lunes, 9 de mayo de 2011

SEVE, EL PUTT, Y LAS NEURONAS ESPEJO.

 Hace unos días, en el putt and pitch de Grajera tuve mi primera experiencia, por azar, con un deporte del que, en el país de las sequías con las que crecí, me horroriza el entorno político y social: el golf. Hice setenta y cinco salidas con un hierro 9, y, aunque entiendo que es difícil creerlo, alcancé cien metros. Nunca antes había siquiera intentado golpear una bola con un palito de esos. Pensaba que darle, sólo el hecho de tocar la pelota, era auténtica ciencia ficción. Pero no; se puede. Cansado de dar pelotazos, me fui al putt. Mi infancia estaba plagada de grandes gestas deportivas. Recuerdo la final del mundial 82, al Thomas Shoenlebe del 83, al Abascal del 84, la final de Roland Garros del 85 (3-6, 4-6, 7-5, 7-5, 6-4 para Lendl, contra el gran McEnroe), al Edwin Moses del 47:69 en Madrid ante danny Harris, recuerdo a Freddie Spencer y a Kenny Roberts, recuerdo a Niki Lauda y al Prost del 84, y recuerdo las tardes, lentas tardes de Greg Norman, Jack Nicklaus, Nick Faldo, Bernhard Langer, Ian Woosnan, y Severiano. Es curioso que mi primer putt se produjera una semana antes de que aquel muriera. Así son las cosas. Doblé las rodillas, observé la caída, y pateé. Hice unos diez hoyos, y estaba dispuesto a marcharme, cuando dije: “un momento, un último putt”. Estaba a diez metros del hoyo, una inmensidad. Pensé en Bernhard Langer, en aquella Ryder del 91, cuando estaba a metro y medio del 18, para que Europa ganara la Ryder. La pelota lamió el hoyo, y salió. Estados Unidos se llevó aquella Ryder. Me metí en la piel de Bernhrd y pateé. Manu, Samuel, y yo, seguimos la trayectoria, hasta que aquella bola, increíblemente, entró. Caí de espaldas. ¿Era un milagro? Después de la infancia, llené mi adolescencia de literatura, y en este comienzo real de la vida, los treinta, de neuroplasticidad, en donde ahora encuentro las respuestas. En este caso; la única posible: las neuronas espejo. Esas celulitas que, formando un 25% de las superficie cerebral, vibran con la observación, se funden con el entorno, realizan las secuencias de aquel. Mis modelos habían sido grandes pateadores.¡¡Incluso Bernhard Langer era un gran pateador!! Por eso, sólo por eso, mi sistema nervioso se fundió con aquellas imágenes, y aquella bola entró. Los modelos de mundo con los que vamos viviendo nos hacen sentirnos cada vez más torpes, más idiotas, más vacíos.  Hasta Seve se nos va. Quede para él mi putt y una honda emoción, como si hubiesemos perdido una parte casi mitológica del pasado, una parte de ese 25% que nos hace movernos como nos movemos…

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