viernes, 27 de agosto de 2010

GRIZZLY MAN. Werner Herzog.

Aunque las pellículas de Werner Herzog son atemporales, esta producción no es nueva, es del 2005. Es siempre una fiesta adentrarse en las imágenes (más bien en los pensamientos y en la voz ) de Werner Herzog, así que dispongo mi mejor ron y la mejor compañía posible, para adentrarme en este maravilloso documental, que al principio parece ser un documental sobre los osos, para virar poco a poco hacia el análisis de la vida de Timothy Treadwell, de cara a las motivaciones que le llevaron a irse a vivir, durante aquellos 13 años, al santuario de aquellos peligrosos osos. Timothy, convertido en personaje público, y en estrella de un mundo americanizado, se presenta a sí mismo como el protector de los osos. Se presenta como Mesías. Desde diferentes grupos, ecologistas, religiosos, políticos, y sociales, se va creando un mundo de admiradores y detractores, de amigos y enemigos. Los creyentes en el Mesías, y los que niegan al loco. Werner Herzog despliega su genio usando la polifonía de Bajtín. Deja que cada personaje entrevistado sea canal del mundo que representa, o que se ahoge y se ridiculice en las ideas fijas que profana. Con respeto, sin enfásis. Todo sucede en el montaje. Se pone en principio del lado de Timothy, claro. Werner conoce bien la naturaleza. Durante aquellos dos años y medio del Fitzcarraldo vivió la selva en su verdadero esplendor. Es, además, por su origen, alemán, bávaro, un "respetador" de la naturaleza, casi por definición. Pero poco a poco, con esa mano genial, se va desviando: deja que el propio Timothy se presente a sí mismo, con su egocentrías, desequilibrios, con sus destellos infantiles y sus ataques de cólera (que a Werner le recuerdan a Kinski). A pesar de todo, se mantiene acechante, respetando su posición. Y al final, como Foucault, cambia las preguntas. No se trata de juzgar si el viaje de Timothy estaba bien o mal, se trata de vernos a nosotros mismos, cómo vivimos, cómo convivimos con la naturaleza, cómo analizamos los comportamientos de los otros. Aprovecha Herzog el documental para hacer una disección humana con más preguntas que respuestas. Y lo hace con un montaje exquisito, con un cariño, con una sensibilidad, con un arte, y, como vehículo de todo aquello, con una voz que nos recuerda al mejor narrador Welles, al mejor narrador Fernando Rey, al mejor Paco Rabal. Esa voz que le falta al cine y que puede llegar a ser el cine mismo. Esa voz que lleva en su dicción, en el timbre, en el ritmo, y en toda la emoción y sabiduría que transporta, todo lo que un oído, vínculo del alma, necesita. Gracias de nuevo, Werner.

jueves, 26 de agosto de 2010

THE GIRLFRIEND EXPERIENCE. Steven Sorderbergh. 2009

Esta película de Soderbergh apenas tiene trama. Una mujer joven y atractiva ejerce un tipo de ¿prostitución? de lujo que consiste en acompañar a sus clientes tanto en lo físico como en lo intelectual, en lo cotidiano y en lo emocional. La verdad es que no quisiera entrar en la crítica de la peli, montada a lo David Lynch sin serlo, sino en la multiplicidad de significados que la propia figura arroja sobre los modelos sociales y la forma en la que los vivimos. ¿Qué sentido tiene la figura de acompañante, alguien orientado a hacer más llevadera la soledad? ¿Y cuál es el estatuto de esa soledad, entre hombres (del género masculino) casados y ricos? ¿es que el modelo del éxito no es suficiente, ahonda aún más en las carencias humanas, estimula la individualidad, frustra lo humano? ¿o es que el modelo familiar al que pertenecen los clientes es ya insuficiente dentro de este paradigma? La figura de la girlfriend parece compensar estos polos, pero hace absurdo el poder económico, ya que acaba convirtiéndose en un medio de poder controlar la soledad a través de ella misma. La pescadilla que se muerde la cola, vamos. Este tipo de figuras parecen ser nuevas, parten de una sociedad mentirosa e hipócrita, establecen ya como realidad “la vida doble” a la que en determinados círculos económicos, que parecen llegar hasta una clase media burguesa, parecemos ingresar. La película, si algo transmite (o más bien, si algo da la oportunidad de generar desde uno mismo ) es la angustia que nos provoca ese mundo, la desolación del sinrumbo, de la soledad.

