martes, 30 de noviembre de 2010

MADE IN USA

Llevo (o me llevan, más bien) a mis sobrinas, y a Memé y a Numa, a la fundación Mapfre a la exposición Made in Usa; una antología de arte americano, o más bien sobre América, bajo la visión de cómo evoluciona la ciudad hasta convertirse en lo que es hoy, o a lo que hoy llamamos, "ciudad moderna". La maestra de ceremonias dirige a los niños con soberbia sabiduría hacia el reconocimiento de los símbolos de la ciudad "antigua" y hacia el reconocimiento de los nuevos. En el proceso, que los niños hacen con facilidad, se les forma en su capacidad de interpretar, de ver más allá de lo evidente, de lo obvio. Hacen sin querer el proceso de pensar la pintura. Mi emoción por la forma en la que ese proceso, aparentemente complejo, se convierte en algo infantil, se mezcla con la inquietud de una pregunta que no consigo responderme a mi mismo. ¿Cuál son en verdad, más allá de los caleidoscopios costumbristas, las razones que hacen de las ciudades "ciudades modernas"? Al principio no encuentro la línea; cuando me acerco veo a Oliver Twist y a esa Inglaterra del XIX como gran precursor de América, veo como se aglutina mano de obra en pos de un proceso industrial, de un proceso productivo destinado a ser rápidamente devorado. Y veo a la mano invisible haciendo el gran Lego, acumulando gente en las proximidades para sus fines, dejándoles moverse en coches y acudir a los cabarets, abandonándoles a su propio ruido y a sus propios sueños, dentro de las normas del Lego. Mientras la mano se retira lejos del mundanal ruido, los hombres creen que viven el sueño de la modernidad. En ese laberinto en el que cada uno "keeps his nose", veo como en sombras el rostro de mi sobrina Lucía, apostada sobre su cuadro, como única salvación.

lunes, 29 de noviembre de 2010

El Alcalde de Zalamea y el Frente Polisario

El Sábado 20 de Noviembre cumplo una promesa y un deseo, y me dejo caer, de la mano de la mejor mano, en el teatro Pavón, para asistir a “El Alcalde de Zalamea”, de, permítaseme decirlo así, de "Don" Pedro Calderón de la Barca. En la compañía nacional reconozco alguna cara que me alegra los afectos. Por lo demás, me sumo en una inmensa decepción que poco o nada tiene que ver con la interpretación. Para el que no conozca la historia, podríamos resumirla así; un capitán del ejército quiere acostarse con la hija de un campesino rico, don Pedro Crespo, pero como este se lo pone difícil y ella no quiere, decide violarla. Y lo hace. Ella, “deshonrada”, según las convenciones de la época, se lamenta. Su hermano la venga hiriendo (levemente, eso sí) al capitán, lo que supone una afrenta al ejército, y el padre le pide, al capitán, para limpiar su honra (la suya, la de Pedro Crespo, y la de su hija), que se case con ella. Como este no accede, y el campesino rico es nombrado alcalde (también Deus Ex Machina, mira tú), le encierra y le ahorca, tras juicio sumarísimo. Algo para lo que no tiene potestad, ya que el ejército tiene su propia jurisdición. Al final viene el rey, y aunque no le parece bien lo que ha pasado, o más bien le parece digno de castigo, por haber saltado las líneas de jurisdicción, como tiene prisa y otras cosas en que pensar, le absuelve (al alcalde ) y le nombra alcalde vitalicio. Toma ya.

