viernes, 30 de julio de 2010

Adriana Lestido. Photoespaña 2010. Casa de las Américas



Paseo con gusto por las salas Diego Rivera y Frida Kahlo de la Casa. Me siento en casa, verdaderamente. Adriana Lestido hace el tipo de foto que concuerda con mi idea de la fotografía. Hay algo clásico, algo de la fotografía de los cuarenta, de los cincuenta, hay la textura del blanco y negro, y hay tragedia. Como Aristóteles, y con el mismo grado de poca razón que él, la percibo superior a la comedia. Y ahí está la Lestido, presente, mirando de cerca una realidad enormemente difícil e injusta. Mirando sin énfasis. Es en la mirada de donde surge la tragedia, no de la tragedia misma. En “madres adolescentes”, en “mujeres en prisión”, en “hospital infantil”, se dan la mano con el mismo grado la creación y la realidad, la empatía y el orden, el dolor y la maravilla. El trabajo, el reportaje, es realmente bueno. Doy por terminada la exposición con un regusto trágico. Sin embargo, decido volver, visualizar de nuevo las mejores (para mi) fotos. Decidir con cuál me quedo. Y al volver a pasar por la tragedia, me doy cuenta de que no, de que en la mirada de Adriana Lestido cabe el aire, y veo esa foto, que me engancha ya para siempre. Las madres adolescentes se amontonan junto a las cunas de sus bebés. En el frente, una de ellas juega con uno de los bebés. En aquel ambiente la frescura es total, la brisa, como una tira de color que pasa sobre el blanco y negro, me envuelve. Es en ese espacio en donde la fotografía alcanza su máximo, la maravilla en lo trágico, lo fantástico en lo cotidiano, el lugar en el que lo evidente no lo es tanto, el espacio para lo bello. El amor. El arte.

miércoles, 21 de julio de 2010

EL CONDENADO POR DESCONFIADO. Tirso de Molina. 20 de Julio, festival internacional de Almagro.

Leí esta obra hace ya más de diez años. Me ayudó mucho el profesor "de Miguel", que disfrutaba a Tirso como un niño. Pero veo ahora la obra más como una comedia forzada en la que lo moral juega al retruécano barroco, que como la obra maestra que pensé que era. Porque en las comedias de capa y espada, cuando algo parece otra cosa y al final deviene en una tercera, hay un verdadero juego de apariencias, que funcionan muy bien en el sentido visual. Sin embargo, que el tal Enrico, caricatura del criminal, se cuadre ante dios y se salve, y que Paulo, caricatura del eremita, santo absurdo, trasunto menor de un Job vilipendiado, tenga un enfado y se condene, por desconfiar en el oráculo divino, por buscar más de la cuenta, por interpretar a Enrico, no resulta tan teatral, ni tan logrado. No resulta ni tan cómico, ni tan trágico. En fin, no alcanza. Quizá nos dona la obra la pregunta sobre la confianza del mismo modo que nos advierte sobre el poder de las dudas en la creación del mundo. Eso, a la sumo. La intepretación, mediana. Y la acústica, incluso para los virtuosos en el arte de oír, también mediana, en este antiguo hospital que no emociona como el Corral de Comedias o como la antigua universidad renacentista. Nadie es perfecto.

martes, 20 de julio de 2010

TARTUFO. Almagro, 19 de Julio de 2010.

