sábado, 17 de abril de 2010

De qué hablo cuando hablo de amor. Raymond Carver

El título del libro de Murakami me trajo de nuevo a Carver, con la intención de saldar una cuenta antigua. Hace ya años que leí "De qué hablamos cuando hablamos de amor", y mi horizonte de expectativas, creado de la mitología personal de sus lectores fan (sobre todo de las hermanas Trinidad) y del cierto mito del propio Carver, tras su muerte, cayó hecho añicos. No encontré en aquellos relatos el hálito de vida que encontraba en Poe, en Tolstoi, en Hemingway, en Cortázar, en Borges, en Angel Santisteban, en Clarín... (con Chejov tengo todavía una deuda, quizá por propia ignorancia aún sigo sin poder ubicarlo en este Párnaso). Tras la lectura, hay algo que ha cambiado, pero necesito reflexionar en voz alta sobre el espacio que crea. Ese espacio "a punto de suceder", la inquietud de los posibles, no me permite orientarme. Es sólo literatura para inteligentes, me digo. Igual debo reconocer que no asumo el vértigo de lo real, que necesito las soluciones lineales de lo ficcional. Es evidente la continuidad que los relatos de Carver tienen con respecto a los mejores de Hemingway (Hills like White Elephants y The Killers se me vienen ahora a la cabeza), pero hay otro espacio, aún más crudo que en Hamingway, en Carver. El tema de la pareja es central, pero es absolutamente parcial, de una oscuridad casi caricaturesca. Es innegable la verosimilitud, pero me pregunto por qué llevarla tan lejos. Si hiciéramos un catálogo temático (subjetivo, claro) de todos los relatos que componen What We Talk About When We Talk About Love, y, aunque de entrada me horripila la idea, quedaría algo así como: abandono-abandono-infidelidad (y alcohol)-infidelidad (ilusiones perdidas)-nostalgia-infidelidad (incomunicación)-egoísmos-locura-cáncer (y envidia e inseguridad, no sé, aunque hay también amor)-idiotez, frialdad, muerte - infidelidad, soledad - infidelidad, violencia - homosexualidad - ruptura, y muerte - incomunicación, y amor, casi - rupturas, separaciones, soledades, lo por venir - ruptura, abandono.
Vale, me digo, no lo he conseguido, el intento es claramente inútil. Por eso me horrorizaba incluso antes de intentarlo. ¿Entonces? Hay pocos resquicios por los que el amor se pueda colar. El alcohol parece ocupar un espacio grande, la separación, la soledad de los personajes, también. Es una soledad familiar, de pareja, pero es también espacial, la valla entre Cliff y Sam, las cercas de Dummy, las ventanas desde las que los personajes lo observan todo, la oscuridad de la cocina en la que los cuatro personajes se quedan solos, una vez desaparecida la ginebra. Y está también la carretera, el paisaje, gigante, brutal, capaz de abandonar a sus habitantes, capaz de reducirlos de tamaño. Y esas casas abiertas, y los tejados, alejados la distancia eterna de una piedra que vuela en busca de nadie. Es un espacio sucio, en todos los sentidos, las connotaciones de esos espacios son siempre decadentes; el bingo, el aeropuerto, las casas, sobre todo las casas, el espacio en el que América del norte guarda y esconde sus miserias, el espacio en el que sus personajes se abandonan y son abandonados. Queda un mundo deshumanizado en el sentido filosófico, ideal, del término, humanizado en el sentido real. Empiezo a comprender a Carver. No soy partícipe de ese mundo ni me parece necesariamente más literario que cualquier otro, a pesar de que las tendencias americanizantes de las útimas décadas así los subrayen (vaya por delante mi desconocimiento de las tendencias actuales, si fuese posible conocerlas), desde luego en América latina y, poco a poco en España. Pero hay algo más, Carver hace más uso de la goma que del lápiz, como le gustaba decir a Rulfo. Y hay en eso una capacidad y una valentía narrativa. La que nos permite acceder a ese espacio ajeno. Y al propio, a ese palmo de espacio en el que nuestra imaginación decide y completa.

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