jueves, 26 de febrero de 2009

La Isla de Pascua

26 de Febrero
Hay, hasta en nuestras más estrictas convicciones, inmensos socavones. Quiero decir, en mi rechazo a los periódicos, en mi (no diré constante porque los frecuento cada dos semanas con la certidumbre de seguir leyendo lo que ya decía hace ya dos semanas, y digo leyendo por decir, porque rara es la vez que consigo encontrar algo en lo que detenerme) surfeo por sus páginas, en mi convicción de que nada de lo que en realidad ocurre sucede allí, hay, decía, veces, días, como hoy, en los que algo nos llama la atención, como una luz. "La Isla de Pascua", se titulaba hoy. Un profesor de sociología establece un paralelo, casi una metáfora (seguramente por la desconfianza de que sus lectores sean capaces por si solos de entender dicha figura retórica en cuanto tal, explica en paralelo) entre la Isla de Pascua y nuestro momento "económico" actual. ¿Por qué desapareció la isla de Pascua? La Isla, situada en el Pacífico, perteneciente a Chile, se caracteriza por los Moaís, esas gigantes esculturas de piedra repartidas por todo su espacio geográfico. Parece ser que esa isla, hoy sin vegetación ninguna, tuvo un tiempo esplendoroso de vegetación y grandes árboles que los indígenas utilizaron para transportar las moles de piedra que después tallaban. La lucha desmedida por los recursos (según el escritor del artículo) dió pie a las luchas internas de las dos etnias de las isla, que el holandés Jakob Roggebben se encontró en Abril de 1772, a punto de desaparecer, por eso mismo, por la desaparición de sus recursos, en sus luchas internas. La propuesta del articulista es evidente, ante la situación actual. Las tres salidas que propone, la cíclica, la del cambio, y la de la violencia y revolución, son viejos conocidos de nuestra historia. Quizá existan posibilidades aún por descubrir.

El artículo en http://www.elpais.com/articulo/opinion/isla/Pascua/colapso/global/elppgl/20090226elpepiopi_4/Tes

lunes, 23 de febrero de 2009

el Quinto de Brademburgo

No quisiera dejar pasar la oprtunidad de escribir sobre el Quinto de Brademburgo. Diré de antemano que quedo lejos de su comprensión, y quizá por ello de un juicio certero. La escuché, por segunda vez en directo, tras aquella de hace tres años en el Festival conde Duque, en el ciclo de Cantatas de la Comunidad de Madrid. También por Hipocampus. Esta vez me gustó el primer movimiento, en todos sus sentidos, el fraseo, la continuidad, las voces y los episodios armónicos conducidos hacia el tema. El continuo estuvo brillante y los solos de clave también, aunque en algún momento, dios me perdone, me sobró expresión. En los momentos de expresividad menos evidente, hubo, sin embargo, mucha emoción. El clave solo inundándolo todo. El segundo movimiento, sin embargo, me decepcionó un poco, goznado los detalles del continuo y del solo de clave, me faltó mayor integridad, escuché una cierta pérdida de la línea global, de la continuidad del movimiento. En el tercero, a medio camino entre ambos. Hubo lo mejor del primero y lo menos bueno del segundo.

