viernes, 11 de junio de 2010

REFLEXIONES. JAMEL GHOMARI. 11 de Junio 2010. Kappa Bar

A pesar del aspecto juvenil de Jamel, que siempre engaña, asistimos a la obra de un artista maduro; al fruto de una larga elaboración. Pero más aún, y es necesario que esto vaya por delante de todo lo que luego diré, de una larga y fructífera elaboración. “Reflexiones” es el cuerpo de un trabajo muy bien hecho. Hay detrás de cada una de las imágenes del montaje una maestría. Sólo hay un pequeño hecho que engaña, al principio: en el marco semiótico, el mensaje es de una enorme calidad, pero el contexto no: Kappa bar no está a la altura del trabajo de Jamel, altera el horizonte de expectativas, lo reduce, y contamina a un receptor que se permite llegar tarde, muy tarde, reír durante la proyección, comentar sobre la música…
Pero hagamos abstracción de esto, y vayamos a por las virtudes del montaje. Es un montaje de imágenes fotografiadas, de cuadros y de fotos, montadas consecutivamente en un video, con música. En primer lugar, lo ya comentado, cada una de las imágenes son de una enorme calidad, pero en grupo crean un espacio; un espacio que da lugar a significados que van más allá de los meramente estéticos. El tiempo, en conjunción con la música, el ritmo, la consecución de los grises, de las luces, del movimiento, crean un ente narrativo; creo que es ese el significado oculto de la doble significación del título, del juego de “Reflexiones”. En segundo lugar, Jamel encuentra el espacio idóneo para determinadas secuencias musicales. No creo que las imágenes sean capaces de sostener por sí solas el discurso, pero mucho menos creo que muchas de las composiciones de vanguardia puedan resistir por sí mismas la audición clásica (hemos caído muchas veces, maltratados por los programadores conservadores (creyéndose ellos mismos vanguardia, mira tú), en la audición insoportable de música contemporánea de la forma en que se escuchaba en el XIX: en el auditorio. ¡¡¡Horror!!!). Es ese el espacio soñado de alguna de las composiciones de Cage, de Feldman, y de un largo etc… Esa música, bien escogida por Jamel, añade, no resta. En otro orden de cosas, creo que la secuencia narrativa es, en lo visual, acertada. Quitando el último tramo: “L’Atelier”, y un final brusco. Sin embargo, hay una narración interna, no enfatizada, que parece ser construida por la consecución de imágenes, por la creación de espacios significantes, que, sin embargo, determinadas imágenes rompen. No es ningún secreto; apenas aparecen imágenes humanas. Son, si acaso, sombras, divergencias de estas, como si un ente supremo las observara desde otro tiempo, como si sólo fueran ecos, restos. Hay una cierta nostalgia en ese paisaje lunar, en esa propuesta deshumanizada. ¿Cómo sería el mundo sin nosotros? Un mundo de imágenes, de luces, de reflejos; una belleza en la que falta vida. Queda apenas un movimiento, esas sombras, que no son una esperanza, sino los ultimos vestigios de movimiento. Así lo confirma Cage. Después viene la fuerza de la luz, las esquinas duras, el cristal, las formas puntiagudas. El pinchazo de la nada. Hay en la música árabe una nostalgia, también, una pérdida. Se canta a la amada, una joven que ya no es, que ya no está. Se canta a una imagen. Es una construcción narrativa de este mundo desde la forma; la apuesta es más arriesgada de lo que parece. Y tiene fallas. No estoy seguro de que Jamel se atreva completamente con este discurso, no estoy seguro de que asuma las renuncias que esta implica (bajo mi punto de vista sobran los cuadros de mucho color, sobran las fotos movidas con personas), ni tampoco de que se atreva a llevar la línea hacia un destino; hacia una propuesta. Sin embargo, poder reflexionar sobre lo que falta nos demuestra dos virtudes: la primera; la reflexión que nos provoca, la segunda, la presencia de lo que hay. Vuelvo a casa cansado y feliz; agradecido.

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