lunes, 1 de noviembre de 2010

LAS LINTERNAS FLOTANTES


Aún no consciente de el lugar al que mis pasos me a-dentran, entro en la vasija (el cristal) que soy. Es vasija que es altar, es altar que es vasija, es vasija que me contiene, pero es vasija que soy. Luego quizá no esté dentro. Esa “centella de lo que solo existe/en la vasija que eres”. Por todos lados silencio, sin bordes. Los pies, desnudos, están cubiertos de agua. Y en ese agua sin riberas flotan estas “Linternas flotantes”. Por todos lados la nada, el silencio, el vacío. Y sin embargo la mugre por todos lados, el mal olor. Y la luz. Y la música.
Sólo si configuro este espacio sagrado de lectura que es el espacio del texto, puedo adentrarme en los significados poéticos de un texto sin duda maduro. Y una vez allí, como en vitrinas de aire, van desfilando en círculos, unos sobre otros, sin poder reconocer el espacio de cada cuál, todos y cada uno de los espacios del texto, lo sagrado y lo platónico, lo zoroástrico dicotómico y lo oriental temporal, lo musical, y Rilke, por todos lados Rilke.
Sé, sin embargo, que este espacio que cimbrea apenas existe, que es sólo una percepción instantánea de un desvanecerse. Y sé que al nombrarlo falto a su esencia, del mismo modo que sé que al intentar desentrañar “Las linternas flotantes” soy culpable. Falto al respeto de su centro. Porque en cualesquiera ordenamiento que realice, faltaré a lo esencial del texto. Faltaré a la noche en el día, tejidos o no, faltaré a lo mútiple en lo uno y a lo uno en lo múltiple, faltaré a la verdad. Seré, como dice Mercedes Roffé, sombra, espejo. “Porque hay verdad y hay sombras”. Al intentar dar con la puerta del texto, al intentar dar nombre, dar letra, hago el intento de “residir”, de “estar”, pero es que la búsqueda de Roffé, que es en esencia “la verdad”, “lo pleno”, no radica, según el texto, en esa residencia ni en esa estación, sino en una “suspensión”, que es, creo, y en eso el canto I presagia y el XVII se hace carne (en lo formal), un “diluirse”,
porque sentir es más que ver y más aún es fundirse.
Y ese fundirse no es carnal, ese fundirse es diluirse, desparecer en lo otro. Y es ese el envés espacial de la suspensión (temporal), me digo, en voz baja.
Por todos lados, en ese silencio original, en esa “nada”, en el “hiato”, hay esa “ausencia absoluta” que es

“la nada plena
la suspensión total
en el dorado seno de todo lo creado”

y en la que hay, sin embargo, el sonido de la orquesta, las trompetas y el eco, porque
“música es/la vida luminosa”. ¡¡En esa nada hay vida!!

En esa suspensión de la vasija que soy y en la que estoy y de la que a la vez me desprendo está


todo
eso
y nada
de eso…

porque en la vitrina de lo sagrado hay un “Ángel herido en su costado”, un Ángel que imita la iconografía cristiana, y en el que esa herida soy yo, esquirla. Pero ¿es compatible la imagen de Ángel herido, de azul en el azul, de cenizas sobre sus cenizas? No hay perfección, dice Roffé, “lo perfecto se excluye/caundo sale de sí/-su bien, su mancha/lo reintegra y lo niega”. Por eso ese Ángel es un Ángel original. No hay un Ángel caído. “Caída no hubo”, el mal ha nacido en el seno de la belleza, el jazmín primero que se pudre y el loto que exhibe su mugre, son principio y fin, partida y destino. Y esa belleza original que está también en la vitrina platónica, sin duda, alberga esta vez los contrarios en uno: “tejer la noche con el alba, el alba con el día”. Por eso en ese centro de la belleza reside también el mal. “Lo múltiple en lo uno”. Y en esa búsqueda esencial, que sin duda promueve Roffé, como residencia y estancia pasajera, como suspensión, alcanza el centro, ese “hiato”, esa “ausencia”, esa “nada” en la que “contra el mal morar en el seno del mal”, que es sin duda también el seno del bien. Desaparecen pues, las distancias (Canto III) y el Álgebra superior del Canto IV parece quedar como el único imitador de Dios. Cede aquí Mercedes Roffé a la idea de origen creado, de causalidad, y se muestra humana, repitiendo en el XVI esa debilidad con “de muy lejos venimos/de muy lejos” Ese eco que es música y vida luminosa para contradecir la pregunta de “¿camino hay?”, que conlleva también la pregunta ¿origen hay?, que ha parecido atajar con la negación de la serpiente, del jardín-Edén, de Pandora y de la Tierra prometida. Pero esa contradicción es parte del todo, no excluye ninguna verdad, porque del mismo modo que “en la semilla está el árbol”, podríamos decir que en la palabra está la negación, la contradicción. Todo en “por todos lados ausencia”. Todo en el “fango”. Ocurriendo en la vasija en la que intuyo esa suspensión, porque esa vasija es también linterna y es también luminosa, porque esa intuición de la suspensión es, según Roffé, el amor, y es esa intuición la que busca la sangre que fluye (el poema) en el estanque de lo humano. De repente dice el epílogo que “en el origen fue el Bien, y de él todas las cosas”, y mi vasija (mi cristal, el cristal todo) se hace pedazos.

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