martes, 18 de mayo de 2010

de Donosti al cielo

Corría el kilóemtro diez de carrera en la media maratón de San Sebastián, cuando uno de los corredores preguntó a Jorge: ¿Qué eres, latinoamericano?. No, no, le contestó Jorge, soy de Madrid. De Madrid al cielo, contestó el otro, de Madrid al cielo con un tiro en la nuca. No se libra uno de la ignorancia ni bregando en ese espacio familiar en el que se convierten las carreras populares. Una pena. Para mi, la carrera me demostró dos cosas: una, que bajar de uno veinte no va a ser tan sencillo, y dos, que hay mucho que aprender en cómo manejar la distancia. Esta vez, según lo planeado, me dejé llevar por la pasión, quería arriesgar y correr muy rápido la primera parte, confiado en que aguantaría la segunda. En el kilómetro 3 me di cuenta de que iba un poco rápido, pero aguanté el ritmo por lo menos hasta el ocho. Pasamos el kilómetro 5 en 18.20, a ritmo de 1:17. Los diez kilómetros en 37.20, todavía rápido. Y ahí apareció la entrega, durante dos o tres kilómetros vagué por la carrera, con más deseos de abandonar que de cualquier otra cosa. Cuando sobre el kilómetro 13 la liebre que marcaba el 1:20 me pasó, me sumé al grupo durante casi un kilómetro, hasta darme cuenta de que aquel tampoco era mi ritmo. Después, me vine arriba hasta el 18, intentando mantenerme en carrera, para poder apretar en el último kilómetro. Pero fue eterno. Me pasa, siempre, que no consigo vislumbrar si es falla física o falta de entrega, falta de lucha. En todo caso, convivo con una alegría inmensa cada vez que termino una media maratón, y esta vez disfruté, además, de animar a Tato, Amparo, y Alex, también vencedores de la distancia. Después, disfrutamos una chuleta de buey, en la buena compañía de la familia del primo de Tato, y de Donosti. Por la noche, en el cumple de Pendeva, cuando sonaban aquellas canciones macedonias, me di cuenta de que se podía ver el alma de un país a tavés de su música. Y aquella fraternidad y serenidad me hizo pensar en una nostalgia de hermandad que parecía abandonar el presente. Un presente en el que Garzón quedaba inhabilitado, para pena y vergüenza del país nuestro. Un lugar que, en contra de aquel, se niega el pasado.

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