miércoles, 16 de marzo de 2011

EL QÜENCO DE PEPA Y EL REY TOMATE

  Pocas veces un restaurante plantea una preguntas tan claras cuyas respuestas hacen tambalearse los cimientos de lo político, de lo económico, y de lo social. Es el caso del restaurante El Qüenco de Pepa, situado en pleno corazón de un barrio rancio. La carta huye de grandes elaboraciones, y apuesta por una obra maestra: el tomate. Un tomate enorme y sabroso hasta casi el llanto, cultivado “con aguas potables”, reza la carta. El resultado es conmovedor, con un simple acompañamiento de cebolleta. ¿Qué representa ese tomate? Representa huir de una economía en la que lo único que ha primado, desde hace años, ha sido la competitividad de los precios. El resultado, ese nuevo tomate que invade nuestras vidas, ha sido lo de menos. Hemos perdido al verdadero tomate a cambio de un tomatastro. Los economistas liberales, a los que se les sigue llenando la boca con palabras como competitividad, se han olvidado del fin último de la economía: el tomate. Un verdadero tomate. El que de verdad consigue esto, el que sabe, al que se honra degustando esta maravilla, es el agricultor. No el intermediario, ni el que aprieta al productor y al distribuidor. No, no, señores; el príncipe de esta historia, ninguneado hasta el insomnio, es el agricultor. La economía debe estar al servicio del tomate. Debe ser directa, como muchos movimientos cooperativistas en todo el mundo van demostrando. Son los únicos capaces de mantener vivos al agricultor y a su rey; el tomate. Por todos lados vemos, en El Qüenco de Pepa, estos grandes tomates, grandes espárragos, grandes cebolletas. Elegantes y dignos como ellos solos. Después vienen las croquetas, sin patrón, exquisitas, luego la tortillita de camarón y al atún de Almadraba, tal cuál, casi sin hacer, el atún rojo en sí mismo. Homenaje al atún tal cuál, rendir culto a su muerte. Sin elaboraciones, sin engaños. Y con él, soñar un mar limpio en el que ese atún pueda vivir con la libertad y la fuerza necesaria para dar estas maravillosas carnes. El vino, de castilla, un Vallegarcía del 2006, una joya. Y la tarta, ¡¡mi Dios!!, “nos la vendieron como la mejor tarta del mundo. Es una tarta protuguesa de chocolate. Y…lo es” Este “Qüenco” es un oasis, afortunadamente y desgraciadamente.

1 comentario:

  1. Hola compañero bloguero!

    Sin duda, totalmente de acuerdo! En el Qüenco de Pepa el producto es el protagonista de la mesa, el sabor, la calidad y la adecuada preparación. Yo aún recuerdo su arroz cremoso de foie y gurumelos -fantástico-.

    Un artículo con salero. Saludos tomateros.

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