jueves, 15 de abril de 2010

SALOMÉ

Volví al Real el Martes, antes de que la medianoche nos hiciera celebrar de nuevo la Segunda República, que la enana Lucía, con sus seis años, nos recuerda cada año. Salomé. Sobre el texto de Wilde, que había leído ya hace cerca de diez años. De aquel texto recuerdo una cierta vaguedad hasta el momento en que Salomé y Herodes se miran, quizá hasta que ella le pide lo que quiere a cambio de la danza. En la Ópera fue igual, la orquesta sonaba demasiado fuerte, los cantantes cantaban sin, como me acaba de decir Rosalía Pareja que le dijo Baremboim a Perianes, el hueso de la aceituna, el centro del sonido. Todo hasta que ella le pide la cabeza del bautista. El texto sustenta en este momento a la Ópera, y lo que es más sorprendente, ¡¡sustenta también a los cantantes!! A partir de ese momento, superada la danza de los siete velos, de una cierta vulgaridad, para mi gusto, Herodes y Salomé toman el escenario, sus timbres se aclaran (más el de Herodes, mejor), sus voces se agrandan (no en el sentido lírico) y se equilibran con la orquesta, y empieza el preludio del drama, cuyo comienzo estalla con la presencia de la cabeza del Bautista y su encuentro con Salomé, que, como una ola, se acerca y se aleja de ella, en un acierto de dirección de actores y de actuación. Pero, me digo, me pregunto. ¿Qué busca Salomé en la cabeza del Bautista, qué busca Salomé en sus labios? La interpretación del fatum no me satisface, culpar a Salomé de los actos de Herodias me parece demasiado vacío, hacerla continuación de las "maldades" de aquella, también. ¿Es sólo un deseo? ¿Es sólo el capricho de una mujer que no soporta que la nieguen, que la rechacen? No, me digo, no puede ser. Debe haber algo más. Hay en la gravedad de la voz de Jochannan un algo, algo en la voz, algo en lo que esa voz dice. Dos enormes tesoros. El de la palabra y el del vehículo de la palabra. ¿Es eso ante lo que Salomé sucumbe? ¿Confunde, como los médicos, la voz con la lenguaa, con los labios, con la laringe? ¿Se equivoca al quitarle la vida, al faltar a la verdadera fuerza generadora de voz, de palabra? Sin duda sí, y sin duda no. Pierde el objeto de su deseo a la vez que constata que la voz sigue latente, que la dirección de las palabras del Bautista son ya independientes de él. Jochannan ha nombrado a Dios, al hijo de Dios, al Mesías. Quizá al nombrarlo lo alumbra. Y este advenimiento es ya un hecho. Ni siquiera Salomé lo perturba. ¿Pero no, es, en realidad, el nombre de Dios lo que busca Salomé? Dios está en las palabras de Juan, en su boca. ¿Es la boca que nombra o el Dios nombrado lo que la enloquece? ¿Encuentra en el sabor amargo de la sangre del muerto el hálito de Dios? Es probable, me digo, pero Dios es sibilino, nos hace suponer que la búsqueda destina hallazgos, cuando es esta la verdadera respuesta. En la voz de Juan cabe el Dios nombrado y el Dios que nombra, a través de Juan. Es él mismo el anunciado y el anunciante. Eso lo comprende bien Salomé, lo siente, lo desea. Desea a Dios, como todo mortal. Y es ese deseo de la voz, y la voz misma, viva, querida Salomé, la verdadera cara de Dios. En la tragedia por la muerte de Jochannan y en la tragedia de la perdición de tus actos, de tu equivocación, lo comprendes de golpe. No es tarde, es sólo que el contacto con la verdad araña, rasca, y duele, querida Salomé. Mientras ajena a ti la voz camina firme por la afueras de la Aelia Capitolina.

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