sábado, 21 de febrero de 2009

Los bárbaros. Baricco

„Los bárbaros“ Alessandro Baricco. 13/02/09
Un signo antibárbaro es, sin duda, la escritura. Por definición. La escritura es pensamiento al ralentí, es decir, el pensamiento que se toma el tiempo de ser pensado; reflexión. Pero, claro, esa es sólo una definición. Suponer que las definiciones se cumplen es reducir la realidad a una discontinuidad académica. Por suerte, los diccionarios han aceptado el proceso, y renuevan sus términos hacia su uso en la práctica. Escribir no es ahora, hoy, ni más (ni menos) que el „acto de escribir“. De lo que deducimos que un ensayo podría ser, aunque antibárbaro por suposición, sólo una rabieta. Por suerte no es el caso.
La lectura de „los bárbaros“ de Baricco nos deja un poco con la miel en los labios. Lo que al principio parece una simple introducción, una presentación del Tema, que parece aspirar hacia un análisis profundo de la realidad, que en algunos momentos consigue acariciar, como cuando el siciliano se bebe su vino hollywoodiense, o la periferia de la hamburguesa se convierte en motivo principal, en el resto nada en un terreno conocido, casi en una conversación entre amigos en la que se defiende la vieja buena literatura, vamos a decir a Joyce, a Broch, a Kafka, cuando en realidad ninguno de los conversantes la leyeron. Echamos de menos una argumentación más fuerte, un entendimiento mayor del proceso. Ir más allá de donde llega una conversación, por otro lado inteligente, de taberna.
Si pienso ahora sobre ello, tengo un retrato del Bárbaro equivalente al que tenía anteriormente, un hijo del imperio americano, en todas sus facetas. Lo que ya sabía, alguien que va a ver películas que ya conoce pero que le hacen llorar, alguien que lee a Lucía Etxebarría, y no sólo no tiene pudor en decirlo, sino que lo esgrime como bandera intelectual, como tema de discusión en sus reuniones de grupo. Come mal, pero eso ya se sabía. Trabaja como un cabrón, pero te habla de producción, critica al presidente y habla de economía como si ese fuera el motor del mundo. En el tema fútbol es difícil estar de acuerdo con Baricco. La profesionalización del deporte hace las exigencias mayores. Los métodos de entrenamientos, el análisis táctico, el trabajo en equipo, ha superado con mucho lo de hace veinte o treinta años, y ha minimizado las diferencias entre genios y gregarios. A mi también me gustaba más McEnroe, probablemente Anquetil, o Zatopek, pero no hay duda que lo conseguido por Federer, el fútbol de ahora, lo de Amstrong, no tiene comparación con las facilidades de entonces, en la que los métodos de entrenamiento y la cantidad de dinero que se movía era incomparablemente inferior a la actual (baste como ejemplo el hecho de que a Steve Ovett, en 1981, tras batir el record del mundo de 1500, le pagaron 10 libras para que volviera a casa).
Todo es como el círculo absurdo de los retretes, lo mire por donde lo mire, elija usted el orden que elija, no le quedará más remedio que tocar algo que una mano anterior, cargada hasta arriba de guarrería, lo hizo antes que usted; la puerta, la cadena, la tapa, el grifo. Puede parecerle todo resuelto si se lava las manos con jabón, si consigue secárselas. Aún así, no sueñe, aún le quedará la última puerta. Con suerte la podrá abrir con los pies. Así de circular es el mundo de Baricco, un mundo también sin salidas, que nos permite reconocer el mundo tal y como lo habíamos reconocido, y a nosotros mismos como un subproducto, ya amalgamado, dócil y abducido, de ese mismo producto. Al mismo tiempo leemos con la sensación de estar asistiendo a un nuevo producto, este también facilitado, en el que las conclusiones se alcanzan de manera sencilla, sin esfuerzo, dejándonos con la vaguedad de las posibles interpretaciones, y en las que el razonamiento no nos calma por completo. Es como el propio vino hollywoodiense. Por otra parte, ¿cómo hacer comulgar nuestra defensa del valor objetivo con un pensamiento no conservador, con el deseo de la igualdad de oportunidades sin caer en los peligros y trampas que eso conlleva? ¿cómo contrarrestar la pregunta que lo sobrevuela todo (¿es que los libros que tú lees son mejores?)sin quebrar los principios morales de la humildad, sin atribuírnos a nosotros mismos un sentido aristocrático? ¿cómo defender la sacralidad de los gestos cotidianos y aborrecer al tiempo la falsa hipocresía, protocolaria, de nuestro mundo y del anterior?
Leemos con facilidad y gusto lo que ya sabíamos, y volvemos por donde habíamos venido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario