martes, 10 de mayo de 2011

JERARQUÍAS (Epitafio post mortem a un ciclista)

Wouter Weylandt ha muerto. Se dejó la vida bajando a 70 kilómetros por hora en pos de cualesquiera que fuera el triunfo. Hay deportes como el ciclismo que tienen esto; requieren lo máximo de los que lo practican, hasta a veces robarles la vida. Ese es el espíritu del deporte, un afán de superación, una búsqueda del límite, una forma de simular una efímera gloria. Detesto el deporte de competición profesional en el mismo grado que valoro los valores que vehicula. El gesto de Weylandt es uno, el de Nadal, admitiendo la superioridad de Djokovic el Domingo, sin renunciar a la batalla, también. La historia está llena de esos pequeños gestos, que nos conectan con lo más profundamente humano, con los grandes valores. La épica homérica y renacentista estaba basada en una necesidad humana, claro. Sin embargo, turbias oscuridades rodean la mayor partes de los gestos deportivos. El bochornoso teatro de los episódicos Madrid- Barça es uno, por citar uno de los más recientes. Esta mañana, hojeé un diario deportivo, y vi la noticia de Weylandt, un pequeño recuadro. Pero en la jerarquía de este lamentable diario, el Marca, la noticia era el fichaje de un tal Sahin por el Madrid: Portada y cuatro primeras páginas. Ese es el deporte que queremos, esa la estupidez que nos llena.

lunes, 9 de mayo de 2011

SEVE, EL PUTT, Y LAS NEURONAS ESPEJO.

 Hace unos días, en el putt and pitch de Grajera tuve mi primera experiencia, por azar, con un deporte del que, en el país de las sequías con las que crecí, me horroriza el entorno político y social: el golf. Hice setenta y cinco salidas con un hierro 9, y, aunque entiendo que es difícil creerlo, alcancé cien metros. Nunca antes había siquiera intentado golpear una bola con un palito de esos. Pensaba que darle, sólo el hecho de tocar la pelota, era auténtica ciencia ficción. Pero no; se puede. Cansado de dar pelotazos, me fui al putt. Mi infancia estaba plagada de grandes gestas deportivas. Recuerdo la final del mundial 82, al Thomas Shoenlebe del 83, al Abascal del 84, la final de Roland Garros del 85 (3-6, 4-6, 7-5, 7-5, 6-4 para Lendl, contra el gran McEnroe), al Edwin Moses del 47:69 en Madrid ante danny Harris, recuerdo a Freddie Spencer y a Kenny Roberts, recuerdo a Niki Lauda y al Prost del 84, y recuerdo las tardes, lentas tardes de Greg Norman, Jack Nicklaus, Nick Faldo, Bernhard Langer, Ian Woosnan, y Severiano. Es curioso que mi primer putt se produjera una semana antes de que aquel muriera. Así son las cosas. Doblé las rodillas, observé la caída, y pateé. Hice unos diez hoyos, y estaba dispuesto a marcharme, cuando dije: “un momento, un último putt”. Estaba a diez metros del hoyo, una inmensidad. Pensé en Bernhard Langer, en aquella Ryder del 91, cuando estaba a metro y medio del 18, para que Europa ganara la Ryder. La pelota lamió el hoyo, y salió. Estados Unidos se llevó aquella Ryder. Me metí en la piel de Bernhrd y pateé. Manu, Samuel, y yo, seguimos la trayectoria, hasta que aquella bola, increíblemente, entró. Caí de espaldas. ¿Era un milagro? Después de la infancia, llené mi adolescencia de literatura, y en este comienzo real de la vida, los treinta, de neuroplasticidad, en donde ahora encuentro las respuestas. En este caso; la única posible: las neuronas espejo. Esas celulitas que, formando un 25% de las superficie cerebral, vibran con la observación, se funden con el entorno, realizan las secuencias de aquel. Mis modelos habían sido grandes pateadores.¡¡Incluso Bernhard Langer era un gran pateador!! Por eso, sólo por eso, mi sistema nervioso se fundió con aquellas imágenes, y aquella bola entró. Los modelos de mundo con los que vamos viviendo nos hacen sentirnos cada vez más torpes, más idiotas, más vacíos.  Hasta Seve se nos va. Quede para él mi putt y una honda emoción, como si hubiesemos perdido una parte casi mitológica del pasado, una parte de ese 25% que nos hace movernos como nos movemos…

jueves, 5 de mayo de 2011

JAMES HILLMAN. EL PENSAMIENTO DEL CORAZÓN. Biblioteca de ensayo Siruela.


