jueves, 22 de abril de 2010

GEMA Y PAVEL en Madrid. 21 de Abril de 2010.

En cierto sentido, para aquellos que consideramos la música de Gema y Pavel no sólo en abstracto, sino deudora de sus inolvidables directos, ayer fue, en Madrid, un día histórico. Tres años después de aquel día de Junio de 2007 en que Gema se empezaba a despedir, y dos años después de su último concierto en Madrid, volvieron a cantar en nuestra capital. El carácter histórico, me digo, no derivaba sólo de la nostalgia de los amantes, ni de una vuelta tras la delgadez que deja lo injusto (¿Cómo cambia una voz después de una larga reclusión? ¿Cómo cambia la expresión de la voz, la expresión de una línea melódica repetida y repetida durante años?), sino de lo propiamente musical, de lo propiamente artístico.
Yvonne y yo nos mordíamos las uñas hasta los nudillos, antes de empezar; ese espacio sagrado del Madrid de los últimos 15 años; los conciertos de Gema y Pavel, las descargas de Gema y Pavel, al que nos habíamos acostumbrado y del que nos habíamos desacostumbrado, estaba a punto de ser, de nuevo. Y empezó a ser con una nueva serenidad, desde un "déjate llevar" quedito hasta la "locura". Hubo casi lágrimas en "Madrigal". Y digo casi por no atreverme a valorar, por mi mismo, cuando una lágrima es, y cuando deja de haber podido ser. Pero hubo, en esta noche de miércoles, algo nuevo. Y de eso sobre todo quisiera hablar. Porque nosotros, como los niños, tenemos querencia por las cosas que nos gustan, nos complacemos en escuchar, repetir y cantar, las letras que nos sabemos, nos complacemos en volver a escuchar el arreglo y la instrumentación conocida, y dejamos la admiración para ese breve espacio de la improvisación vocal en la que Gema es maestra y de la improvisación instrumental en la que Pavel es maestro. Pero, quizá con la perspectiva del tiempo, quizá por el nuevo contexto de Puerto Rico y Estados Unidos, quizá por la experiencia personal o por una madurez artística, ayer, menos fue más. Como le gustaba decir a Rulfo: "la herramienta es mucho más la goma que el lápiz". Pavel descargó la parte instrumental, la guitarra, hacia un aumento de los silencios, y la roció de una nueva y sutil polifonía, que convertía la independencia vocal anterior del dúo en un espacio abierto a terceras y cuartas voces. En lo instrumental, permitía el asomarse del contrapunto en donde antes reinaba la armonía. Inmediatamente, entonces, la aparición de ese nuevo espacio generaba una serenidad en la que las voces ganaban (a pulso, sosteniendo el reto) presencia, sin necesidad de aumentar la intensidad. Y, en eso, después de años y años de escucha, sentí el viejo hálito del dejarse sorprender. Es lo que distingue a los grandes artistas; que aún ganado un espacio maduro desde hace años, pueden seguir por las veredas del filo, por esa delgada línea en donde no parece haber ya más espacio, y, bajo los guijarros, sentir en la noche / con la mano el tenue / latido / de una luz.
Digo esto al contrario que Orfeo tras su mirada que a sí mismo mata. Después de ver la luz /quedarse ciego / para asomarse a tientas / a la vereda / en la que ya la primavera / luce sus rojos. Y oler de tanto verde /a nado / tocar la orilla.
Lo digo con la razón, subiéndome a la escalera del pensamiento, conteniendo la única manera de traducir lo intraducible, conteniendo de a ratos el gorgoteo de la poesía. Porque en aquella sala había tantas emociones juntas, tanto de amor se agrupa en mi costado, como casi hubiera dicho el pastor de Orihuela, que escuchar con los oídos y pensar con la cabeza fue cosa de locos. Los cuerdos nos dimos al corazón, que es lo nuestro.

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