Las miradas se cruzan; el padre, ajeno a la niña, coincide con ella en un punto distante, en una televisión. La mirada de la madre se pierde, mirando a la cámara. Sólo sus brazos se mantienen con la niña. Y disparo la foto, consciente de cómo pasan los modelos familiares de padres a hijos, consciente del rol de cada uno y de un múltiple cansancio que no llega a concretarse, sino que queda como una intuición. Consciente del papel aglutinante y destructivo de la televisión. Todo, probablemente, más en la mirada que en la realidad, más en la foto que en el mundo. Lo digo con la boca chiquita, sin créerme del todo que está más en mi mirada que en el mundo. En todo caso, me gusta. Esta foto me gusta.

domingo, 24 de octubre de 2010

LAGARTO AMARILLO en la Galileo Galilei. 24 de Octubre a las 20:30.



Hoy (http://www.youtube.com/watch?v=q5l_uSJr10Y) fue una noche grande para “Lagarto amarillo”. Una cola infinita giraba por la calle Galileo, y doblaba esquina arriba por Cea Bermúdez. Y ya pasaban las ocho y media. Al final tuvimos que esperar hasta casi las nueve y media para que todo el mundo pudiera entrar. La sala estaba a reventar. El formato del grupo quedó reducido a Pablo, cantando y con la guitarra, Patricia, en los teclados, coros, la guitarrilla pequeña esa que nunca sé cómo se llama, y…¡¡el acordeón!!, además de sus gorros y sus vestidos, Pipo en la guitarra mágica y no sé el nombre del también gustoso percusionista. Un formato acústico que prefiero al de la banda grande. El concierto fue estupendo. Las letras se entendían mejor y podíamos recrearnos en los textos, Pablo estaba inspirado en el tempo, y sueltísimo en la improvisación, Patricia inmensa, como siempre… cuando, de repente, me llegó la pregunta: ¿qué es “Lagarto amarillo”? Y entonces, por primera vez, caí en la cuenta. Lagarto amarillo es una actitud, no una música. Si en las canciones se habla de amor, de soledad, de injusticia y de sueños, se hace desde un lugar muy particular: un “sobrao” en el que la melancolía no reduce sino permite, la soledad no nos aisla, sino nos da el espacio para “salir volando”, y el desamor no es sino una tabla para el nuevo amor. Todo es la fiesta de la vida, la fiesta de los sueños. El eclecticismo formal es parte de esa fiesta de la libertad, y la festividad que se ve en el escenario participa de esta. En cada uno de sus disfraces, la vida celebra a la vida. La música, el texto, el andar, el hablar, el reir, el soñar… Sí, creo que sí, creo que esa actitud “es” Lagarto amarillo. Y me permito pensar que no es poco, ni mucho menos.



miércoles, 20 de octubre de 2010

Raúl Zurita en Madrid.

En los ecos de la lectura de Zurita queda la maravillosa discusión que vino después. Coincido con él en varios puntos. En primer lugar, en el sentimiento de la desaparición de la figura de autor ("creo cada vez menos en una cosa llamada "autor""), que según dice, con el tiempo, para él, se va desvaneciendo, como si fuera el lenguaje el que hablara por uno, y no uno a través del lenguaje. ¿Qué sentido tiene, entonces, la idea de autor? ¿No será vana vanidad la propia idea de autor? ¿un bebedizo contra la inmortalidad? En segundo, su idea (o la idea de América) sobre la poesía española: "Allá tendemos a ver la poesía española como una poesía muy "bien educada"". Recuerdo que esa era la sensación que yo tenía en La Habana con respecto a la poesía nuestra, pero además recuerdo que era aquella la misma crítica que los cubanos le hacían. Casi, sin decirlo, "una falta de hálito". Desde mi ignorancia sobre las dos grandes poesías, me sonroja observar que mi sentimiento coincide con el pensamiento o el sentimiento de Zurita.
Hay otro tema que aborda sobre el proceso creativo. La dicotomía entre el dejar hacer, nacer, ajeno al control del propio lenguaje, de Gamoneda, y la posición de control, de plan. Dos formas, dos procesos, dos poesías. De todo eso deviene una idea que anota, lúcido. Ese lenguaje tiene una historia, tiene un pasado, y es ese pasado y esa historia la que le pertenece al lenguaje (un pasado y una historia religiosa, en su mayor parte), ante la cuál nosotros no somos sino leves vectores, incapaces de torcer su curso, su deseo. En eso está Borges, claro, el lenguaje como entidad con deseo propio, una voz que habla, como la Musa, esa voz con la que Foucault empieza su "orden del discurso"...
Pero por encima de todas las cosas, él, torturado por una dictadura, ajeno e inmerso a un país que era suyo y robado, subraya que
"entre nosotros y una pintura
entre nosotros y una música
entre nosotros y un poema
no hay más que una inmensa
e infinita
libertad"

Todo eso es

también

Zurita.

martes, 19 de octubre de 2010

Raúl Zurita en Madrid. Cuadernos de Guerra

Está ese aldabonazo que cae, que deshace haciendo.
Una campanada.

