martes, 25 de octubre de 2011

STEPHEN SHORE


  Me acerco a la obra de este fotógrafo sin desconfianza. Su “Uncommon Places” me resulta un lugar común. Curiosamente. Ha pasado el tiempo; el color es ya un espacio para la fotografía artística, y Estados Unidos una realidad bien conocida. Los “lugares comunes” de Estados Unidos me repelen. Quiero decir, los colores azules rojos y blancos cayendo del cielo, las grandes torres, las líneas del horizonte, las grandes gaviotas, las animadoras de la NBA, la policía golpeando a negros y latinos, Hollywood, su absurda alfombra roja sobre la que camina lo más granado de la estulticia de este mundo. Me dan por culo las ruedas de prensa de los Comandantes del ejército norteamericano, el día de acción de gracias, los juicios televisados, las series de guapos y detectives, me dan por culo también los rascacielos de noche, el “crack” extendido y el ejército destrozando espacios en los que en otro tiempo hubo vida, familias enteras, niños que jugaban. Me dan por culo los agujeros que los americanos han dejado en la tierra, pero más aún los que han dejado en el seno de sociedades como la guatemalteca, nicaragüense, y en Vietnam o Irak, por no extenderme hasta el infinito. Ese es el Estados Unidos visible. Para Shore no hay duda de que existe otro Estados Unidos, pero es que ofende a la inteligencia pensar que el Estados Unidos de los lugares comunes puede ser percibido como un ente único, armonioso. Es fruto de la estupidez nuestra, de la falta de reflexión, de la asimilación de los cambios. El mundo se ha volteado desde los hombres y la literatura hacia las finanzas y la idiotez. Shore mostraba ya en el 82 (cuando Reagan masacraba con la “Contra” Nicaragua) bancos emergentes que se alzaban por encima de todas las cosas, dejando abajo no otra cosa que nuestro terreno disponible, la chabola plana, el espacio sometido. El consumo no permite no consumir, no permite mantener los tiempos propios, no permite detenerse, no permite no querer, no desear, no querer crecer, no querer enloquecer. Es una dictadura. Y esa dictadura deja en cada cruce, en cada rincón, la estampa del absurdo, la fealdad en el sentido griego, casi bajo un sentido ético. Eso es lo que recoge Shore, la imagen de un desierto tóxico (desde dondquiera que se mire) en el Paraíso. La visión de esas imágenes no me gusta. Se aleja de lo que consideramos estético. Hermanado con Shore desde el concepto y desde el sentimiento, prefiero imágenes de otro mundo. De un mundo en el que hay aún esperanza, en donde aún se baila y se juega.

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