En el año 1951, el gobierno de Estados Unidos subvencionó
uno de los proyectos de investigación más controvertidos del siglo XX. Con el
fin de utilizarlo para fines militares, encargó a un grupo de profesores
universitarios, entre los que se encontraba el tristemente conocido Ewen
Cameron, un estudio sobre los efectos del aislamiento sensorial y sus efectos
sobre la voluntad. Querían modelar la voluntad de sus víctimas para sus propios
beneficios. ¿Por qué quiero hablar de esto, aquí, hoy? Una de las cuestiones
legalmente tipificadas y admitidas, no sólo por el código, sino por el sentir
general de la opinión pública, es la idea de voluntad como entidad sacralizada,
pura, definitiva. “Lo hizo porque quiso”, “lo hizo en contra de su propia
voluntad”. Sin embargo, por lo que se deduce de estos estudios, la voluntad no
es un estado de cosas puro, sino una criatura moldeable, incluso en adultos. A
nivel filosófico esto nos plantea una pregunta fundamental: ¿podemos disminuir
o incluso anular la responsabilidad de una decisión volitiva cuando esa
voluntad ha sido “manipulada”? Si la respuesta, evidentemente, dista mucho de
ser, de forma determinista, afirmativa o negativa, sí debe, en todo caso,
formar parte de la ecuación evaluativa, tanto desde el sentido común, como
desde el punto de vista legal. Es
más, me atrevería a afirmar que cualquier conducta dirigida a producir
aislamiento sensorial (o social) debería ser tipificada, sea este aislamiento
provocado para cualesquiera fin al que se destine. En el caso del ejército y
sus fines militares, conseguir confesiones firmadas o incluso escritas de
propia mano era uno de los objetivos primordiales. Desde aquellos años, el
ejército de los Estados Unidos (como pionero), y muchos otros ejércitos
internacionales, han utilizado estas técnicas. El caso paradigmático es el caso
de los presos de Guantánamo, sometidos a un aislamiento cruento, sin haberse
podido demostrar, en la mayoría de los casos (si no me falla la memoria sólo en
tres casos) ninguna vinculación con hechos terroristas. Pero si traigo aquí la
reflexión sobre estos procesos, es para ponerlos en relación con el caso
Viseras. Uno de los mecanismos de control del entrenador Carballo era, como
todo el mundo reconoce, incluso él, llamándolo “concentración”, el aislamiento,
en este caso social. Se me podría objetar, y con razón, que desde el punto de
vista científico, no podemos extrapolar los resultados de un estudio sobre el
aislamiento sensorial a un caso de claro aislamiento social. Pero, ¿es posible
disociar el aislamiento sensorial del social? ¿es la pérdida de la voluntad una
consecuencia del aislamiento sensorial exclusivamente, o, más bien, de un
aislamiento social, que es, en verdad, la consecuencia de aquel? No creo que
haya ninguna duda sobre la estrecha vinculación de ambos mecanismos,
indisociables. De manera intuitiva, el criminal los conoce a la perfección. Y
para los defensores de las bendiciones infinitas a ilimitadas de la voluntad,
quizá sería necesaria una reflexión mayor sobre los componentes que la moldean,
para observar como pederastas y manipuladores de todo tipo (también políticos y
económicos) hacen de nuestra voluntad un territorio propio, para luego dejar a
nuestras espaldas una responsabilidad que ya, desgraciadamente para nosotros,
no nos pertenece.
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