martes, 11 de enero de 2011

ENCOUNTERS AT THE END OF THE WORLD. WERNER HERZOG




Hay algo en Werner Herzog que es para mi como un Big Bang; el momento en el que, en cada película documental, estalla el Horizonte de Expectativas, esa parte de la semiótica tan asociado al pensamiento único. Decimos “Antártida” y nuestro escaso cerebro, hecho para sobrevivir, ejecuta como un autómata paisajes idílicos de hielo, pingüinos graciosísimos que nos enternecen, y resuenan Scott, Admunsen, y Shackelton. Pero como digo, por suerte, todo eso estalla en pedazos. En la última frase de la película, una cita de Alan Watts dice: “Nuestros ojos son los ojos que utiliza el universo para contemplar su propia magnificencia, nuestros oídos, para escuchar su propia armonía”. En ella hay una asimilación que está en la base del pensamiento de Herzog, creo: “si somos los ojos del universo, estamos en él, somos a la vez lo uno y lo otro, no meros observadores, no sujeto, sino también objeto”. Y, desde allí, y hacia allí, va Herzog, directo. Se detiene en los campamentos; en la estación McMurdoch, sobre todo, para observar una especie animal de la naturaleza que le interesa especialmente: el hombre. ¿Cómo es el hombre que vive en la Antártida? No lo puede definir, pero encuentra una gran verdad; cada individuo es único, irrepetible. Esa especie, en la Antártida, posee una enorme pasión, ejerce su máxima libertad; sueña. Cree. Las condiciones de la Antártida; planteadas como límite, como extremo, permiten la aparición de un ser humano que cree en el individuo, pero que reconoce a la vez las limitaciones de la especie. Reconociendo los límites se observa a sí mismo como perecedero. Reconociendo sus límites aprende a situarse con respecto al mundo natural, del que en realidad forma parte. Justo lo contrario que en las ciudades, en las que el hombre, ajeno al medio natural, cree en la tecnología como medio de dominar el mundo. Y al situarse, aprende a respetar, e intenta comprender; a la naturaleza que le rodea, y a sí mismo. Todo, hasta lo más científico, deviene espiritual, deviene excepción. En cierta forma, Herzog toma un cierto partido en el debate antropológico entre lo biológico y lo cultural. El pingüino en pos de su propia muerte es una imagen estremecedora, abandonado a su locura como metáfora de nosotros mismos, que, en grupo, nos dirigimos de forma casi inapelable a nuestra propia extinción. Las formas que aparecen bajo el hielo también nos estremecen, no pingüinos y ballenas, sino medusas, crustáceos, estrellas de mar, arañas de hielo. Son formas y criaturas adaptadas al límite. Son la verdadera imagen de un desierto de hielo. Lo idílico se rompe, cae, desaparece. Los pingüinos no juguetean, enloquecen. Los paisajes se convierten en campamentos estridentes. La tarea de Scott, Admunsen y Shackelton, se convierte en absurdo, alcanzar un límite del que no se puede pasar para gloria propia y de un Imperio, cuando en el horizonte del tiempo, la especie se marcha, y va dejando altares de memoria para las especies que vengan después. Quedan allí, de momento, un grupo de anónimos creyentes en otra realidad; en la salvación de la lengua, del silencio, en la comprensión de los misterios del principio y de los misterios del final. Soñadores de sí mismos. La Antártida es eso; un espacio para comprender mejor en qué medida pertenecemos y cómo nos imbricamos con el medio natural, con el límite. Un laboratorio de humanos. La naturaleza al límite nos enseña sus poderes, hasta dónde puede llegar, hasta dónde queda por temerla, como a aquella ira de Dios, y cuántos misterios nos son todavía ajenos, para haber vivido tanto tiempo ya en la falacia del poder dominarla. Los deshielos de los grandes icebergs una vez llegados al Norte, los volcanes, las lluvias de neutrinos, son algunos de los potenciales peligros que pueden hacer que los humanos desparezcan de la faz de la tierra. Como si estudiara Dinosaurios, Herzog se da la oportunidad de estudiar humanos, aprovechando que todavía están en la tierra.
Cuando hace poco más de un mes visité las exposición de fotos de Wildlife de la BBC, reparé en una foto, una especie de oso hormiguero mirando una huella humana. Esa mirada es la de Herzog, la mirada sobre el hombre, sobre la relación del hombre con la naturaleza, sobre el hombre como parte de ella. Es la mirada de un hombre que piensa por sí mismo.
Sin ingenuidad. Sin languidez. Sin melodrama.

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