miércoles, 25 de agosto de 2010

EL AMOR Y EL EXTÁSIS. ISABEL MUÑOZ. Sala Canal de Isabel II

He sido avisado. Sabía que la exposición iba a ser dura. Y lo es. El rito es, para el espectador, hiriente. Tras los preparativos y el rito en si, a través del cuál se alcanza el trance, los participantes pueden hacer uso de todo tipo de objetos punzantes, para herirse, bien ellos mismos o a través de otros: cortes repetidos en la lengua, traqueotomías, agujas clavadas en la cara, que atraviesan la base de la boca, cuchillos en el ojo, hasta en el cráneo, y un largo etcétera, en el que el que lo realiza no siente dolor. El cuerpo físico queda a merced del otro, del espiritual, del místico. Y no siente. Desde fuera, el espectáculo es conmovedor. Elena no puede seguir mirando los videos. Yo aguanto estoicamente, hasta que siento que la posibilidad del desvanecimiento no queda lejos, entonces me siento, cojo aire observando las bellas figuras de los derviches, bailando. Pero me parecen imágenes débiles. No entiendo bien hacia donde nos quiere llevar Isabel Muñoz, con esta presentación. Presenta imágenes de ritos de inmolación, en el seno del sufismo, aunque no estoy seguro de que ese rito sea sufí, no estoy seguro de haber entendido eso. Pero, ¿es sólo la presentación de un hecho? ¿Pretende provocarnos el dolor físico empático? ¿Nos conduce hacia alguna toma de partido particular? No acierto una respuesta. Me alejo en mis recuerdos, cuando pedaleaba en pos de Konya, donde quería visitar la tumba del poeta sufí Rumi, y acabo sumido en mi neurociencia, pensando que más allá de cuerpos espirituales o místicos el dolor no es más que una interpretación del cerebro, y que, posicionado este en una posición concreta, es incapaz de sentir dolor. Pienso en eso y en las neuronas espejo, aquel tercio de corteza que nos permite sentir por el otro, esas que nos hacen retorcernos cuando aquellos cuchillos tocan el cuerpo ajeno.

lunes, 23 de agosto de 2010

¡¡Fuerteventura, apéndice gastronómico!! en www.pasape-cronicasviajeras.blogspot.com

Eroberung des Nutzlosen (“Conquista de lo inútil”) Werner Herzog. Editorial Blackie Books.

