miércoles, 16 de marzo de 2011

LOLA. Brillante Mendoza (filipinas)


 Lola (abuela) es un susurro al cine. Es la resonancia del dolor y de la justicia máxima, como una guía que se diluye en una realidad mayor; la de la lluvia. Como una cortina ante el mundo, nos queda una imagen punteada, apenas visible, que la imaginación o el hastío completa. A este lado queda la paciencia. En aquel, las realidades, las verdades, se van diluyendo, como si ya no de verdades se tratara, sino de, sabe Dios qué “pseudoalgos”. Así transcurre “Lola”, lírica de una supervivencia, homenaje a la sabiduría humana en un tiempo casi casi detenido. Una mirada tierna sobre los nadies, como los nombra Eduardo Galeano. Una metamorfosis de la moral, de los principios de lo soberanamente humano (si es que eso existe) en una acción práctica, en un sinsentido mucho más significante que el Derecho, una acción animal a la que están abocados los que viven al otro lado del telón de agua que cae en esa realidad filipina que es la de muchos otros en muchos lares; una acción “justa” en un mundo en el que las instituciones desaparecen y, como si nada, sólo se respira el susurro de la estricta vida; esa que consiste en comer y no ser comido. “La sutil etología de lo humano”, podríamos llamarlo. En una mirada apenas, en un susurro.

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