Me pregunto qué representa Tartufo, después de la representación de ayer, en la antigua Universidad renacentista de Almagro, en donde una compañía húngara bordó el texto de Molière. Estoy tentado a compararlo con los modelos dobles de Baudelaire (du ciel ou de l’énfer, qu’import) o con la “femme fatale” del cine negro; las Gildas. Sin embargo, en ellas, el doble está imbricado, es inseparable. En Tartufo, es el mal el que lo ocupa todo. La apariencia es creada, es una construcción en función de aquel, y no un envés. Lo que hace a la tragedia cómica es precisamente eso: que esa construcción es, para casi todos, evidente. ¿Cómo puede no ser visto por los demás, esa apariencia estúpida y santificada, que es más caricatura que otra cosa? Es difícil, desde el punto de vista del espectador, al que se le dan los secretos y dualidades ya resueltos, desenmascarados de entrada, entender la ceguera de Orgon. Desde esa perspectiva múltiple, Tartufo es un mal comediante, un absurdo. Pero para Orgon, Tartufo no es un impostor, Tartufo es un elegido, un ecce homo, un mesías. ¿Es Tartufo entonces un arquetipo, o representa simplemente la imitación de una imagen que está en Orgon, y que él simplemente llena, ocupa? La tragedia a la que lleva esa imagen, que es capaz de movilizar todas las virtudes y defectos de Orgon, es más una derrota propia que una victoria ajena, y nos muestra nuestra forma de percepción. Tendemos a rellenar las imágenes que buscamos, más que observar las que verdaderamente suceden. ¿Adónde nos llevan los ideales? ¿Cuál es la diferencia entre las realidad y la apariencia? ¿Hasta donde llega la fuerza de una creencia, para ser capaz de negar lo evidente, y no sólo lo evidente, sino la visión de los otros? Orgon es, en potencia, un dictador moderno, un iluminado, alguien capaz de arrastrar a los hombres a la muerte. Los demás son sólo contrapunto. Su hija, el contrapunto del amor, su hijo de la virtud. Su madre sufre de sus misma ceguera, canalizada a través de su amor filial. Tartufo es, sin embargo, un buscavidas. Aunque venza, se mueve siempre por un hilo más cercano a la derrota. Es en Tartufo donde hay más fé, en todo caso. Cree en su victoria final. Y acierta. Orgon acaba viéndolo, descubriéndolo. Pero necesita para ello los ojos, no el alma. La escena final, la trampa que la mujer de Orgon crea para que este vea, al fin, y en la que Tartufo penetra a la mujer de Orgon, es en toda su extensión la expresión del enfásis. Es, de nuevo, caricatura. Algo por lo que tienen que pasar todos, para ser, por fin, idiotas como humanos. Libres.

lunes, 5 de julio de 2010

PAUL LEENHOUTS Y ARGOS

Sé que debería decir que ganó España, que estará en las semifinales del mundial, y que Nadal volvió a ganr Wimblendon, pero es que Paul Leenhout vino a tocar (quizá por última vez) a Madrid, y los pavos reales ya se pavonean por los jardines de Cecilio Rodriguez. Este Paul Leenhout se acaba de ganar la plaza de Head of Early Music Department en la University of Denton, así que se va a Texas. No vendrá con frecuencia a Madrid como hizo durante los últimos diez años. El concierto de ayer fue una pocholada. Tres estudiantes jóvenes tocaron con un carácter que nosotros, creo, no teníamos a su edad. Luego salió Paul y con una flauta bajo, hizo una obrita del XVI que nos apaciguó el alma: “D’amours me plains”. Me parecieron “Die Träenen des Herzes” en todo su esplendor; una melodía simple dicha hasta el límite de una sencillez no enfática. Como el que hace un hattrick, me llevé la partitura, escrita por un tal Valentin Bakfark, muerto en 1576. Después, el quinteto Seldom Sene hizo tres piececitas del XVI en el que el remarcable papel de cada uno no era individual, sino que la suma de las partes daba mucho más de cinco. Tocar la flauta propia como si tocara las cinco flautas. Un todo en el que la polifonía nunca se desligaba del movimiento conjunto; un gran armanzón polifónico armónico llevado como el carrito de un niño. Y después volvieron Paul y Fernando Paz, con Alberto Martínez, a hacer un Purcell en el que el “dos en uno” del título se reflejaba en la forma de las líneas. Después, con la diversión de Turini, nos fuimos a casa mucho más contentos de lo que habíamos venido. Muy de mañana, aún con los ecos del sereno apaciguamiento, me senté junto a uno de los pavos de los jardines. No eran aún las nueve de la mañana. Saltó dos metros por delante y me mostró su Argos, pavoneándose ante mi. Cuando me fui, chilló tres veces, quizá por celos. Es cierto que ninguno de los dos (ni Paul ni el pavo) chillan tanto como los campos de fútbol, pero las almas que vagan entre el verano tienen grandes oídos para tan bellos ojos.

jueves, 1 de julio de 2010

Glühwürmchen


Lampyris noctiluca. Así se llaman.
Anochecía en el jardín inglés de München. Un inmenso paraíso. Después de cenar so ungesund wie möglich, volvíamos hacía Ludwig Allée, oliendo a noche y hablando de unas flores indias del Sureste, que durante un mes, sólo durante un mes, se apostaban en la puerta del jardín, para, cerradas durante el día, abrirse durante la noche. El olor era tal que Haiko se mareaba al olerlas. Eran como morfina olfatoria, como el canto de las sirenas que tentaron a Ulises. Pero luego desaparecían. Dejando una pampa, un desierto, una noche, dejando sólo la tremenda nostalgia que se aloja en la memoria. Hablábamos de esto cuando vi un Blühwürmchen caer, oscilando, entre las sombras. Después, en silencio, agucé la vista, todo se llenó de aquellas lucecitas verdes, que yo suponía lámparas en la noche. La noche llena de puntos verdes atravesando el jardín inglés de München. Y casi me pareció un sueño.