Llevo días queriendo hablar de este libro que me acompaña en estos últimos días. A Werner Herzog lo conocí gracias al azar, en un remoto programa de madrugada, cuando la 2 programaba obras maestras. No sabía quién era, pero a lo largo de aquellos fotogramas tuve una sensación que sólo he tenido en el cine de la mano de la mirada de Dreyer, sobre la fotografía de Bergman, la narración de Welles y del mejor Wilder (el de “Perdición”), junto con el mudo de Lang y un cierto Ophuls, el de “Carta”. Con todos ellos sabe uno enseguida que está asistiendo a “algo”. Entonces, aquella madrugada, me quedé a los títulos de crédito, y el nombre de Werner Herzog se me clavó para siempre en la memoria. Su mirada me es fascinante, pero además me es empática. Siento por Herzog, no sólo director, sino persona, una enorme simpatía. Su carácter me es amigable, y sus sueños me devuelven los míos. Por eso, hace dos semanas, tras comprar cuatro botellas de aceite para darme al placer de la cata de la oliva, en la calle Fernando VI, me acerqué a la librería Antonio Machado, por donde hacía tiempo que no pasaba (en ese gesto recupera uno lo que de algún modo ama). Y allí lo vi; “Conquista de lo inútil”, el diario de rodaje de aquel Fitzcarraldo, con Kinski, en el seno de la selva peruana. Habla Herzog en este diario de los pormenores cotidianos de aquel rodaje, en el que el peso de la selva, la convivencia con los indígenas, el manejo del ego de Kinski, las dificultades económicas y la desconfianza en un proyecto en el que sólo él creyó, junto con los enredos de prensa y el movimiento petrolero que quería hacer de aquel lugar un Yukón de oro, lo rodeaban todo. El objetivo era nítido. Herzog había visto en su interior cómo un barco remontaba el río, en plena selva, y ante la imposibilidad de seguir, tenía que ser remontado por la montaña, para alcanzar el rio por la otra ladera. Sin saber de qué era metáfora aquel hecho, confió plenamente en su intuición, y consiguió, tras más de dos años de lucha, terminar el rodaje. Cada detalle de ese diario es un trazo suelto y metafórico de un gran sueño, de una enorme confianza. Creo que aquella metáfora es la metáfora de la experiencia misma de aquel rodaje. El día a día bajo “la única dirección posible: siempre hacia delante”, de Patton, que él mismo nombra, es fin y medio. La plasticidad de su persona es infinita, se adapta a un entorno de serpientes y tarántulas, de tormentas y crecidas de agua, de calor y lluvias. Un entorno muy diferente al suyo de Baviera. Pero se adapta también a otro modo de percibir el tiempo; el tiempo amazónico: “después del amanecer, antes de comer, después de la tormenta, en la noche”. Dirigir a Kinski haciéndole sentir que él es lo más importante, que él lo es todo. Se adapta a los indígenas, que ven con los ojos de la selva. Y al mismo tiempo negocia con Hollywood y añora a su hijo, que crece en Baviera. Todo por la búsqueda de una gran metáfora de la que él desconoce el significado. Cada detalle de su observación es un detalle de genio y un detalle de hombre. Un ejercicio de fé, de libertad, de claridad. Cada paso es una Escila, un Caribdis. Y cuando Ítaca es alcanzado y el barco remonta, queda el halo de su confianza en sí mismo, queda el halo de la intuición, de la epifanía. Pero queda sobre todo un camino que comparte, y que hace de nuestros días de lectores un vergel, como el de la prima de mi padre, Rosalía, que apacigua los calores y las tormentas, al tiempo que mi sobrina Ana (Anititi para su tio) llora su primer diente y dice ya adios con la mano.

Fotografía y caza. Un diario de Somiedo.