En la obra planea un tema sobre todos los demás; la justicia. Y una pregunta: ¿existe una justicia superior a la aplicable, según las leyes, en el espacio limitado de las jurisdiciones? O lo que es lo mismo, ¿puede un villano tener derechos iguales y bajo las mismas leyes que un capitán o un soldado, que un noble? En el siglo XVII esta respuesta era una obviedad. No, no puede. Sin embargo, Calderón, haciéndose eco de las atrocidades que la soldadesca cometía por las villas, utiliza el espacio del teatro, donde las cosas se pueden decir sin que parezcan reales pero resonando con la realidad, para poner bajo pliegos la pregunta, y sobreponer una ley superior y aplicable a todos; la moral, a la ley del derecho. Visto así, y aderezado con que Pedro Crespo mata para defender un honor y una honra que ya no es la nuestra, quizá resuene lejano, pero… ¡¡y de ahí viene y deviene mi decepción!!, no lo es. El día 8 de noviembre, el ejército marroquí, presente en el Sahara occidental desde la marcha verde del setenta y cinco en contra de las resoluciones de la ONU, entra en el campo de refugiados de Al Aaiun, y comete atrocidades sin cuento, saldadas con vidas perdidas, heridos, destrucción de tiendas, etc… No es nada nuevo en el Sahara, como no lo es ni lo ha sido en Irak, Afganistán, como no lo fue en Vietnam, como no lo fue en Nicaragua, en Guatemala, como no lo ha sido ni lo ha dejado de ser en miles de distintos lugares en los últimos cuatrocientos años. Lo interesante del caso es que mientras se representa “el Alcalde" en el Pavón, el ejército marroquí viola los derechos humanos entre los saharauis. Pero, como existen jurisdicciones para unos y jurisdicciones para otros, el consejo europeo decide mantenerse en calma, y el gobierno español pide prudencia. Nuestros ministros dicen que no hubo violencia en la marcha verde (¡¡santo Dios!!), y que habrá que ver si la hubo ahora (cuando es una evidencia a gritos que la hubo). Así que el Polisario (nuestro Pedro Crespo) avisa que volverá a las armas si es necesario, mientras el ejército marroquí sigue su paso ajeno a las leyes que rigen a los humanos de a pie. ¿Y el rey? ¿Dónde está el rey? Papel otorgado a la legislación internacional, está ocupado en otras cosas, y tiene prisa por marchar, como aquel Felipe II de Calderón.
Cuatrocientos años después la historia se repite. La dignidad y la moral no han conseguido imponerse en estos cuatrocientos años a los privilegios otorgados, a la doble justicia. El Frente Polisario carece de la vara de la ley, todavía.
De ahí mi decepción. El Teatro está lleno. La representación es arqueológica, museológica. El público participa de aquella "alienación" en el mismo grado que la propia dirección, como si aquello no fuera con nosotros. Es tratada, incluso, con un cierto carácter cómico, como si la honra y la justicia, en “aquella” historia, fuera ya algo de otro mundo. Se ha perdido la oportunidad de conectar el Teatro de ayer con el mundo de hoy. La desconexión es total. Y es esa desconexión, y no otra cosa que esa desconexión y la buena publicidad, no nos engañemos, no es el Teatro, la que llena los Pavones. Otras salas, que sí asumen la responsabilidad del Teatro, están vacías. Por supuesto, esta estupidez, esta sordera, esta irresponsabilidad (uno es responsable de no darse cuenta de lo que debería hacer), está pagada con dinero público, como siempre.

Sin embargo, hay algo teatral en toda esta historia, la del Sahara. Algo cómico. Algo digno del esperpento: el gobierno marroquí está indignado con el PP, porque este defiende los derechos humanos en el Sahara. Eso sí que merece un ¡¡Toma ya!!. El PP y la defensa de los derechos humanos en el Sahara. Una comunión inaudita, esperpéntica.

Una pena, todo.
De repente me acuerdo de una foto de Kai Wiedenhöfer, dentro de su trabajo “the Wall”, en Palestina. Y allí están, el capitán, un capitán israelí, y Pedro Crespo, un Pedro Crespo palestino. Y sobrevolandolo todo, un rey o un Dios que no es igual para todos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

ANA MARÍA MATUTE. PREMIO CERVANTES

Cómo cambia el tiempo. Hace nueve años le dedicaba a la Matute mi tesina, después de conocerla en El Escorial, y compartir esos whiskies de malta con los que ahogaba la timidez. Tenía ya cosas de vieja, y no sólo la flata de oído, sino la de la memoria, aunque mantenía el respeto sobre los compañeros de profesión, y aún se ubicaba como narradora más que como intelectual. Hoy me sorprende y me inquieta ese premio Cervantes. De ella, entonces, me cautivó su persona. Cuando la leí, por kilos, me siguió cautivando su persona, más que la narradora Matute. La razón era, para mi, obvia. Tras la lectura de “Primera memoria”, ninguno de los otros libros alcanzaban la intensidad narrativa que este alcanzaba. Era, y, es, sin duda, su obra maestra. Y la obra lo es. Una obra maestra. Los siguientes de la trilogía no le alcanzaban, “la Torre vigía”, novela por la que ella tenía predilección, se situaba en un marco fantástico y medieval, como “Aranmanoth”, que, si bien muy bien escrito, no tenía el vuelo significantes de los anteriores. Su obra es la de una excelente narradora de lo, en cierta forma, fantástico. Cuando me pregunto por la razones de ese Cervantes, me asalta la inquietud. ¿tenemos que seguir premiando a autores que empezaron a publicar en los cincuenta? ¿No hemos sido capaces de generar nada más? ¿Necesitamos todavía esos textos de una infancia de postguerra para alcanzar la excelencia narrativa? ¿Es que acaso no nos quedan temas a la altura del mundo de hoy? Pienso en algo generacional, y algo de género. Debemos equilibrar los premios entre hombres y mujeres. Ese valor es justo. La luz de la Matute en ese universo masculino, junto a Carmen Martín Gaite y Josefina Aldecoa merecen su premio. La generación de Ignacio Aldecoa, Antonio Prieto, y Matute, merecían también su premio. ¿Pero es eso en verdad lo que premia el Cervantes? Recuerdo que cuando Lola fue a Barcelona,mandé a Ana María Matute, con ella, una botella de Bowmore, para que no se envenenara con tanto Cardhu. Hoy soy yo el que lo necesita. Quizá eso despeje mis dudas, mientras me alegro por ella, por Ana María y por las mujeres nacidas en los treinta, de que ahora, su última memoria disfrute con la compañía de su querido Pablo, de las mieles literarias.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LAS LINTERNAS FLOTANTES