Así suena este poema de Zurita, leído por él mismo.
Así suena el espacio en el que nuestro silencio honra al poema.

www.youtube.com/watch?v=Q5XBLLbH1HQ

domingo, 10 de octubre de 2010

INCEPTION (ORIGEN). Christopher Nolan. 2010

Creo ver en "Origen" el inicio de una metáfora, el germen de esta. Sometida a los rigores comerciales de una película de acción, es del mismo corte de Mátrix, a la que debe mucho, y se somete en el mismo grado que aquella a los requerimientos de la cartelera. Como espectador navego en los márgenes de esta metáfora, sin acertar del todo a tocarla. Creo adivinar que intenta reflexionar sobre la realidad, sobre la percepción de la realidad. Oscila entre Calderón, los Berkeley, Locke y Hume, y un cierto Borges. ¿Pero es la realidad real o es sueño? No creo que la metáfora vaya por ahí, sino más bien hacia el camino de la voluntad. ¿Somos dueños de nuestras propias decisiones o es el decurso de lo inconsciente, del sueño, el germen de la voluntad? ¿somos razón o emoción?, o en todo caso, ¿no está la razón dictada por la emoción? Por esas preguntas divaga, flota, hundiéndose, para acercarse de algún modo a otra gran pregunta: ¿podrá la ciencia descubrir hasta tal punto el funcionamiento del cerebro humano como para ser capaz de controlarlo? La neuroplasticity que tanto nos fascina, y el desarrollo de la neurociencia anda detrás de este guión, de este texto cinematográfico, pero más allá queda, cómo no, el poder. El último gran eslabón, aquello que al final está detrás de todos los hombres. Foucault, al fin. ¿Hasta dónde podrá llegar el ser humano en su afán de controlar a los otros, de ejercer el poder sobre ellos? Los límites de la ficción no quedan claros, los de la realidad los superan. El cerebro tiene un funcionamiento anatómico, fisiológico. El pensamiento también. El terreno más propio es la emoción, es el sueño. Quizá este pueda también ser reducido al análisis. Y ese terreno, privado hasta ahora, puede ser controlado y robado por los ladrones de sueños. Así están o estarán las cosas. Qué los ingenuos sigan disfrutandolo, como si fuera ficción.

jueves, 7 de octubre de 2010

EL PACTO DE FICCIÓN

Uno de los hechos más admitidos de nuestro mundo es el pacto de ficción. Es casi como una segunda piel. Que lo que veo en el cine no es real, que tiene sus propias leyes, que forma otro mundo aunque participe de las leyes (o no) de este, forma parte de nuestra cotidianeidad irreflexiva. Pero hay un punto de corte, o dos, quizá, sobre los que merece la pena pensar. Recuerdo al primo Guillermo, en Cuba, cuando íbamos hacia Catalina desde el aeropuerto José Martí, en aquellos noventa. “¿A ti te gusta el cine?”, preguntó. “Sí, ¿cómo no?”, le contesté yo. “A mi eso no me cabe en la cabeza, yo me siento ahí, y ya sabiendo que todo es mentira, en diez minutos tengo que irme. Es una impostura”. Me quedé a cuadros. Pero no le faltaba razón. Mezclaba la honestidad con la imaginación, hasta el punto de exigirle a esta los principios de aquella. No le di más vueltas al asunto hasta que hace unas semanas escribí junto a mis sobrinas de ocho y seis años “nuestro” primer cuento. En él contábamos cómo habíamos sido nosotros los primeros en descubrir la tumba de Tuthankamón. No tuvieron problema en inventarse las escenas más inverosímiles, con cocodrilos, espadas invisibles, bactericidas mágicos… Pero estas criaturas, nacidas en el mundo de la comunicación global y educadas en el seno de una familia aún ajena a la postmodernidad ( es decir, que aún establece una jerarquía en los valores ) se enfrentaban a un problema de conciencia: estaban mintiendo, y su mentira era global, podía ser vista por todos. Porque la verdad es que ellas, nosotros, no habíamos sido los primeros en descubrir la tumba, ni siquiera lo habíamos hecho. En el filo del sueño, estos pensamientos las preocupaban. Pero aún más, les preocupaba la fama. No la deseaban. A los seis años, la pequeña Lucía sabe que la fama es un monstruo alado, y que su mentira global le puede conducir a ella. No le preocupa matar cocodrilos al vuelo; en el seno del relato las escenas son posibles. Pero las consecuencias de la ficción en la realidad, como si aquella no fuera ficción sino realidad, eso es otra cosa. Estaban sintiendo con almas infantiles las consecuencias de los libros sagrados en la realidad del mundo. Así que nos cambiamos los nombres y nos fuimos a dormir en paz.