Salimos temprano. Mucho antes de que el amanecer amaneciera. Poco después de las seis de la mañana ya caminábamos desde la parte de atrás de la Peral (desde donde no se ve la casa de Jimena)en busca de la senda que nos condujera al Rebeco. Estábamos en Somiedo. Pieriti guíaba la cacería. Al principio, caminábamos entre las piedras y sobre el agua a tientas, por ese valle inicial que llaman el Pozo de la baba. Aún no era de día. Ni siquiera había levantado la niebla, ni siquiera había aparecido la luz. El gran peñón, la Penouta, le dicen, a nuestra izquierda, no se enrojecía, no se iluminaba. A nuestra espalda un paisaje de nubes como aureolas, pezones de monte. Frente a nosotros, sólo sombras. Íbamos a ir subiendo junto al cortado del valle, tratando de encontrar rebecos en la ladera o en lo alto, haciendo equilibrios entre piedras, matorral y prado. De vez en cuando, un rebeco. Siempre el mismo ritual, una leve mirada de Pieriti al monte, y allí donde unos ojos normales apenas alcanzan a ver verde, piedra y cielo, Pieriti veía unas pequeñas manchas naranjas, que ya identificaba, no sólo como Rebecos, sino como macho, hembra, o hembra y cría. Después, la localización precisa con los prismáticos, y, el gran telescopio. Había que encontrar un rebeco macho, cuya distancia entre cuernos no superara los 7 centímetros y cuyo diámetro de cuerno no excediera tampoco esa medida. Desde cerca, eso es fácil. Desde lejos, para el inexperto, es una quimera, y para el experto, casi un espacio indeterminado. Para un observador inexperto e impaciente como yo, tras dos o tres localizaciones, me daba cuenta de que la tarea iba a ser a laboriosa, que no se trataba de llegar y besar el santo. No. En eso consiste el rececho. En acotar, encontrar una mejor situación, en encontrar la pieza exacta que buscas, y en encontrar el mejor lugar para acertar de lleno. Aunque esto no lo supe hasta el final, cuando el cazador acertó de lleno en el Rebeco, son estas las mismas habilidades que requiere el ejercicio de la fotografía, y no, desde luego, el uso de diafragma, enfoque y obturador, apenas conocimientos básicos. Cuando ya amanecía atravesábamos entre vacas el valle de Trabanco. Esas vacas, cuando unas horas después volvíamos arrastrando la presa, se volverían locas con el olor de la sangre, con el reguero del Rebeco sobre la hierba. Seguía sin aparecer el rebeco soñado. Seguíamos subiendo lentamente por nuestras paciencias. Arrastrábamos sueño e ignorancia por los valles. Solo Pieriti, que conoce al dedillo estos valles, sabe que existen otros rincones, sabe que la paciencia es la verdadera bala del cazador, y pasea tranquilo y confiado sus pasos desgarbados por los valles. Al final del valle de Trabanco, aparece el Collado que nos subirá allá donde empieza el siguiente valle, el Valle de Pigüeña. Hay que subir despacio, si el cazador llega cansado arriba, le tembalará el pulso. Desde arriba, observamos la laguna de Fontarente y, a la izquierda, otra peña, el Cornón, por cuya cuerda una pareja se convierte en silueta del horizonte. Desde arriba nos movemos agachados. Entre los matorrales se mueven los rebecos. Pieriti atiza sus catalejo e identifica la presa. El cazador se tumba, apunta, y acierta. Al otro lado, el rebeco cae por la ladera. Decenas de otro rebecos saltan asustados y se alejan hacia Fontarente, o piedras arriba. Después, el rito. Encontrarlo entre matorrales, destriparlo como regalo para los buitres, la foto, y arrastrarlo de vuelta. Al final, más de seis horas para un disparo. Entonces se le corta la cabeza, se mide, para comprobar que da el perfil, y se celebra la victoria con zumo de naranja, jamón ibérico, y tortilla. Así es la fotografía, un paseo lento hacia una toma incierta.

viernes, 13 de agosto de 2010

Fenando Renjifo. El Exilio y el Reino

FESTIVAL CITEMOR. Montemor O’Vehlo, Portugal, 6 y 7 de Agosto.


