martes, 18 de octubre de 2011

Luis García Berlanga, el "Patrimonio Nacional", y el futuro de hoy.


  Hay acontecimientos en este país inolvidables. Dentro de la idiosincracia nacional se pasan en general por alto (con dignísimas excepciones). Uno de esos acontecimientos se llama Luis García Berlanga, y va más allá de donde llega su propia guasa. La Filmoteca (impulsada como siempre por la muerte) acaba de proponer la nueva visión de toda la obra de este genio del cine, que si hubiera nacido americano compartiría sillón en el olimpo con los Welles, Ford, Dreyer, Renoir, etc… Como Valle Inclán y Cervantes, quedará para él un parrafillo en las historias escritas en inglés. Pero no es de eso (del egocentrismo cultural) de lo que quiero hablar aquí, sino de una interpretación de una película que la Filmoteca me dio la posibilidad de ver: “Patrimonio Nacional”. La película es del 81, y el guión fue escrito, con mucha probabilidad, entre el 78 y el 80, aunque es pura conjetura. La historia es simple: terminado el franquismo, el Marqués de Leguineche vuelve a España, a “su” Palacio de Linares, a intentar recuperar sus ancestrales privilegios. Se encuentra que todo ha cambiado: su mujer, pero también el funcionamiento de las cosas. El privilegio empieza a verse como algo nefasto. Sin ambargo, el marqués debe intentar algo, y acaba alquilando su imagen; la imagen de un tiempo pasado, como objeto de museo: el Marqués visitado en su propio Palacio. La metáfora es de una fineza que deja atónitos. ¿Está diciéndonos Berlanga que en esta Democracia que recién empieza son los privilegiados objetos de museo? Creo que sí, creo que ese era un sentir general. En aquellos años del setenta y cinco al ochenta y uno, si algo se debió vivir fue la ilusión, y en esa ilusión colectiva, ilusoria, luego se supo, no cabían los privilegiados sino como objetos museológicos de un tiempo acabado. Todo lo contrario que hoy. Desde hace tres años, los privilegios deben buscar nuevos formatos. La Banca busca nuevas formas de privilegio una vez acabados los fondos sin fondo. De un modo más sibilino y, por qué no decirlo, genocida, los van encontrando. Es un momento como el de entonces; de cambio, de reestructuración, de búsqueda de nuevas fórmulas. La diferencia entre esos dos tiempos es esencial: en estos, quitando los fogonazos del 15 M, no se percibe mucha ilusión, sino el rostro del diablo, encarnada en esa Mantis religiosa que copula y mata.

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