sábado, 8 de octubre de 2011

LAS BELLAS ARTES Y EL DESASTRE ECONÓMICO

  He empezado a estudiar Bellas Artes. Mi pirmera clase ha sido inolvidable; más que aprender algo de dibujo o de cualquier otra cosa, me ha enseñado el futuro. Como un profeta, la Universidad asume la temperaura de lo que será. Pero esta Universidad, la de hoy, en Madrid, la que finge Bolonia, aún más. Con enorme elegancia, una profesora de la que no daré el nombre nos dice "cuál es nuestra situación"; y es la siguiente: no tenemos profesor de Dibujo. La explicación es bien sencilla: la Complutense no tiene dinero, asume matrículas, recoge el precio de las matrículas, y no asume sus obligaciones; no contrata profesor. La consecuencia es que el 40% de los alumnos no tienen profesor de dibujo y que los profesores asumen (con buena voluntad) la docencia de los no contratados. ¿Puede una sociedad universitaria sostenerse en la buena voluntad? La respuesta es obvia: No. La buena voluntad termina donde empieza la necesidad, y, cuando el abuso se extienda, la buena voluntad se extinguirá como si nunca hubiera existido. Pero ¿qué nos enseña este hecho del futuro? Nos enseña una nueva cultura, en la que la responsabilidad personal suplirá las remuneraciones, en la que las gentes trabajarán de gratis por sus sueños, en las que las empresas y las instituciones públicas abusarán de los sueños de las personas para luego darles una patada cuando ya no les interesen, y una sociedad en la que se vaticina un bajón de la formación, una ambigüedad en la exigencia, y una generación criada en el devenir, a la que se le pedirá el autodictatismo, y que tendrá sus derechos en hacer lo que buenamente les venga en gana con sus habilidades, que serán en todo caso, si creemos en el ejercicio de la transmisión pedagógica (que, claro, eso es una discusión mayor) más bien escasas. Me voy a hartar de dibujar bodegones, pies, y estatuas. Lo voy a hacer con grafito, con carbón, con plumilla y con acuarela. Lo voy a hacer por vicio y por gusto y por pasión y por azar. Y lo voy a hacer junto a los que serán los artistas de los años veinte y treinta, gente a las que sus mentores abandonaron porque en ese tiempo, les contaron, no había pasta para la enseñanaza. Que luego nadie se avergüence de nuestros jóvenes.

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