lunes, 29 de noviembre de 2010

El Alcalde de Zalamea y el Frente Polisario

El Sábado 20 de Noviembre cumplo una promesa y un deseo, y me dejo caer, de la mano de la mejor mano, en el teatro Pavón, para asistir a “El Alcalde de Zalamea”, de, permítaseme decirlo así, de "Don" Pedro Calderón de la Barca. En la compañía nacional reconozco alguna cara que me alegra los afectos. Por lo demás, me sumo en una inmensa decepción que poco o nada tiene que ver con la interpretación. Para el que no conozca la historia, podríamos resumirla así; un capitán del ejército quiere acostarse con la hija de un campesino rico, don Pedro Crespo, pero como este se lo pone difícil y ella no quiere, decide violarla. Y lo hace. Ella, “deshonrada”, según las convenciones de la época, se lamenta. Su hermano la venga hiriendo (levemente, eso sí) al capitán, lo que supone una afrenta al ejército, y el padre le pide, al capitán, para limpiar su honra (la suya, la de Pedro Crespo, y la de su hija), que se case con ella. Como este no accede, y el campesino rico es nombrado alcalde (también Deus Ex Machina, mira tú), le encierra y le ahorca, tras juicio sumarísimo. Algo para lo que no tiene potestad, ya que el ejército tiene su propia jurisdición. Al final viene el rey, y aunque no le parece bien lo que ha pasado, o más bien le parece digno de castigo, por haber saltado las líneas de jurisdicción, como tiene prisa y otras cosas en que pensar, le absuelve (al alcalde ) y le nombra alcalde vitalicio. Toma ya.

En la obra planea un tema sobre todos los demás; la justicia. Y una pregunta: ¿existe una justicia superior a la aplicable, según las leyes, en el espacio limitado de las jurisdiciones? O lo que es lo mismo, ¿puede un villano tener derechos iguales y bajo las mismas leyes que un capitán o un soldado, que un noble? En el siglo XVII esta respuesta era una obviedad. No, no puede. Sin embargo, Calderón, haciéndose eco de las atrocidades que la soldadesca cometía por las villas, utiliza el espacio del teatro, donde las cosas se pueden decir sin que parezcan reales pero resonando con la realidad, para poner bajo pliegos la pregunta, y sobreponer una ley superior y aplicable a todos; la moral, a la ley del derecho. Visto así, y aderezado con que Pedro Crespo mata para defender un honor y una honra que ya no es la nuestra, quizá resuene lejano, pero… ¡¡y de ahí viene y deviene mi decepción!!, no lo es. El día 8 de noviembre, el ejército marroquí, presente en el Sahara occidental desde la marcha verde del setenta y cinco en contra de las resoluciones de la ONU, entra en el campo de refugiados de Al Aaiun, y comete atrocidades sin cuento, saldadas con vidas perdidas, heridos, destrucción de tiendas, etc… No es nada nuevo en el Sahara, como no lo es ni lo ha sido en Irak, Afganistán, como no lo fue en Vietnam, como no lo fue en Nicaragua, en Guatemala, como no lo ha sido ni lo ha dejado de ser en miles de distintos lugares en los últimos cuatrocientos años. Lo interesante del caso es que mientras se representa “el Alcalde" en el Pavón, el ejército marroquí viola los derechos humanos entre los saharauis. Pero, como existen jurisdicciones para unos y jurisdicciones para otros, el consejo europeo decide mantenerse en calma, y el gobierno español pide prudencia. Nuestros ministros dicen que no hubo violencia en la marcha verde (¡¡santo Dios!!), y que habrá que ver si la hubo ahora (cuando es una evidencia a gritos que la hubo). Así que el Polisario (nuestro Pedro Crespo) avisa que volverá a las armas si es necesario, mientras el ejército marroquí sigue su paso ajeno a las leyes que rigen a los humanos de a pie. ¿Y el rey? ¿Dónde está el rey? Papel otorgado a la legislación internacional, está ocupado en otras cosas, y tiene prisa por marchar, como aquel Felipe II de Calderón.
Cuatrocientos años después la historia se repite. La dignidad y la moral no han conseguido imponerse en estos cuatrocientos años a los privilegios otorgados, a la doble justicia. El Frente Polisario carece de la vara de la ley, todavía.
De ahí mi decepción. El Teatro está lleno. La representación es arqueológica, museológica. El público participa de aquella "alienación" en el mismo grado que la propia dirección, como si aquello no fuera con nosotros. Es tratada, incluso, con un cierto carácter cómico, como si la honra y la justicia, en “aquella” historia, fuera ya algo de otro mundo. Se ha perdido la oportunidad de conectar el Teatro de ayer con el mundo de hoy. La desconexión es total. Y es esa desconexión, y no otra cosa que esa desconexión y la buena publicidad, no nos engañemos, no es el Teatro, la que llena los Pavones. Otras salas, que sí asumen la responsabilidad del Teatro, están vacías. Por supuesto, esta estupidez, esta sordera, esta irresponsabilidad (uno es responsable de no darse cuenta de lo que debería hacer), está pagada con dinero público, como siempre.

Sin embargo, hay algo teatral en toda esta historia, la del Sahara. Algo cómico. Algo digno del esperpento: el gobierno marroquí está indignado con el PP, porque este defiende los derechos humanos en el Sahara. Eso sí que merece un ¡¡Toma ya!!. El PP y la defensa de los derechos humanos en el Sahara. Una comunión inaudita, esperpéntica.

Una pena, todo.
De repente me acuerdo de una foto de Kai Wiedenhöfer, dentro de su trabajo “the Wall”, en Palestina. Y allí están, el capitán, un capitán israelí, y Pedro Crespo, un Pedro Crespo palestino. Y sobrevolandolo todo, un rey o un Dios que no es igual para todos.

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