sábado, 21 de febrero de 2009

Los bárbaros. Baricco

„Los bárbaros“ Alessandro Baricco. 13/02/09
Un signo antibárbaro es, sin duda, la escritura. Por definición. La escritura es pensamiento al ralentí, es decir, el pensamiento que se toma el tiempo de ser pensado; reflexión. Pero, claro, esa es sólo una definición. Suponer que las definiciones se cumplen es reducir la realidad a una discontinuidad académica. Por suerte, los diccionarios han aceptado el proceso, y renuevan sus términos hacia su uso en la práctica. Escribir no es ahora, hoy, ni más (ni menos) que el „acto de escribir“. De lo que deducimos que un ensayo podría ser, aunque antibárbaro por suposición, sólo una rabieta. Por suerte no es el caso.
La lectura de „los bárbaros“ de Baricco nos deja un poco con la miel en los labios. Lo que al principio parece una simple introducción, una presentación del Tema, que parece aspirar hacia un análisis profundo de la realidad, que en algunos momentos consigue acariciar, como cuando el siciliano se bebe su vino hollywoodiense, o la periferia de la hamburguesa se convierte en motivo principal, en el resto nada en un terreno conocido, casi en una conversación entre amigos en la que se defiende la vieja buena literatura, vamos a decir a Joyce, a Broch, a Kafka, cuando en realidad ninguno de los conversantes la leyeron. Echamos de menos una argumentación más fuerte, un entendimiento mayor del proceso. Ir más allá de donde llega una conversación, por otro lado inteligente, de taberna.
Si pienso ahora sobre ello, tengo un retrato del Bárbaro equivalente al que tenía anteriormente, un hijo del imperio americano, en todas sus facetas. Lo que ya sabía, alguien que va a ver películas que ya conoce pero que le hacen llorar, alguien que lee a Lucía Etxebarría, y no sólo no tiene pudor en decirlo, sino que lo esgrime como bandera intelectual, como tema de discusión en sus reuniones de grupo. Come mal, pero eso ya se sabía. Trabaja como un cabrón, pero te habla de producción, critica al presidente y habla de economía como si ese fuera el motor del mundo. En el tema fútbol es difícil estar de acuerdo con Baricco. La profesionalización del deporte hace las exigencias mayores. Los métodos de entrenamientos, el análisis táctico, el trabajo en equipo, ha superado con mucho lo de hace veinte o treinta años, y ha minimizado las diferencias entre genios y gregarios. A mi también me gustaba más McEnroe, probablemente Anquetil, o Zatopek, pero no hay duda que lo conseguido por Federer, el fútbol de ahora, lo de Amstrong, no tiene comparación con las facilidades de entonces, en la que los métodos de entrenamiento y la cantidad de dinero que se movía era incomparablemente inferior a la actual (baste como ejemplo el hecho de que a Steve Ovett, en 1981, tras batir el record del mundo de 1500, le pagaron 10 libras para que volviera a casa).
Todo es como el círculo absurdo de los retretes, lo mire por donde lo mire, elija usted el orden que elija, no le quedará más remedio que tocar algo que una mano anterior, cargada hasta arriba de guarrería, lo hizo antes que usted; la puerta, la cadena, la tapa, el grifo. Puede parecerle todo resuelto si se lava las manos con jabón, si consigue secárselas. Aún así, no sueñe, aún le quedará la última puerta. Con suerte la podrá abrir con los pies. Así de circular es el mundo de Baricco, un mundo también sin salidas, que nos permite reconocer el mundo tal y como lo habíamos reconocido, y a nosotros mismos como un subproducto, ya amalgamado, dócil y abducido, de ese mismo producto. Al mismo tiempo leemos con la sensación de estar asistiendo a un nuevo producto, este también facilitado, en el que las conclusiones se alcanzan de manera sencilla, sin esfuerzo, dejándonos con la vaguedad de las posibles interpretaciones, y en las que el razonamiento no nos calma por completo. Es como el propio vino hollywoodiense. Por otra parte, ¿cómo hacer comulgar nuestra defensa del valor objetivo con un pensamiento no conservador, con el deseo de la igualdad de oportunidades sin caer en los peligros y trampas que eso conlleva? ¿cómo contrarrestar la pregunta que lo sobrevuela todo (¿es que los libros que tú lees son mejores?)sin quebrar los principios morales de la humildad, sin atribuírnos a nosotros mismos un sentido aristocrático? ¿cómo defender la sacralidad de los gestos cotidianos y aborrecer al tiempo la falsa hipocresía, protocolaria, de nuestro mundo y del anterior?
Leemos con facilidad y gusto lo que ya sabíamos, y volvemos por donde habíamos venido.

viernes, 20 de febrero de 2009

En lo de Movistar mejor empezar por el final

¿Cuál sería de verdad la estrategia en casos como el descrito hace unos días? ¿Decir la verdad? ¿Expresarle con claridad a una comercial que conoce desde dentro al monstruo, que sabe lo que se cuece? ¿Quizá vibrar con sus propios anhelos, con sus propias decepciones, con su último deseo de gritar? Me preguntó cuánto ganará un comercial de telefónica, pero teniendo en cuenta que está expuesto al público, que cumple la función de escudo antimisiles ante el cliente enfadado, que ha aprendido de memoria ese "disculpe la espera, sr. pasape", dudo que sea mucho. Los emolumentos suelen ser directamente proporcionales al número de escalones alejados del público, e inversamente proporcionales al verdadero trabajo, diario, repetitivo, donde, aunque el lenguaje (el verdadero poder del poder, según Foucault) lo niegue. "Un puesto de responsabilidad" es, en la actualidad, el equivalente a la posibilidad de ejercer la corrupción, sin que eso signifique que uno, necesariamente, la ejerza. Un "puesto de baja responsabilidad" es gestionarle al cliente sus quejas, aguantar su humor, dirigirle, explicarle, etc... Una metáfora de la realidad de hoy, en la que la economía, ese ente abstracto, es el objeto de la responsabilidad, y el ciudadano, en último término las personas, son relegadas a objeto de "baja responsabilidad". Total, si las cuentas salen, qué puede importar no sólo el servicio, sino la función para la que algo fue creado (a saber, el teléfono para facilitar la comunicación, a qué ajena prehistoria se remontan nustros pequeños actos cotidianos).
Nos vamos contentos con el nuevo teléfono a casa. Contentos. ¿De qué? ¿De pertenecer al progreso? ¿De avanzar, con aparatos que apenas podemos entender, que nos comprometen más y más, que nos exigen económicamente y nos hacen depender aún más, que nos comprometen con el consumo y nos acaban ahogando? ¿Por qué contentos, de la obligación del vínculo a una compañía que no tiene nada que ver con nosotros, impersonalizada ya, de puro tamaño? Recuerdo una de las más bonitas historia del duelo Coe-Ovett. Ambos siguieron perteneciendo a su club "de siempre" hasta el final, siendo incluso campeones olímpicos. No renunciaron a sus comienzos, al grupo pequeño en el que se formaron como atletas. La pertenencia es como una institución familiar, seguramente su esencia radica en que sin uno la institución cojea. Uno se convierte en algo necesario, que participa y recibe. Nuestras empresas, las tiendas en las que compramos, los clubes a los que pertenecemos, el gimnasio al que vamos, han perdido todo lo que pudieron tener de aquello. Los clientes son sólo ahora medios para otra cosa, no fines en sí mismos. Y en esa nueva batalla, la estrategia es clara: hacer pensar al cliente que se va vencedor, con su teléfono en mano, y así mantenerle como el medio para los fines mayores. Un batalla de vencedores vencidos; los que la jugamos, y los que la ejecutan.

jueves, 19 de febrero de 2009

Telefónica movistar 19 Febrero 2009

Telefónica movistar

Aprovecho este hallazgo, para titular esto así: „Telefónica“. Toma ya. Cuánto de lirismo no hay en un título así. Y lo mejor está por llegar, estoy a punto de hablar de un clásico. Todo empezó cuando me dejaron de oir al otro lado de la línea de mi antiguo móvil, uno de los que más he adorado. Pequeño y sencillo. Tuve que utilizar uno que nos habíamos encontrado y que aún no hemos devuelto. Vino el cargo de conciencia y, en mi queja, Aiblín me dijo que a ella la habían llamado para ofrecerle uno, que se lo habían mandado gratis, y a Agnieszka, y a Lerlys... Así que llamé para pedir yo también uno, y, claro, me ofrecieron algunos impagables. „Mire, lo que yo quiero es un teléfono gratis, no gran cosa, pero gratis“ „Pues con los puntos que tiene no le podemos ofrecer ninguno gratis“ „Mire, es que Vodafone me ofrece uno gratis por pasarme a su compañía“. No es que me quisiera pasar de listo, estaba utilizando una frase hecha, con total seguridad, lejos de una verdadera estrategia. „Ah, entonces lo que usted quiere es una contraoferta“ „Eso, eso es lo que yo quiero, una contraoferta“. Así que pasé a una comercial, joven, jovial y simpática, que empezó también por teléfonos impagables, y acabó en un Nokia 6300 „muy bonito, yo también lo tengo“, que acepté por su precio reducido: gratis, en el sentido absurdo de la moderna utilización, gratis si usted permanece 18 meses con nosotros, siendo, como es, expoliado. Así que salí a buscar mi Nokia 6300 por todos los distribuidores de Movistar: „No lo tenemos“ „no lo tenemos“ „no lo tenemos“, „no lo tenemos“, hasta que un alma caritativa me dijo „ese teléfono no se fabrica desde Octubre, igual lo encuentra porque a alguien le sobre, pero lo tienes difícil“ „¿Y cómo puede ser, si movistar me ha ofrecido exactamente este móvil?“ „Es que una cosa es movistar y otra los distribuidores“. Toma ya. Esas tiendecitas de movistar son, en realidad movistar distribuidores, y el movistar al que usted llama es el movistar „sabe dios“, pero lo importante, lo verdaderamente importante, es que „eso es cosa de movistar“. Eso te lo dice un tío en una tienda verde en la que cada dos metros dice en grande: „MOVISTAR“ Toma ya. Por supuesto, decidí cabrearme, y mantener mi cabreo, de una forma un poco teatral. Me puse infantil: „ahora quiero un teléfono mucho mejor, y gratis“ Llamé, lo expliqué despacio y suave, pero fingiendo una seriedad y una consistencia cabreada, que imagino muy aficionada. Di, por suerte, con una mujer con dos cojones, que no entró directamente al juego (era un juego de aficionados) sino que defendió con total dignidad, todo hay que decirlo, la existencia del Nokia 6300 y la cortesía de telefónica hacia mi. Discutimos con intensidad y lo resolvimos como personas mayores. „Como no vamos a estar de acuerdo, dígame que me ofrece“ Me ofreció un Nokia 6500. Pero no, yo estaba empecinado con el 6210, con GPS, que era un teléfono superior a mis capacidades para usarlo, pero lo quería gratis. „38 euros“ „Gratis“ „38 euros“ „Gratis“ „¿No me va a rebajar esos 38 euros, como una verdadera cortesía, después de los distribuidores movistar que me ha hecho visitar?“ „No, imposible, estamos hablando de un teléfono de casi 300 euros“ Y me debió ver que estaba a punto de ceder, no a comprarlo, pero a no seguir intentándolo, y, como una maestra, dijo „le puedo ofrecer un descuento del 15% en sus llamadas de los próximos 6 meses“ „Eso sí, eso me gusta, si es así, vale“ Y así fue. Absurda lucha de gallos. Las compañías telefónicas abusan y expolian a sus clientes, trabajan con márgenes espectaculares y con beneficios descomunales, y todavía se permiten estrategias de racaneo. Los clientes, nosotros, hemos creado el instinto de creernos que nos ofrecen algo gratis, que nos regalan algo (no otra cosa que la pleitesía y la obligación de permanecer junto a ellos, mes tras mes, pagando sin parar) y nos vamos tan contentos a casa con nuestro teléfono nuevo y nuestro pírrico 15% de descuento. Todos jugamos un juego idiota en el que fingimos ganar, y hasta fingimos „jugar“. Hasta el propio juego es ficticio. Así es el mundo movistar, el nuestro.