Llegamos a Montemor cuando el castillo campaneaba al crepúsculo. No mucho después entrábamos al maravilloso espacio en donde se iba a desencadenar la serie del Exilio y el Reino. En mi caso entraba sin ideas previas a aquella ruina tan bien convertida en escenario. Sin saber qué podía encontrarme. Al día siguiente, una vez repetida la trilogía y avanzada la madrugada, me encontraba mucho más enredado en preguntas que lleno de significados estéticos. Según se van aposentando las mañanas, veo aparecer una claridad, y recupero las emociones. Pero es necesario abandonar este impresionismo para ofrecer la vista del claro. Allá voy.
Una de las primeras prguntas, incluso antes de acceder a ese espacio intangible que normalmente se denomina “propuesta”, es la bien obvia de “¿Por qué estas tres obras, “El Lugar y la Palabra”, “Impromtus”, y “Tiempos como espacios”, es una trilogía?”. He oído en los pasillos y en las bambalinas loas al conjunto como conjunto. Pero no razones. Quizá equivocado de antemano, necesito encontrar las razones. Creo tenerlas. Unas, las mías. Creo, además, que hay una cierta coherencia con el título, y creo además, que funcionan en diferentes planos, con éxito.
Llamaré a esas razones, a esa razón, “la historia dialógica”.
En un plano formal, la estructura de las obras, de las tres obras, es claramente dialógica. En plástica o fotografía estaría compuesta en dos bandas entre las cuales se hallaría un muro permeable. En la primera, la conversación interferida, grabada y proyectada, “dialoga” con los versos de Gamoneda y con los textos del “Prólogo a la historia de los Reinos de taifas” y de “El collar de la paloma”. En la segunda, “Impromptus”, el trazo del movimiento de Renato, “roturando” el espacio (término de Derridá, que viene al dedillo), dialoga con el sonido del trazo de Marta, “roturando” el papel. En la tercera, el diálogo en ¿nigeriano? entre Pituá y Beto dialoga con los textos poéticos de Fernando, dichos, leídos. Funcionan como vasos comunicantes, no hay una dialogia directa. Sólo en Impromptus se produce de forma más directa.
Hasta aquí no hemos descubierto nada, sólo hemos descrito. Porque ¿cuál es el significado de ese diálogo, qué espacio significante transporta? Creo que hay varios “desplazamientos”, por llamar de algún modo a la creación de significados. En primer lugar, niega la univocidad. No existen significados unívocos. El contexto, el espacio de relación, es fundamental para dotar de significado. La periferia connotativa adquiere mucha más importancia dentro de la semiología. La verdad “en sí” se debilita, las concepciones ontológicas decaen, y el individuo se convierte en “individuo en relación”. A nivel político las consecuencias son inmediatas. La desaparición del elegido y la aparición de un espacio público no “en el que se busca la verdad”, sino que “es la verdad misma”. Una verdad que es dialogada, no fija. Una verdad que es probablemente más pregunta que respuesta. En ese sentido se desvelan también los demás planos constructivos de estas tres obras. En la primera, el diálogo es fragmentario, no “alcanza”, sólo “aparece”, “está”. Ya aparecen voces en libanés, incomprensibles para este espectador, y poesía. Son, en los tres casos, formas significantes desplazadas del discurso logocéntrico. En la segunda, el movimiento y el trazo no sólo se alejan de significados del lenguaje, sino que renuncian a toda referencialidad. Asumen lo más esencial de cada forma: el movimiento en sí (llámese ritmo o lugar en el espacio) y la traza del pincel (idem). En la tercera ocurre del mismo modo. Los actores hablan en un idioma ajeno al público, sin traducción. De ello nos llega la actio, el sonido, lo no verbal, lo expresivo, y los lugares que ocupan en un espacio escénico. Al otro lado, de nuevo, lo poético.
¿Qué soy?, me pregunto al salir de la primera obra. Soy mucho más que yo mismo, estoy hecho de historia, mi historia son los momentos compartidos, verbal y no verbalmente, con los otros. Mi materia es una materia comunicativa en la que soy barro modelado por lo verbal, lo no verbal, por el movimiento y el sonido, por todo lo que de poético hay en el mundo. “He sido con”, de ninguna manera "soy”. Creo que esta propuesta es radical, porque acaricia una motio interior, común; el amor.
Lo comunicativo lo es todo, pero las vías de esa comunicación han sido envenenadas por el tiempo. Conceptualmente, me parece intuir esta idea. Y, a pesar del razonamiento, digo “intuir”, porque más allá de todo lo dicho, estas obras no se ven, no se piensan. Invitan a reducir nuestra presencia racional para dejar espacio a esa parte nuestra capaz, si aquella desaparece, de percibir sin dificultad, a través de la emoción, de la intución, todo lo que la univocidad de un lenguaje logocéntrico ha ido acallando…