miércoles, 30 de junio de 2010

MÜNCHEN

Llego en Junio a la ciudad de Octubre. A destiempo. Con sólo tres o cuatro horas dormidas. Una noche pasada entre taxis que esquivan la huelga que cae como una bomba a Madrid, y que evita, casi, el amanecer. Con la maravillosa compañía de Pynchon y su Vineland en las salas de espera, y con esa planicie bávara que va amaneciendo cuando llego a Unterföhring, mucho antes de que lo hagan los alemanes. Quedo encantado con Paul Kubben, que será el profesor de mi primera parte del CRAFTA Kurs: Por fin entraré en los caminos de la articulación temporomandibular y sus relaciones. Es un holandés que habla alemán; y eso a lo largo del día, me pesará. Por primera vez me parece que el resto, los alemanes, en las conversaciones de terraza, se han aclarado la garganta. Y llego a un hotel de villa, lindo, para salir enseguida a correr, en busca de un río que me devuelva la vida. Y lo encuentro. ¡¡Lo encuentro!! Voy por la linde, por la senda, escondido entre y por la sombra de una apariencia. Por dentro y por fuera, en el bosque, fuera y dentro. Y como si la dirección no la guiara yo, sino la disposición de las hojas y las ramas, y las nutrias y las piedras, me voy balanceando en horizontal, como debe hacerse en el paraíso. Hace dos días, en Leatherhead, el zorro y yo nos quedamos frente a frente. Hoy es la vegetación, como una ola y como una manta y como una brisa y como la balleta de lo pesado; de todo aquello que ha aprendido a ceder bajo la gravedad. Liviano, me encuentro con 53 escaleras, que subo cinco veces corriendo, volando, saltando, ante la sonrisa del paseante. Pienso que sobre Madrid cae un sol de vértigo, y una huelga, y las cotidianas pequeñas tragedias. Y casi me siento culpable de tanto gozo.

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