lunes, 16 de febrero de 2009

Hamburgo blanco 13/02/09

El Hamburgo Blanco.

Volví a Hamburgo en Febrero del 2009, hacía ya 9 meses desde la última vez, en mayo, cuando se podía ir en kayak por los canales, pasear por Harburguer Park, y coger la bici para cualquier cosa. Desde el cielo, esta vez, todo estaba blanco, blanco y a la vez gris, como si la ciudad no se atreviera del todo a ser blanca blanca, como si una cortina traslucida lo impermiablizara todo. Me recuerda mucho a algo quem e resulta esencialmente alemán, centroeuropeo al menos; las cortinas. Ni dejar ni impedir que la luz pase, ni atreverse ni no atreverse a abrirlo todo hacia fuera. La desconfianza hacia lo exterior. Como la niebla. La ciudad me resulta ya de una familiaridad absoluta, no sólo los rincones que ya me conozco, la rutina del aeropuerto, del Schnell Bus, del metro, las escaleras del Stintfang hacia el Albergue, la retahíla de cosas que uno debe saber cuando vienen a un albergue, cosas ya conocidas, que contadas de nuevo nos permite obtener matices de tono de voz, o enternecernos con el recuerdo. Y ahí está el Landungsbrücke solitario, trsite, abandonado, duro, gris, bello mientras nieva por las mañanas desde la colina. He visto ese puente, ese puerto, en su cumpleaños, a cuarenta grados en Mayo, y he desayunado esta vez viendo nevar y nevar sin parar, he corrido a la orilla del río sin poder pisar otra cosa que nieve y hielo. Y Jungferngstieg, en obras, ya los amantes y los amigos no están para celebraciones exteriores. Es el invierno, como el del Rathaus al que le sobra plaza de puro frío. Todo está más solo, más frío, y a la vez bello y blanco. Me gusta Hamburgo. Es una ciudad que he hecho mía, por la que camino a la vez como extranjero y como algo que le pertenece. Ya he pasado días en Eppendorf, en Landungsbrücke, cerca de Hauptbanhof, en Stadhausbrücke, el barrio portugués ha pasado ya a no atraerme, prefiero las pequeñeces junto a Grossneumarkt, esa plaza sin iluminar que podría ser y más parece una llamada a lo suburbial. Adoro correr por Pflanzen und Blumen, comer en Deichstrasse, esas sopas de invierno, los pescaditos fritos (Stichs?) del Elba en esta época del año, me gusta la amabilidad estructurada de los camareros alemanes, su sorpresa ante la broma, la retórica de los gestos del oficio, siempre del mismo modo, a la vez maravillosa y distante. Nada dejado a su propio curso. Y, aunque resistente, siempre la sonrisa de la camarera ante la tercera broma, ante la insitencia del pájaro crpintero que acaba rompiendo la concha. Me gusta Alemania hasta el punto de no querer vivir nunca allí. Me gusta con la frescura de las amantes, tal y como aparece y desaparece. Me gusta aparecer por Wandalenweg, y desaparecer camino de Ohlsdorf. Me gustan los cursos y el Té. Me gusta ir a dormir temprano, mis pequeños ratos de lectura, mis carreras, y la visita al museo de al lado de Rathaus, donde pude ver más Matisses que en mi vida. Y la música que me hubiera gustado escuchar y no pude. Y el idioma, ese idioma que adoro, y que, a pesar de su fama de dificultoso, no deja de darme alegrías, los pequeños objetivos cumplidos, ir, también como el pájaro carpintero, rompiendo su protección externa, acercandome, poco a poco, a su comprensión. En el curso de Vleeming entendí por fin la introducción, supe lo que debía haber pasado ese Julio ya lejano de 2007, cuando, atónito, no entendí ni una palabra de aquella bienvenida. Qué maravilla ver abrirse a una flor, como el amanecer, ver a esa mujer desprenderse de su máscara, de sus ropajes, romper un huevo, quitar el envoltorio a un regalo, romper el sobre de la carta de un amante o de un amigo, ir viendo al idioma quitarse sus resistencias, dejar sólo la precisión de las palabras, la belleza de los sonidos, dejar que aparezca su forma particular de ver las cosas. Me gusta Alemania, me gusta volver a Alemania.

