miércoles, 16 de marzo de 2011

LOLA. Brillante Mendoza (filipinas)


 Lola (abuela) es un susurro al cine. Es la resonancia del dolor y de la justicia máxima, como una guía que se diluye en una realidad mayor; la de la lluvia. Como una cortina ante el mundo, nos queda una imagen punteada, apenas visible, que la imaginación o el hastío completa. A este lado queda la paciencia. En aquel, las realidades, las verdades, se van diluyendo, como si ya no de verdades se tratara, sino de, sabe Dios qué “pseudoalgos”. Así transcurre “Lola”, lírica de una supervivencia, homenaje a la sabiduría humana en un tiempo casi casi detenido. Una mirada tierna sobre los nadies, como los nombra Eduardo Galeano. Una metamorfosis de la moral, de los principios de lo soberanamente humano (si es que eso existe) en una acción práctica, en un sinsentido mucho más significante que el Derecho, una acción animal a la que están abocados los que viven al otro lado del telón de agua que cae en esa realidad filipina que es la de muchos otros en muchos lares; una acción “justa” en un mundo en el que las instituciones desaparecen y, como si nada, sólo se respira el susurro de la estricta vida; esa que consiste en comer y no ser comido. “La sutil etología de lo humano”, podríamos llamarlo. En una mirada apenas, en un susurro.

EL QÜENCO DE PEPA Y EL REY TOMATE

  Pocas veces un restaurante plantea una preguntas tan claras cuyas respuestas hacen tambalearse los cimientos de lo político, de lo económico, y de lo social. Es el caso del restaurante El Qüenco de Pepa, situado en pleno corazón de un barrio rancio. La carta huye de grandes elaboraciones, y apuesta por una obra maestra: el tomate. Un tomate enorme y sabroso hasta casi el llanto, cultivado “con aguas potables”, reza la carta. El resultado es conmovedor, con un simple acompañamiento de cebolleta. ¿Qué representa ese tomate? Representa huir de una economía en la que lo único que ha primado, desde hace años, ha sido la competitividad de los precios. El resultado, ese nuevo tomate que invade nuestras vidas, ha sido lo de menos. Hemos perdido al verdadero tomate a cambio de un tomatastro. Los economistas liberales, a los que se les sigue llenando la boca con palabras como competitividad, se han olvidado del fin último de la economía: el tomate. Un verdadero tomate. El que de verdad consigue esto, el que sabe, al que se honra degustando esta maravilla, es el agricultor. No el intermediario, ni el que aprieta al productor y al distribuidor. No, no, señores; el príncipe de esta historia, ninguneado hasta el insomnio, es el agricultor. La economía debe estar al servicio del tomate. Debe ser directa, como muchos movimientos cooperativistas en todo el mundo van demostrando. Son los únicos capaces de mantener vivos al agricultor y a su rey; el tomate. Por todos lados vemos, en El Qüenco de Pepa, estos grandes tomates, grandes espárragos, grandes cebolletas. Elegantes y dignos como ellos solos. Después vienen las croquetas, sin patrón, exquisitas, luego la tortillita de camarón y al atún de Almadraba, tal cuál, casi sin hacer, el atún rojo en sí mismo. Homenaje al atún tal cuál, rendir culto a su muerte. Sin elaboraciones, sin engaños. Y con él, soñar un mar limpio en el que ese atún pueda vivir con la libertad y la fuerza necesaria para dar estas maravillosas carnes. El vino, de castilla, un Vallegarcía del 2006, una joya. Y la tarta, ¡¡mi Dios!!, “nos la vendieron como la mejor tarta del mundo. Es una tarta protuguesa de chocolate. Y…lo es” Este “Qüenco” es un oasis, afortunadamente y desgraciadamente.

martes, 15 de marzo de 2011

RANGO Y LA COMUNIDAD DE MADRID

  Me dejo caer por los cines de Villaescusa con Sammy y con Manu para ver esta película de animación, que según reza el poster, es para niños. Tras la primera presentación narrativa en tercera persona a través de los búhos mariachis, Rango se presenta a sí mismo en una escena de una lucidez verbal maravillosa, en la que cita, sin mencionarlos, a Aristóteles y casi a Stanislawski, en su explicación del concepto de  la obra de teatro que está preparando dentro de su pecera. Pero después, el Far West, y el Western. Una maravilla en la búsqueda de la identidad, pero sobre todo en la definición del engranaje social…¡parece la Comunidad de Madrid! El Alcalde (la lideresa) se bebe el agua de un pueblo que bebe polvo, juega al golf en los alrededores del canal (la coincidencia resulta casi increíble), y gobierna bajo el lema de “controla el agua y controlarás todo”. Pero al mismo tiempo, expropia y compra tierras al habitante de tercera que apenas puede ya jadear de sed, mientras, aprovechando la explosión que genera “la carretera” (una metáfora tan poco metafórica (literal, o sea) en la Comunidad de Madrid, y a la vez tan extendida por todos y cada uno de los lares del noroeste (sobre todo)). Junto a él tiene a la serpiente de cascabel que inocula el veneno contra la discordia (nada de andarse con chiquitas) y a todos los agregados que copulan con el vellocino de oro del futuro, ladrillo a ladrillo. Mientras, la institución de ese pueblo llamado Polvo va quedando sin orden (sin sheriff), sin agua, y sin ningún tipo de servicio público. La coincidencia es que en el maravilloso libro de Alfredo Grimaldos “la Lideresa” se exponen todos estos hechos como fruto de una planificación minuciosa. Al final Rango, como en todo Western, se encuentra a sí mismo y devuelve a Polvo el agua, la esperanza (mira tú, la esperanza) y el orden, el verdadero; el único, el bueno. A ello une un castigo ejemplar a las cúpula de la corrupción. Esa es la única diferencia con la Comunidad de Madrid; en esta predomina el cine negro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

VALOR DE LEY. Los Coen.


  Nos sentamos en la butaca del disfrute, al sentarnos frente a “Valor de Ley”. Una narración con los principios de las de Welles, contada en primera persona por Mattie Ross. En la primera escena la descripción del personaje, negociando con el enterrador y  con el usurero, es directa, como una flecha. Va al núcleo mismo no sólo de Mattie Ross, sino de la esencia de lo que quieren los Coen. La vida es algo real, en primer lugar, y en segundo, es algo crudo, “rough”. La vida es, en el Western, no el empalago de la postmodernidad, sino una imagen reflejada del paleolítico; supervivencia. La otra cara no admite melodramas, fracasos, o tristezas crónicas. No. Al otro lado de la supervivencia está la muerte. Y no hay más. Lo conmovedor es que todo esto ocurra en el interior de una niña de catorce años en la que todavía podrían caber sensiblerías o sueños. Pero no, la muerte se salda con venganza; esa es la verdadera ley; una muerte merece otra muerte, lo quiera o no una justicia en entredicho que ha hecho del derecho la trampa para, casi, el “cohecho”. En nuestras sociedades civilizadas, no se condena la corrupción, ni la violencia de género, apenas el robo a manos llenas, y los tecnicismos han sustituido a lo justo. En el mundo de “Valor de Ley”, eso no existe. La ley es la ley, y no necesita un respaldo del derecho. La tematización está trazada en lo espacial con espacios abiertos, con bosques, y con cuevas. En lo temporal por la senda de la huida, y en lo puramente “inventio” con los materiales del género: matar o morir. A manos de los disparos, de las serpientes, del frío, o del cansancio.  La supervivencia marca, como una huella al rojo, pero ni en eso hay espacio para melancolías o sentimentalismos. Todo sigue. La cabeza bien alta y el paso firme. Esa es la vida. Esa es la ley.