jueves, 3 de junio de 2010

Richard Egarr

Había ya escrito en este Blog sobre Richard Egarr, en su última visita a Madrid. El director de la Ancient Academy of Music, que hace (exactamente) 4 años me celebró mi cumple en su casa de Amsterdam (lo digo lleno de orgullo, claro) aclaró para mi (y para siempre, puedo decir hoy sin temblor) el día 29 de Mayo los misterios de ese mundo anodino en que se me estaban convirtiendo (también para mi) las Cantatas de Bach. En la dirección se aclararon o se abrieron cual rosas de primavera los significados ocultos, los misterios de la música. ¿Cómo? Como si no fueran realmente misterios, como si una implacable sencillez lo ocupara todo. Y, como siempre, me explico: uno de los temas claves está en el texto, y otro, empezando por el final, son los corales. Más que cantados, estuvieron "dichos". Había que decir lo que allí se decía, no cantarlo, no embellecerlo, pero había que decir con el énfasis necesario en cada texto, con la respiración de las comas y los puntos. No había otro objetivo que decir lo que había que decir. De ahí surgía el tempo, la continuidad, la organización, la sencillez, y la belleza. Una belleza implícita. Es esa una de las claves, que no hay que adornar la música, que la belleza está allí. La otra clave de la dirección estuvo en el respeto al programa interno de cada Cantata. Había en cada una un Oratorio, un ejercicio de música programática; una historia, al fin. Que Richard no dejo enturbiar por silencos, por espacios, o por cualquier otro atisbo que rompiera la continuidad. Brillante. Casi una epifanía, algo tan simple. Pero hubo algo más. En el respeto al texto textual y musical hubo la equilibración de dos polos; el estricto respeto del tiempo, y el espacio de liberta para la diversión, para la libertad. El continuo fue la enorme basa de un Partenón musical, y ninguno de los continuistas se dejó llevar por los virtuosísmos. El clave estuvo sencillo, sin alardes. Pero eso dejó nuevos espacios a los violinistas y a los cantantes, seguros bajo el continuo firme y la escucha atenta. El verdadero sentido de la Cantata, revelado. Y arriba, los recitativos de Miguel Mediano enormes, el juego de Jordi Domenech con los oboes en su Aria de la BWV154, y un Genügsamkeit que Agnieszka Grzywacz convirtió en ofrenda y regalo. Salí de allí apaciguado y feliz, como nunca antes. Gracias, Richard.

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