domingo, 18 de abril de 2010

EL VOLCÁN

Ha estallado el primer petardazo del volcán de Islandia. El segundo, en realidad, pero es en verdad para nosotros el primero, porque su eco, su nube, su ceniza, ha podido ir más allá de sí mismo, conmocionando Europa. En lo personal, ha estallado una semana antes de que voláramos hacia la misma Islandia, para acatar las menudencias del glaciar del Norte. Nos ha anulado el viaje, y probablemente su sustituto, el Inari, en Finlandia, ya que el espacio aereo finlandés es todo ceniza. Por otra parte, mi curso con Rolf Hoogland, que debía empezar el viernes, ha tenido que ser cancelado. Rolf no pudo volar desde Amsterdam. En el recital poético de ayer, Carlos no pudo estar, mi encuentro con Ernesto García, en torno a las exquisiteces gaélicas, se veía afectado por su encierro en el aeropuerto de Roma. Sin embargo, una linda serenidad lo ocupa todo. Más allá de nuestra rabieta primera, reflexionemos sobre cómo una simple erupción altera nuestros ritmos, nuestros mundos. Seamos germánicos y no mediterráneos, como le hubiera gustado decir a Ortega (uno de estos días hablaré de Ortega). ¿Suponíamos acaso que nosotros podíamos conducir el devenir del mundo y el nuestro propio? ¿no pensaríamos acaso, como infantes jugadores deidosos, que el orden, el horario que habíamos establecido, era una realidad que iba a ser cumplida? Nos hemos acostumbrado a modelar el acontecer según los criterios de esta "alocada locomotora de la historia", como le gustaba llamarla a Walter Benjamin. La naturaleza, en un simple gesto, ha sido capaz de burlarse de nosotros. Imagino las reacciones a las acometidas del volcán. Las pérdidas de aviones conllevarán pérdidas millonarias, negocios no cerrados, faltas en el trabajo, en definitiva, hechos absolutamente "necesarios". En lo personal, acepto los brotes de la lava con absoluta tranquilidad, con mucha más que al descubrir la privatización de la gestión de las licencias públicas (el último grito en la descuartización del país). En lo colectivo, el gesto es una llamada a reconsiderar los conceptos de "necesario" e "imprescindible". Lo que obligará a replantearse el ritmo y todo el entramado en el que delegamos nuestras preciadas vidas, inconscientes casi. La plasticidad neuronal hará que el olvido vuelva a imponer el ritmo a la locomotora, y así hasta una nueva erupción. Nos adaptaremos a los volcanes sólo si la continuidad se mantiene. No hagamos de la falta de ley nuestra nueva ley, no nos volteeemos como un rebote. Pero que el tiempo de la escritura, ese pequeño detén que permite al pensamiento ejercer y al hombre ser, realmente, sea nuestro verdadero tiempo. El de la vida. El de una vida humana. Más allá de las ideologías, hay volcanes que nos emiten la posibilidad, si no de hacernos nuestros, por lo menos de pensarnos nuestros.

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