viernes, 13 de febrero de 2009

Matisse retratista

MATISSE. Exposición. 13 Febrero 2009

Vi a Matisse, al Matisse retratista, en un pequeño museo, en la plaza del Ayuntamiento de Hamburgo. La exposición trataba de representar la visión matisiana del hombre, supongo que del alma humana. Todos eran retratos, de su mujer, de sus hijos, sobre todo de una de sus hijas, de amigos, de gente de negocios, de compañeros de trabajo, de modelos. Me pregunto cuánto me interesó, me pregunto cuánto había allí de verdadero interés para mí, cuáles son los parámetros de la valoración de un genio, tanto como para considerarle uno de los pontífices del Arte moderno. ¿Cómo explicar lo que vi? Después de leer la pequeña biografía escrita en la exposición, de ver fotos y dibujos de los protagonistas, empecé a ver los cuadros. Algo había allí de lo que había dejado el postimpresinismo, de Cezanne, sobre todo; esas manchas que tanto me gustan, pero después había una simplificación de la forma, de las líneas, la aparición de manchas planas de color. Matisse utiliza el trazo como generador de forma, supongo que incluso de expresión. Mucha menos importancia tienen la luz y las manchas. Creo que las posturas tampoco son claves, los fondos, en su vertiente plana, y de color, pueden serlo. Pero, por supuesto, es la mirada de Matisse la que lo llena, no el personaje. Hay una alegría infantil, claro, y una ingenuidad; hay también ingenuidad. En cuanto a los detalles plásticos, nada nos habla de virtuosismo, quizá ahí radique una de las bases: abolición del virtuosismo en favor de la ingenuidad. Uso del color para expresar una alegría, (que quizá podría definirse mejor como limpieza, como falta de oscuridad ) que lo recorre todo. En cuanto a mi, frente a aquellos cuadros, sentí una inmensa alegría de visitar un museo en Hamburgo, tras una de las sesiones de Vleeeming, me sentí feliz de acercarme a la pintura, de ver por fin de verdad una serie de Matisse, en fin, de rellenar un hueco. Me dejó más dudas que otra cosa. Una frialdad mayor que la lectura de „los bárbaros“ de Baricco, que al menos me había levantado del asiento para gritar, que había despertado mis sentidos. Matisse me plantea preguntas sobre la institución, sobre la definición de los papeles en la historia, sobre el juicio artístico, y sobre mi verdadera comprensión de las aportaciones de cada uno. Un mar de dudas a la baja.