martes, 1 de enero de 2013

La Vallecana San Silvestre despide los años con la alegría que necesitan las despedidas y la firmeza con la que debe ser construida esa alegría. En la cola de los treintaytantos mil corredores, Elena, Miguel, y yo nos disfrazamos con nuestras mejores galas y no dejamos de festejar que se va el 2012 mediante una actividad colectiva, y sin perder el rictus que te dan unas gafas verdes, una pajarita roja, una camisa de rayas de colores y un gorrito lapón, al grito de “Sanidad, pública”. La vallecana fue una de las pocas alegrías de Vallecas en los años más duros del “caballo”, y, habiéndose mercantilizado hoy al son de Nike, abandonado en parte su carácter “popular”, apela a sus raíces en el cántico social y en el disfraz que los ortodoxos llaman “piratas”. Recuerdo aún el año en el que, en Canillejas, Benítez tumbó a McLeod. No fue Benítez un héroe, claro, pero el grito de los atletas en la meta, aquel “popular, popular, popular”, dicho con verdadero enfado, me impresionaron, en aquel año 84. Ahora ya no se sueña con careras populares, ahora se sueña con recuperar algo que es de todos y para todos: el derecho a una sanidad y una educación gratuita y de calidad como único medio capaz de garantizar una cierta igualdad de oportunidades.
 Antes de medianoche, empiezo con los papis una última partida de “Pocha”. La interrumpimos cinco minutos antes de la medianoche, para escuchar patochadas a Imanol Arias y las doce campanadas. Después seguimos jugando como sin querer que el mundo dirija nuestros pasos, manteniendo una “nuestra” realidad continua, de la que quizá hable mañana.

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