jueves, 8 de marzo de 2012

LA CARTA. WILLIAM WYLER.


 Veo de nuevo uno de los clásicos de Wyler, de los años cuarenta. Una mujer mala (Bette Davis, claro), casada y acomodada, que vive en Malasia con una gran cantidad de servicio malayo, mata por despecho a un hombre que era o había sido su amante. Declara que lo hace en defensa personal, por acoso. Tiene amigos influyentes que no sólo le ayudan, sino que ocultan las pruebas de que aquel era su amante. Sale libre aunque no enamorada de su marido. La mujer del hobre asesinado; una mujer asiática, y el criado de la Bette, asesinan por venganza al personaje de Bette.  Fin.
 Hay en este argumento una ingenuidad, el regusto de una justicia por encima de la justicia que nada tiene que ver con la realidad, sino que apunta más bien a un deseo de un Dios onmipresente y justo. Desde el punto de vista argumental, carece de la tensión de lo esperado, pero conviene pensar más allá del cine… Pienso que quizá aquellos años cuarenta permitían todavía este tipo de pensamientos, que nuestro horizonte de expectativas ha cambiado mucho. Que una justicia de ese tipo es para nosotros ya inverosímil. No existe Justicia para el malvado, y el bueno es muchas veces ajusticiado. El mundo político español, las imputaciones de cargos públicos, el conglomerado delictivo y los abusos cometidos desde el poder, son ya el pan nuestro de cada día. Un desfile de justicia no aplicada. Sin embargo, son condenados los que intentan que esa justicia se cumpla, los que van a contracorriente con el ejercicio del abuso de poder. En Wyler, como una leve trenza sutil que da vida al relato, el que comete la venganza es el sometido, el pueblo malayo, el indígena, en lo individual y en lo colectivo, para el cuál la justicia es otra, bien distinta; mucho más cruel. La película de Wyler nos recuerda, sin embargo, esa revolución posible, en la que el sometido da forma a una justicia que está por encima de lo formal, y en la que se restaura el orden natural de las cosas. Algo que debería, por estos lares, ojalá sin violencia, estar por llegar.