   Hace unos meses, en mi visita a la tumba de Tutankhamon, hubo una idea egipcia que me fascinó por encima de todas las otras: para los egipcios, el órgano del pensamiento siempre fue el corazón. Es verdad que los egipcios no conocieron a Miguel Servet ni al tecnología Doppler, pero este pensamiento es demasiado ingenuo. Desde el principio me ha parecido intuir un paradigma diferente más que falta de precisión. Es fácil, en principio, caer en facilidades del tipo emocional, justo ahora que esa "nostalgia de absoluto" de la que habla Steiner parece dejar vía libre a la proliferación de los comerciantes de las emociones. Pero no, me decía, no creo que se trate de ese tipo de interpretación. La fortuna (y el buen hacer de la librería "La central", nunca mejor nombrada) puso en mis manos este libro del profesor y psicólogo James Hillman: "El pensamiento del corazón".
  Su lectura, más allá del sentido, me fascinó. En la primera parte, "el pensamiento del corazón", prima la metáfora como método de búsqueda. Y sobre ella, y en cierta forma como isotopía formal, como coherencia, una idea: "¿Cómo es posible que la psicología haya dejado a la estética fuera de la propia psicología?" La idea es compleja y se refiere a un ideal de lo bello que no es sino reflexión de la vida interna de las cosas, y no sólo de las personas, como expresión del alma del mundo, idea que subraya en la segunda parte del libro: "Anima mundi; el retorno del alma al mundo". En ambas partes hay una tesis de unidad, holística; el hombre está imbricado en el mundo, no a la manera marxista u orteguiana, sino a la manera de la escuela florentina de Ficino. Y no es el hombre el único objeto de la psicología, ni sujeto del mundo, sino que el propio mundo, "el alma del mundo", es objeto de esta, y debe ser objeto de la observación del yo, como parte de sí mismo, sin ni siquiera compartir la dualidad antinómica de yo-otro. En Rilke, ese atisbo aparecía, de pasada. En nuestro mundo, en el que la epidemia del "yo" contamina al "nosotros" hasta el límite de la quiebra al tiempo que el mundo se desmorona con una vaga narrativa que se repite, unir belleza al alma de las cosas, y suponer un mundo enfermo, y unos hombres demasiado sensibles para este, me parece una idea tan fascinante como bella y necesaria.

BIN LADEN Y EL PARAÍSO PERDIDO

 Hay algo en los humanos que está en la raíz más fuerte de su naturaleza; la necesidad de narrar, en todos sus sentidos. Inventar historias para explicarse a sí mismo y a su pasado, y contar historias. Desde aquellas tablillas de Gilgamesh y del Enuma Ellis, pasando por las diversas recensiones de los textos de Oriente, hasta nuestro Homero y ya directamente a Borges. Pero como todas las cosas del mundo, la narrativa está más donde no parece estar. La literatura es el espacio oficial de esa narrativa. Por otro decir; un espacio acotado, controlado, "despeligrosado". Muerto al fin. Porque desde Zarathustra los hombres necesitaron buenos y malos, días y noches, y casi ángeles y demonios. Por supuesto que el cristianismo, como no otra cosa que la narración más influyente de la historia, lo elevó al infinito, y la Edad Media nos encontró con todos esos esquemas ocupando la vida. El Romanticismo y la Modernidad se llenaron la boca de ellos mismos, y parecían haber escapado de todo aquello, alcanzando “otra” realidad. Sin embargo, aunque los espacios han cambiado, la verdadera literatura de la vida de este siglo ocurre en la calle, en los esquemas de pensamiento que, ocultos en sí mismos, nos hacen pensar de nuevo pensamientos de siempre, con buenos y malos, ángeles y demonios. El mundo, la narración del mundo, necesita, más que de Bin Ladenes y de Sadames Husseines, la creación de estas figuras. Necesita la amenaza, y considerar al mal como algo encarnado. Hacerlo concreto. Y necesita la liberación, la catársis que provoca la victoria del bien sobre el mal. Necesita ejecutar Sadames y Bines.  Pero no lo necesita en el espacio de la realidad, sino en el espacio de la narración. En la práctica, la realidad no puede cambiar. En el seno del imaginario, en nuestra mitología, puede cambiar mucho. Que Bin Laden haya sido muerto o asesinado, que sea verdadero o falso, no es una pregunta importante. Lo que nosotros necesitamos es la historia, y esa historia ya está inventada, escrita y contada. Para nosotros, el mal ha muerto. O eso creemos y queremos creer.