miércoles, 17 de diciembre de 2014

RAFAEL TROBAT. Encuentro en Authspirit. 16 de Diciembre de 2014




 Salgo congratulado del encuentro con el fotógrafo Rafael Trobat en el taller de Juan Manuel Castro Prieto. Y lo hago por muchas razones, en las que creo que hace falta ahondar. En primer lugar, por una predilección propia, “arcaica ya”, por la instantánea, algo que, como ya dije en viejos posts y repito y repito hasta convertirlo en algo más pasional que verdadero, considero “lo verdaderamente propio de la fotografía”. Acceder de nuevo a esas instantáneas, que en diversos sentidos nos recuerdan a Cartier, a Helen Lewitt, a Elliot Erwitt, a Doisneau por momentos incluso, desde luego a Cristina Garcia Rodero, a Adriana Lestido, a Robert Franck, a Salomon, es decir, al siglo de oro de la fotografía, es como volver a revivir el sueño dorado de la fotografía, unos años marcados por un cierto espíritu transformador que hace ya mucho tiempo detecto abandonado en el modo de hacer imágenes, que son ya, aunque quizá sea excesivo, el resultado manierista del propio hecho de la imagen en sí. Y no es casual, entonces, que mantenga el blanco y negro como única forma (en aquellos años) de hacer fotografía “artística”. Pero claro, como no puede ser de otra manera, esta posición previa no parte de un mero hecho fotográfico, sino de un punto de vista ideológico: la imposibilidad de ensayar una interpretación
“positivista” y abarcadora de la realidad nos permite liberarnos del punto de vista parcial, y observar la realidad misma sin tratar de hacerla “justificante de pago” de un visión personal. Recuerdo los años en que viví en Cuba, desde el noventa y seis hasta el noventa y nueve y las vueltas  hasta el dos mil uno con una característica repetida: ser tachado de reaccionario por preguntar y señalar algunas cuestiones, y ser tachado de “castrista” por defender algunos aspectos irrenunciables de aquella realidad cubana. Las definiciones estrictas hacían tan poca justicia y ejercían un efecto tan antipoético, que, al fin, mi postura fue el silencio, la poesía, y un verso de Piñera de ”La Isla en Peso", con el que puede amasar la realidad que llamé “Deidades de un tiempo detenido”: el poema, probablemente el poema que mejor define sin tratarlo aquella realidad, comienza diciendo: “La maldita circunstancia del agua por todas partes (…)”. Veo en ese verso una contrapartida hermana al título que elige Rafael Trobat: “Aquí, junto al agua”. Nicaragua y Cuba, siendo representantes de dos realidades distintas, compartían y comparten algo común, y renunciar a una única visión de ambas, fetichista y reduccionista, de cualquiera de ellas, pasa por aceptar el carácter “líquido” de la realidad, liquidez que no es en absoluto privativa de aquellas realidades, sino también necesaria para la nuestra. Y es en esa liquidez en donde radica la necesidad poética, una aproximación que se convierte en necesaria. Otro hecho fundamental, partícipe de la imagen misma. Recuerdo la única vez que pude hablar con Sergio Ramirez, en los años en que Casa de América nos brindaba estas cosas. Hablando con él, de literatura y política, una conciliación que pocos han podido hacer como él, veía a un personaje del Cortázar de Solentiname, y el cerebro de Darío amasado por manos multiples, como el de Anatole France, cuyo peso recordaba de los libros de Anatomía , 1050 gramos, (mucho menos que los 2338 atribuidos por Orts Llorca a Byron), además de al vicepresidente de Nicaragua. Para ejemplificar la realidad, Sergio Ramírez decía: “es que cuando yo escribo que llueven peces no estoy haciendo metáfora, es que llueven peces”. Agua al fin, una realidad líquida, inaprensible, sólo escudriñable en pequeñas escenas que no pueden ir mucho más allá de la propia diversidad momentánea tintada de idiosincracia. Aunque estos son los dos aspectos que más quisiera señalar del encuentro con Rafael Trobat: su vision desparcializada de la realidad y la subsiguiente necesidad de la instantánea, creo que ambos hechos no sólo están estrechamente trenzados entre sí, sino con otros dos aspectos, con los que se vinculan en forma de red, que también se tocaron en el encuentro; el primero, una idea de colectividad no retórica en la presentación de su obra, no sólo desde el punto de vista de las influencias, sino del propio trabajo fotográfico, en la cocina técnica con sus compañeros fotógrafos nicaraguenses, en la cocina de la selección y de la creación de la mirada con Cristina García Rodero, y en la finalización e interpretación de la copia con Juan Manuel Castro Prieto, sin olvidarse de sus personajes, que en ningún momento son tratados como tales, sino que tanto en la imagen como en la palabra como en los hechos, son tratados como verdaderamente merecen todos los actores de cualquier imagen: como personas. Si la colectividad va ligada a la visión de una realidad diversa y a su inaprensibilidad como todo o como realidad única, parcial (mucho más desde una subjetividad única), y la instantánea parece devenir en el único acceso “posible” a dicha realidad, entonces, ¿qué queda del mito romántico del artista, el emisor de esta historia, del que la gran mayoría de los artistas de renombre abusan? Cenizas, parece decirnos Rafael Trobat, el mito queda en cenizas. Porque abre las puertas de su cocina y nos permite acceder a la cruda realidad: la hoja de contactos, esa multiplicidad de intentos fallidos en los que lo que hayamos es una búsqueda como única actitud posible. Algo que nos humaniza como artistas y no nos convierte en deidades falsas de soplo divino habitantes de realidades ajenas, porque, tal y como nos demuestra la nueva era de la neurociencia, ese nuevo espacio de fé que hemos encontrado los ateos, el cerebro cambia, se reorganiza, crece, y en algunos caso vence, estimulado por el intento, no por el éxito. Qué falta nos hacen estos Manes y estos Lares por nuestros círculos artísticos, qué falta. Pasa Rafa, pasa, quédate.