Aún no consciente de el lugar al que mis pasos me a-dentran, entro en la vasija (el cristal) que soy. Es vasija que es altar, es altar que es vasija, es vasija que me contiene, pero es vasija que soy. Luego quizá no esté dentro. Esa “centella de lo que solo existe/en la vasija que eres”. Por todos lados silencio, sin bordes. Los pies, desnudos, están cubiertos de agua. Y en ese agua sin riberas flotan estas “Linternas flotantes”. Por todos lados la nada, el silencio, el vacío. Y sin embargo la mugre por todos lados, el mal olor. Y la luz. Y la música.
Sólo si configuro este espacio sagrado de lectura que es el espacio del texto, puedo adentrarme en los significados poéticos de un texto sin duda maduro. Y una vez allí, como en vitrinas de aire, van desfilando en círculos, unos sobre otros, sin poder reconocer el espacio de cada cuál, todos y cada uno de los espacios del texto, lo sagrado y lo platónico, lo zoroástrico dicotómico y lo oriental temporal, lo musical, y Rilke, por todos lados Rilke.
Sé, sin embargo, que este espacio que cimbrea apenas existe, que es sólo una percepción instantánea de un desvanecerse. Y sé que al nombrarlo falto a su esencia, del mismo modo que sé que al intentar desentrañar “Las linternas flotantes” soy culpable. Falto al respeto de su centro. Porque en cualesquiera ordenamiento que realice, faltaré a lo esencial del texto. Faltaré a la noche en el día, tejidos o no, faltaré a lo mútiple en lo uno y a lo uno en lo múltiple, faltaré a la verdad. Seré, como dice Mercedes Roffé, sombra, espejo. “Porque hay verdad y hay sombras”. Al intentar dar con la puerta del texto, al intentar dar nombre, dar letra, hago el intento de “residir”, de “estar”, pero es que la búsqueda de Roffé, que es en esencia “la verdad”, “lo pleno”, no radica, según el texto, en esa residencia ni en esa estación, sino en una “suspensión”, que es, creo, y en eso el canto I presagia y el XVII se hace carne (en lo formal), un “diluirse”,
porque sentir es más que ver y más aún es fundirse.
Y ese fundirse no es carnal, ese fundirse es diluirse, desparecer en lo otro. Y es ese el envés espacial de la suspensión (temporal), me digo, en voz baja.
Por todos lados, en ese silencio original, en esa “nada”, en el “hiato”, hay esa “ausencia absoluta” que es

“la nada plena
la suspensión total
en el dorado seno de todo lo creado”

y en la que hay, sin embargo, el sonido de la orquesta, las trompetas y el eco, porque
“música es/la vida luminosa”. ¡¡En esa nada hay vida!!

En esa suspensión de la vasija que soy y en la que estoy y de la que a la vez me desprendo está


todo
eso
y nada
de eso…

porque en la vitrina de lo sagrado hay un “Ángel herido en su costado”, un Ángel que imita la iconografía cristiana, y en el que esa herida soy yo, esquirla. Pero ¿es compatible la imagen de Ángel herido, de azul en el azul, de cenizas sobre sus cenizas? No hay perfección, dice Roffé, “lo perfecto se excluye/caundo sale de sí/-su bien, su mancha/lo reintegra y lo niega”. Por eso ese Ángel es un Ángel original. No hay un Ángel caído. “Caída no hubo”, el mal ha nacido en el seno de la belleza, el jazmín primero que se pudre y el loto que exhibe su mugre, son principio y fin, partida y destino. Y esa belleza original que está también en la vitrina platónica, sin duda, alberga esta vez los contrarios en uno: “tejer la noche con el alba, el alba con el día”. Por eso en ese centro de la belleza reside también el mal. “Lo múltiple en lo uno”. Y en esa búsqueda esencial, que sin duda promueve Roffé, como residencia y estancia pasajera, como suspensión, alcanza el centro, ese “hiato”, esa “ausencia”, esa “nada” en la que “contra el mal morar en el seno del mal”, que es sin duda también el seno del bien. Desaparecen pues, las distancias (Canto III) y el Álgebra superior del Canto IV parece quedar como el único imitador de Dios. Cede aquí Mercedes Roffé a la idea de origen creado, de causalidad, y se muestra humana, repitiendo en el XVI esa debilidad con “de muy lejos venimos/de muy lejos” Ese eco que es música y vida luminosa para contradecir la pregunta de “¿camino hay?”, que conlleva también la pregunta ¿origen hay?, que ha parecido atajar con la negación de la serpiente, del jardín-Edén, de Pandora y de la Tierra prometida. Pero esa contradicción es parte del todo, no excluye ninguna verdad, porque del mismo modo que “en la semilla está el árbol”, podríamos decir que en la palabra está la negación, la contradicción. Todo en “por todos lados ausencia”. Todo en el “fango”. Ocurriendo en la vasija en la que intuyo esa suspensión, porque esa vasija es también linterna y es también luminosa, porque esa intuición de la suspensión es, según Roffé, el amor, y es esa intuición la que busca la sangre que fluye (el poema) en el estanque de lo humano. De repente dice el epílogo que “en el origen fue el Bien, y de él todas las cosas”, y mi vasija (mi cristal, el cristal todo) se hace pedazos.