Leo “el
Banquete” de Platón en busca de algunas ideas sobre el Amor que espero
encontrar más en el discurso de Aristófanes que en el de Agatón o del propio
Sócrates. Me sorprende Pausanias, con su “no hay Afrodita sin eros”, frase de
la que podría hablar horas, pero llego a la idea de Aristófanes (del
Aristófanes de Platón, claro) que busco: “Eros es el nombre para el deseo y
persecución de esa integridad” (que es “llegar a ser uno solo de dos”). Aunque
lo busco por otras razones, la formalización del texto en Platón responde
(casi) siempre a una construcción dual, en la que ese “uno doble” es filosófico
y es poético. Como en “Yerma”, donde Lorca es teatral y en momentos de una
dulzura poética que nos amaina. En ambos, en Platón y en Lorca, se produce el
mismo juego; es Eros, el amor, una excusa, para hablar, en el primero, de
virtud y de justicia, en el segundo, de ese enorme tema lorquiano que es el
honor. En Platón, según Aristófanes, eros es el deseo, en Lorca, Yerma desea un
hijo. ¿Es sólo una pulsión, o representa algo más? En la concepción patriarcal
del mundo, un hijo representa el cumplimiento de un deber, de un destino, de un
rol, de una femineidad fértil; es, en suma, el cumplimiento de la institución
social primera, el matrimonio. ¿Y qué espacio le queda al amor al eros, al
deseo de un ideal que es en suma un ideal de bien? Si Yerma es yerma por culpa
suya o de Juan, nos es indiferente, pero que Yerma mate a Juan no lo es. ¿Qué
representa, esa muerte, para Yerma? Juan es un opresor literal, un vector
inocente; un hombre, pero es, a la vez, la esperanza del cumplimiento de su
femineidad, la esperanza de dar a luz un hombre nuevo que es en realidad la
continuidad de uno viejo; un niño nacido en un espacio cerrado, la casa, donde
apenas palpita el aire (que es, en realidad, metáfora de libertad). Pero Juan
representa también un compromiso con todas las leyes sociales reinantes; es un
compromiso con el honor, con la sumisión, con el encierro. En ellas, Yerma desaparece.
No tiene voluntad, no tiene voz. Matando a Juan, mueren todas de golpe, las
leyes, las esperanzas, y el opresor inocente (víctima a su vez de una opresora
aún mayor; la pobreza). De repente, Yerma se ve sola, y libre. Aunque la
tragedia es doble, tanto para la víctima como para el verdugo, esta escena crea
todas las condiciones de posibilidad para el nacimiento de un hombre nuevo, de
un hombre-niño con voz. Y no sólo eso, crea las condiciones para el nacimiento
de una cosa llamada amor, que era, en Platón, ya dije, deseo de una integridad
que no es sólo entre hombre y mujer, sino que es una integridad social; de bien
y justicia. El cordel que mata a Juan es como el portazo de Nora; un principio. Es la verdadera fecundidad. De eso nada parece decir Platón.
Por la
tarde nos acercamos al María Guerrero a ver la representación de “Yerma”. Y
allí donde aparecen sutilezas textuales, deja el director vía libre a la
sobreinterpretación. Y allí donde aparecen símbolos y metáforas, se conforma el
director con un texto leído de forma literal, casi sin fondo. Me quedo con el
teatro de mi imaginación.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarY yo...yo también me quedo con mi Yerma vestida verde oliva. Me quedo también, con el pájaro de lumbre que deslizas en cada palabra. Gracias.
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