miércoles, 9 de marzo de 2011

VALOR DE LEY. Los Coen.


  Nos sentamos en la butaca del disfrute, al sentarnos frente a “Valor de Ley”. Una narración con los principios de las de Welles, contada en primera persona por Mattie Ross. En la primera escena la descripción del personaje, negociando con el enterrador y  con el usurero, es directa, como una flecha. Va al núcleo mismo no sólo de Mattie Ross, sino de la esencia de lo que quieren los Coen. La vida es algo real, en primer lugar, y en segundo, es algo crudo, “rough”. La vida es, en el Western, no el empalago de la postmodernidad, sino una imagen reflejada del paleolítico; supervivencia. La otra cara no admite melodramas, fracasos, o tristezas crónicas. No. Al otro lado de la supervivencia está la muerte. Y no hay más. Lo conmovedor es que todo esto ocurra en el interior de una niña de catorce años en la que todavía podrían caber sensiblerías o sueños. Pero no, la muerte se salda con venganza; esa es la verdadera ley; una muerte merece otra muerte, lo quiera o no una justicia en entredicho que ha hecho del derecho la trampa para, casi, el “cohecho”. En nuestras sociedades civilizadas, no se condena la corrupción, ni la violencia de género, apenas el robo a manos llenas, y los tecnicismos han sustituido a lo justo. En el mundo de “Valor de Ley”, eso no existe. La ley es la ley, y no necesita un respaldo del derecho. La tematización está trazada en lo espacial con espacios abiertos, con bosques, y con cuevas. En lo temporal por la senda de la huida, y en lo puramente “inventio” con los materiales del género: matar o morir. A manos de los disparos, de las serpientes, del frío, o del cansancio.  La supervivencia marca, como una huella al rojo, pero ni en eso hay espacio para melancolías o sentimentalismos. Todo sigue. La cabeza bien alta y el paso firme. Esa es la vida. Esa es la ley.

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