jueves, 5 de mayo de 2011

JAMES HILLMAN. EL PENSAMIENTO DEL CORAZÓN. Biblioteca de ensayo Siruela.


   Hace unos meses, en mi visita a la tumba de Tutankhamon, hubo una idea egipcia que me fascinó por encima de todas las otras: para los egipcios, el órgano del pensamiento siempre fue el corazón. Es verdad que los egipcios no conocieron a Miguel Servet ni al tecnología Doppler, pero este pensamiento es demasiado ingenuo. Desde el principio me ha parecido intuir un paradigma diferente más que falta de precisión. Es fácil, en principio, caer en facilidades del tipo emocional, justo ahora que esa "nostalgia de absoluto" de la que habla Steiner parece dejar vía libre a la proliferación de los comerciantes de las emociones. Pero no, me decía, no creo que se trate de ese tipo de interpretación. La fortuna (y el buen hacer de la librería "La central", nunca mejor nombrada) puso en mis manos este libro del profesor y psicólogo James Hillman: "El pensamiento del corazón".
  Su lectura, más allá del sentido, me fascinó. En la primera parte, "el pensamiento del corazón", prima la metáfora como método de búsqueda. Y sobre ella, y en cierta forma como isotopía formal, como coherencia, una idea: "¿Cómo es posible que la psicología haya dejado a la estética fuera de la propia psicología?" La idea es compleja y se refiere a un ideal de lo bello que no es sino reflexión de la vida interna de las cosas, y no sólo de las personas, como expresión del alma del mundo, idea que subraya en la segunda parte del libro: "Anima mundi; el retorno del alma al mundo". En ambas partes hay una tesis de unidad, holística; el hombre está imbricado en el mundo, no a la manera marxista u orteguiana, sino a la manera de la escuela florentina de Ficino. Y no es el hombre el único objeto de la psicología, ni sujeto del mundo, sino que el propio mundo, "el alma del mundo", es objeto de esta, y debe ser objeto de la observación del yo, como parte de sí mismo, sin ni siquiera compartir la dualidad antinómica de yo-otro. En Rilke, ese atisbo aparecía, de pasada. En nuestro mundo, en el que la epidemia del "yo" contamina al "nosotros" hasta el límite de la quiebra al tiempo que el mundo se desmorona con una vaga narrativa que se repite, unir belleza al alma de las cosas, y suponer un mundo enfermo, y unos hombres demasiado sensibles para este, me parece una idea tan fascinante como bella y necesaria.

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