lunes, 25 de octubre de 2010


Es esta sin duda una foto "robada"; una instantánea. Como en cada instantánea, cada personaje no tiene necesariamente que representar ese papel en la vida real, pero lo juega en mi foto, ejerce como tal, como actor, como portador de un discurso, de un mensaje abierto, pero en todo caso un mensaje. No es la primera vez que digo que la fotografía es, para mi, y por encima de todas las cosas, por el momento, una instantánea. En eso soy cartier-bressoniano hasta casi la médula (hasta la dura madre, digamos). La fotografía se debe al "instante decisivo", según el decir del francés. El contexto de esta foto es el siguiente: el lugar en el que sucede es un restaurante de un pueblo toledano; el restaurante Legazpi de la Puebla de Montalbán, en donde se tiene certeza de que nació Fernando de Rojas, el autor de la Celestina. Hay bullicio, es Domingo, el restaurante está lleno. Familias enteras, con niños pequeños o con adultos muy entrados en años. Es un ambiente rural. Los rostros son sorprendentes y en muchos casos buñuelescos. De repente la niña llora. Arrebatada, desconsolada, repetitiva. Con razón, seguro. O bien una razón convincente para nosotros o fruto de un capricho que lo es en realidad también para nosotros. La madre la abraza, la consuela, hastiada, cansada, casi incapaz de sí misma. Tras de nosotros, a nuestra espalda, está la tele. Parece que hay un programa-concurso o algo así, no consigo saber qué es, pero me basta volverme y una mirada para no seguir. Es algo vacío, sin duda. La niña sigue llorando. Veo entonces al padre, ausente, ajeno al llanto de la niña, ajeno al cansancio de la madre, absolutamente embebido en su mirada televisiva. Pero veo también que la niña, incapaz de detener su llanto, tampoco puede contener la mirada que la retiene a la tele. Ni el llanto puede con ellas. Las miradas se cruzan; el padre, ajeno a la niña, coincide con ella en un punto distante, en una televisión. La mirada de la madre se pierde, mirando a la cámara. Sólo sus brazos se mantienen con la niña. Y disparo la foto, consciente de cómo pasan los modelos familiares de padres a hijos, consciente del rol de cada uno y de un múltiple cansancio que no llega a concretarse, sino que queda como una intuición. Consciente del papel aglutinante y destructivo de la televisión. Todo, probablemente, más en la mirada que en la realidad, más en la foto que en el mundo. Lo digo con la boca chiquita, sin créerme del todo que está más en mi mirada que en el mundo. En todo caso, me gusta. Esta foto me gusta.

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