domingo, 1 de diciembre de 2013

CINCUENTA TACOS

  Medio siglo es medio siglo, se mire desde donde se mire. "Joven carroza" podríamos definir a quien lleva en su pasaporte biológico semejante acúmulo de días. Si bien Borges consideraría cumplir 50 años no más que un coqueteo con el sistema métrico decimal, quizá el maestro argentino esté cometiendo alguno de sus más grandes errores (no olvidar su foto con Pinochet y sus vómitos ante las palabras de Sábato) y cumplir 50 años se trate de un acontecimiento "conforme a la naturaleza", es decir, un hecho significante en sí, como los amaneceres, los crepúsculos, o las lunas llenas. Porque 50 años son 600 lunas llenas. Y eso es la hostia. Ni Mozart ni Schubert pudieron contar tantas, entretenidos en otras cosas (y no precisamente musicales). Por eso, quizá hoy, deberíais agradecer, vosotros, los afortunados,  vuestro medio siglo, sobre todos los hombres, a Pasteur. Y a los fisioterapeutas, que os mantienen aún con una cierta movilidad. Pero tratemos de indagar en ese medio siglo ateniéndonos a los hechos de la noche de ayer. Los pequeños gestos. Porque ponernos a hablar ahora de todo lo que pasó desde el 63... desde Amstrong a Fosbury y Beamon, pasando por la muerte de Franco, hasta la aparición del SIDA, los teléfonos móviles e internet, o sea, de lo impensable que vendría desde vuestros días de pañal... en fin, sobrepasaría las melancolías de los más sensibles. Así que vayamos a la noche de marras, en la ruidosa taberna irlandesa de la Calle Pradillo, en donde degustamos unas maravillosas berenjenas con salmorejo, más propias de Baeza, y hamburguesitas de sabe Dios dónde, riquísimas. Y un whiskey, un Jameson, riquísimo también, por cierto. Pues bueno, al grano, sin dilación. Las fotos tienen eso, no son motivo de recuerdo sólo, ni forma de documentación únicamente, sino un fiable instrumento de análisis del alma humana. A los humanos les gusta fijarse siempre en los ojos, en el rostro, en busca de la seguridad y la confianza, como si creyeran que es allí, en esa orografía, en donde pueden encontrar los peligros y los paraísos del otro. Sin embargo, es en el baile de las manos donde encontramos todos los cincuentas del mundo...


Fíjense, unas manos buscan apoyos mientras otras fingen ser columnas, unas se agarran a copas que quizás les abran caminos o quizá les lleven a la perdición, otras se cierran, protegiéndose, y otras, a un lado, no quieren revelar sus secretos. Una condensación sincrónica de los avatares de cincuenta años diacrónicos. Claro, que hay otra forma de ver las cosas. Los cincuenta, desde la adolescencia más pura, desde el descubrimiento, desde la vida sin filtro, no es más que un aburrido estanque en el que ya nada podría suceder. O al menos eso me parece leer en esa mirada.


Pero, claro, esa es sólo una forma más de ver las cosas. Porque hay cincuentas y cincuentas igual que hay miradas y miradas. Fíjense aquí en Tomás, en un estado de regresión evidente, o quizá sólo atacado por los espíritus que le poseen, tratando de negar el advenimiento de su edad.




Pero son disquisiciones, porque tener cincuenta es sólo una cuestión biológica que nada tiene que ver con actitudes vitales. "Es necesaria cierta locura para sobrevivir", me decía yo mismo en la intimidad de la alcoba una vez llegado a casa. A la Edad, como a la muerte, hay que mirarla de reojo, y supongo que no hay que ponerse muy de frente con los cincuenta, si quiere uno evitar disquisiciones innecesarias.


De reojo, eso es, mirar de reojo.

Porque si uno se pone a observarlo de verdad, con mirada estadística, al final los cincuenta no son más que un cinco y un cero, dichos con toda la alegría del mundo y se ponga Dios como se ponga.


 Aunque la mirada del Estadístico y la mirada del poeta son complementarias. Donde el Estadístico ve un cero, el poeta ve un sol y el infinito, el aro de la iluminación divina y el paisaje de todos los versos de Novalis. Donde el Estadístico ve un cinco el poeta ve una mano abierta; toda una vida, los picos del Universo, la pausa necesaria ante un acontecimiento trascendente y el instante previo a que algo a aprehender aparezca. Todos instantes de aconteceres y pensamientos reunidos a lo largo de medio siglo.
Además, bien es verdad que al decir simplemente "cincuenta" reducimos todo a nada, y algo de existencialismo debe de haber, también, para poder sobrevivir. Al menos algo. Si algo fue conmovedor en la fiesta fueron esas fotos de colegio en donde otro tiempo parecía asomar. El milagro, y eso es un milagro, el sueño de cualquier pensamiento de profesor medio cabrón, o hipersensible, sería ese de "a estos los querría ver yo dentro de cuarenta años". Pues aquí los tiene, sí señor, y ordenados como entonces;

                                                                        en varones



                                                                      y en hembras



Y, por supuesto, todos juntos, como corresponde a una sociedad que llegó a presumir de laicismo hace no muchos años, y que ahora aspira a regañadientes a conservarlo.



Qué sonrisa de placidez, la de algunos, mientras otros se esconden o se mueven para quedarse como en un lugar apoderado por el principio de indeterminación, o fíjense en esos dos que parecen crecer de lado. Qué estarán pensando. A qué retos mayores aspirarán. Al final, después de darle muchas vueltas a los gestos y a las miradas, a los milagros y a los laicismos, quizá debiéramos quedarnos con las palabras de Borges, porque esto de los cincuenta, se mire por donde se mire, es un lío, y aunque a algunos parezca alegrarles tanta especulación, lo mejor es seguir con lo de uno, antes de que alguien se aburra de darle vueltas al numerito, y no olvidarse de


rodearse de parejas coloridas





seguir viviendo en feliz matrimonio con la edad de uno, sea esta la que sea...


y echarse un baile (http://www.youtube.com/watch?v=mh7FXorDNSQ)
con "hace falta valor" para celebrarlo.

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