lunes, 5 de noviembre de 2007

Ciberturquía

Constantinopla fue objetivo de los grandes viajeros europeos en el tiempo del imperio. Como dice Goytisolo, a partir de mediados del XVI, acercarse a Estambul significa embeberse sobre todo de un corpus escrito. En ese corpus, la fidelidad importaba menos que la imagen previa del adversario. Los europeos desembarcaban en Constantinopla con una panoplia de clichés y estereotipos en lo tocante al mundo oriental; como hoy, una mezcla de prejuicios sobre el despotismo otomano y el fanatismo islámico. La visión individual pesaba muy poco en relación con el peso de la palabra escrita. Si así fue entonces, no dejó de ser así hoy. El blog ha recuperado mi fé cibernética, en un sentido similar. La prueba escrita, que vino, en mi caso, sobre todo de las fuentes de la historiografía de Veiga, los textos bizantinos de la época de la caída de Constantinopla, y de la lectura de "Estambul otomano" de Goytisolo, no fue en realidad el único medio de captar la realidad. La propia prueba escrita, la propia, la que cada día yo mismo provocaba en el Blog, era el medio de percepción de la realidad que se avecinaba. La imaginación no actuaba a posteriori como descriptor o narrador, como modificador de la realidad, sino realmente como génesis de esta. El texto escrito se iba creando al mismo tiempo que el texto real, que la experiencia vivida. Uno y otro a través del otro, sin una jerarquía clara. A ambas ayudaban el mito externo y el mito propio. Vosotros lectores, habéis actualizado el texto, lo habéis hecho vivo. Los comentaristas han agudizado el ingenio y aumentado el estímulo. A todos, muchas gracias.
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sábado, 3 de noviembre de 2007

De Hammames y Sofías

Si Topkapi es, sin duda, el corazón del imperio, el corazón de Estámbul, Sta Sofía, más que la daga de Topkapi, más que el diamante del cucharero y más que Harén, recoge el hálito de Dios, en cualquiera de sus versiones. Si la mezquita azul, mejor situada y con mejor cara externa que Sta Sofía, maravilla por el color de sus azulejos interiores, por la decoración y por sus apostura externa, es, sin embargo, Sta Sofía, la que eleva más alto la gran pregunta de Dios. Templo romano, Iglesia cristiana o Mezquita musulmana, es, en todo caso, inaccesible. A la primera impresión de oscuridad le siguen enseguida lo impresionante de su altura, y, de forma imediata, lo inaccesible de su proyecto constructivo. La planta no se aprehende como en otras mezquitas o catedrales, sino que permanece escondida, inaccesible al observador interior, al que no maneja los planos. Y entonces sucede el milagro, la observación detenida comienza a crear plnos y espacios que lo confunden aún más todo, hasta convertirla casi en inverosimil. Luego le siguen la iluminación, y la creación de espacios provocada por estos. Tanto en la nave central, como bajo la cúpula, como en el piso superior, una vez atravesado el túnel, como caminando entre mosaicos. Todo inaccesible. Imposible. Inaprensible. Ayasofía, la obra maestra de la ciudad, sin ninguna duda. Decir algo más es imposible.
De los hammames queda la belleza de los mármoles y un cierto calor, queda quizá una cierta violencia masculina entre los frotadores y enjabonadores; gordos, brutos y con bigote. Y falta quizá una cierta modernidad acorde con el tiempo (quizá en una cierta antigüedad el cuidado era mayor). Decepcionan los Hammams de Estámbul más por los hechos que por los espacios.
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viernes, 2 de noviembre de 2007

El Gálata y el gran Bazar

Siempre pensaba en el Gálata, el barrio antiguo de griegos, de armenios, de judíos. El Gálata era el otro Estámbul, separado del del otro lado por el cuerno de oro. Este, el Estámbul de los fieles, aquel, el gálata, el de los infieles, el de los "francos", mercaderes occidentales; genoveses, venecianos, holandeses y franceses. Ese era el Gálata, más alla del puente, junto a la torre que Mehmet III convirtió en parte del símbolo de la Constantinopla por fin otomana, en 1453. La torre, junto a Sta Sofía, convertidas por el turco en símbolos propios. El Gálata, expresión de la tolerancia del Islam, de la tolerancia del turco. La existencia del otro junto a uno, aún localizándose más allá del puente. El espacio para aquellas actividades que el turco consideraba de menor valor; desempeñadas por todos estos grupos, de los cuales, lógicamente, el que salió más favorecido fue el sefardí, emprendedor y sabio. El trasiego sigue siendo el de otro barrio. Al otro lado del puente, aún en Sultanhamet, se encuentra el mercado de las especias, un poco como el mercado central de Cracovia, cerrado, lleno todavia, de un modo probablemente más turístico que otra cosa, de especias, tés, y dulces de todas clases, un espectáculo para enamorar la vista. Empieza detrás de la Yeni Cammi, junto al mercado de y material de flores. Y, a partir de allí, ya siempre hacia arriba, lleno de puestos de todo tipo, especialmente de telas, con un movimiento de mercado no sólo turco, sino probablemente árabe, se llega al Gran Bazar. Cerrado, como una ciudad dentro de la ciudad, en el que proliferan de nuevo los comercios de alformbras, de tapices, de cojines, y de cerámica pintada. Azulejos y platos, sobre todo. la tradición de Iznik, pero no sólo. También de otros lugares de Turquía. También hay puestos para vestidos y ropa original, de diferentes regiones, y también telas, joyería, y todo tipo de baratijas. Hay lugares para tomar té y café. Un Gran Bazar que data del siglo XV, que ha sido objeto de amores y mitos, de incendios y robos, un Bazar que en el XVII, y aún hoy, tenía ya dieciocho puertas, sesenta y siete calles denominadas según los oficios, más de tres mil comercios, mezquitas, fuentes y corredores abovedados. Hay sitio para todo en el gigante Gran Bazar, en el que uno se pierde sin remedio hasta que empieza a reconocer sus calles. Todo eso queda a este lado del puente del Gálata. Al otro está el trasiego del Gálata. El mercado de pescado, muy parecido al de Sultanahemet, con sus puestecitos a orilla del Bósforo, que separa el Gálata del barrio de la Yeni Cammi. Están ellos y está también la locura de los ferrys, que simplemente cruzan el Bósforo, o que unen los barrios, que le llevan a uno desde Eminonu hasta las faldas de la Yeni Cammi sin tener que atravesar el puente, lleno a rebosar de pescadores individuales que no dejan ni un resquicio para asomarse, obstinados en pescar una especie de sardina. Y desde allí la gran pendiente hacia arriba, todo dentro del Gálata, hasta la gran torre, desde la que tenemos las grandes vistas de Estámbul. Sólo desde allí comprende uno la perfecta ubicación del Serrallo, la organización de las mezquitas de Sultanahemet, la paz del Bósforo unido al mar de Mármara, ve uno con claridad la llamada Punta del Serrallo, el cuerno de Oro, y observa, atónito, la infinita magnitud de la ciudad actual, que se pierde en el horizonte sin dar muestras de tener intención da acabar. Es, en todo caso, una visión apacible de una gran ciudad.


Estámbul

Y entonces, nuestra Ítaca. La pregunta estaba en saber si se podía ir más allá de Troya. En un sentido, más literario, era imposible, muy a pesar de Dido, en otro sentido, mítico, no era difícil, aquello era Constantinopla. Y quizá el peso del nombre o el peso del mito hizo que, como siempre me ocurre con las grandes ciudades, Estambul no me entrara por los ojos, a pesar de aquel primer mercado de pescado junto a la carretera que, desde la entrada del ferry,conducía a Sultanehamet, el corazón de la ciudad, ubicado junto a la punta del Serrallo, precisamente donde se encontraba el Serrallo, el Palacio del Sultán; el palacio de Topkapi. Toda la viveza del mercado, mas los pequeños puestos y restaurantes en donde se podía degustar el pescado fresco al grill, los carabineros a la parrilla o al chili. Luego las terrazas en el entorno del hotel, con restaurantes, cafes de corte otomana, asientos bajos en el suelo y mucha pipa, y todo el corredor del pequeño Bazar, junto a la plaza que da a la parte de atrás de Sta Sofía, con los tapices, las alfombras y la ceramica de platos y azulejos pintados a mano según los motivos otomanos, según las imágenes y las figuras que se encontrarían en las maravillosas paredes del harén del Serrallo, el gran mito de verdad del Oriente turco a partir del XVII, decoradas con azulejos en azules y rojos, con motivos florales, tulipanes, granadas, y el árbol de la vida, idea de la gran genealogía que fundaba el primer Sultán otomano, Osmán. El Harén, no como depósito de concubinas, idea simplificada la máximo en occidente, sino como espacio íntimo, dividido en el área de los eunucos, vigilante y guardianes del harén, del orden del harén, en área de mujeres, niñas traídas de todas partes para ser educadas y formadas, no sólo en formas y costumbres, sino cultivadas en el saber, la danza, la música, y las artes, para poder llegar a ser madres del Sultán, preferidas de este, o esposas de los hombres mas importantes del Estado. Y luego el espacio de la madre del Sultán, verdadera regente del lugar, y el espacio del Sultán. Todo en el interior del palacio, como un subpalacio interior, donde la decoración de las paredes, en azulejo sobre todo turquesa y rojo, daban de verdad la impresión de espacio íntimo. Y luego el palacio, con sus cuatro patios, la puerta de la felicidad, donde se iban coronando los Sultanes, el tesoro del Palacio, desde la famosa daga de Topkapi y el diamante del cucharero, hasta todo tipo de tronos, vasijas, adornos y orfebrería, rebosantes sobre todo de esmeraldas, rubíes, y diamantes, mas según la idea previa de Persia que de Turquía. Y luego el Paralamento, el Diwan, con una idea arquitectónica conceptual, basada en la transparencia del justicia, con el acristalado de las paredes. Eso y las grandes cocinas, gigantes naves cupuladas, con una ingente cantidad de porcelanas chinas, como para morirse del gusto. Todo eso y mucho mas es Topkapi, el Serrallo, el gran Palacio, el centro de Estambul, el centro real del imperio otomano. Pero Estambul es todavía mucho mas que eso. Estambul es también el Gálata, el gran bazar, Sta Sofía, la mezquita azul, los Hammams… 0 comentarios