miércoles, 25 de agosto de 2010

EL AMOR Y EL EXTÁSIS. ISABEL MUÑOZ. Sala Canal de Isabel II

He sido avisado. Sabía que la exposición iba a ser dura. Y lo es. El rito es, para el espectador, hiriente. Tras los preparativos y el rito en si, a través del cuál se alcanza el trance, los participantes pueden hacer uso de todo tipo de objetos punzantes, para herirse, bien ellos mismos o a través de otros: cortes repetidos en la lengua, traqueotomías, agujas clavadas en la cara, que atraviesan la base de la boca, cuchillos en el ojo, hasta en el cráneo, y un largo etcétera, en el que el que lo realiza no siente dolor. El cuerpo físico queda a merced del otro, del espiritual, del místico. Y no siente. Desde fuera, el espectáculo es conmovedor. Elena no puede seguir mirando los videos. Yo aguanto estoicamente, hasta que siento que la posibilidad del desvanecimiento no queda lejos, entonces me siento, cojo aire observando las bellas figuras de los derviches, bailando. Pero me parecen imágenes débiles. No entiendo bien hacia donde nos quiere llevar Isabel Muñoz, con esta presentación. Presenta imágenes de ritos de inmolación, en el seno del sufismo, aunque no estoy seguro de que ese rito sea sufí, no estoy seguro de haber entendido eso. Pero, ¿es sólo la presentación de un hecho? ¿Pretende provocarnos el dolor físico empático? ¿Nos conduce hacia alguna toma de partido particular? No acierto una respuesta. Me alejo en mis recuerdos, cuando pedaleaba en pos de Konya, donde quería visitar la tumba del poeta sufí Rumi, y acabo sumido en mi neurociencia, pensando que más allá de cuerpos espirituales o místicos el dolor no es más que una interpretación del cerebro, y que, posicionado este en una posición concreta, es incapaz de sentir dolor. Pienso en eso y en las neuronas espejo, aquel tercio de corteza que nos permite sentir por el otro, esas que nos hacen retorcernos cuando aquellos cuchillos tocan el cuerpo ajeno.

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