lunes, 22 de noviembre de 2010

ANA MARÍA MATUTE. PREMIO CERVANTES

Cómo cambia el tiempo. Hace nueve años le dedicaba a la Matute mi tesina, después de conocerla en El Escorial, y compartir esos whiskies de malta con los que ahogaba la timidez. Tenía ya cosas de vieja, y no sólo la flata de oído, sino la de la memoria, aunque mantenía el respeto sobre los compañeros de profesión, y aún se ubicaba como narradora más que como intelectual. Hoy me sorprende y me inquieta ese premio Cervantes. De ella, entonces, me cautivó su persona. Cuando la leí, por kilos, me siguió cautivando su persona, más que la narradora Matute. La razón era, para mi, obvia. Tras la lectura de “Primera memoria”, ninguno de los otros libros alcanzaban la intensidad narrativa que este alcanzaba. Era, y, es, sin duda, su obra maestra. Y la obra lo es. Una obra maestra. Los siguientes de la trilogía no le alcanzaban, “la Torre vigía”, novela por la que ella tenía predilección, se situaba en un marco fantástico y medieval, como “Aranmanoth”, que, si bien muy bien escrito, no tenía el vuelo significantes de los anteriores. Su obra es la de una excelente narradora de lo, en cierta forma, fantástico. Cuando me pregunto por la razones de ese Cervantes, me asalta la inquietud. ¿tenemos que seguir premiando a autores que empezaron a publicar en los cincuenta? ¿No hemos sido capaces de generar nada más? ¿Necesitamos todavía esos textos de una infancia de postguerra para alcanzar la excelencia narrativa? ¿Es que acaso no nos quedan temas a la altura del mundo de hoy? Pienso en algo generacional, y algo de género. Debemos equilibrar los premios entre hombres y mujeres. Ese valor es justo. La luz de la Matute en ese universo masculino, junto a Carmen Martín Gaite y Josefina Aldecoa merecen su premio. La generación de Ignacio Aldecoa, Antonio Prieto, y Matute, merecían también su premio. ¿Pero es eso en verdad lo que premia el Cervantes? Recuerdo que cuando Lola fue a Barcelona,mandé a Ana María Matute, con ella, una botella de Bowmore, para que no se envenenara con tanto Cardhu. Hoy soy yo el que lo necesita. Quizá eso despeje mis dudas, mientras me alegro por ella, por Ana María y por las mujeres nacidas en los treinta, de que ahora, su última memoria disfrute con la compañía de su querido Pablo, de las mieles literarias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario