domingo, 18 de abril de 2010

PERFOURMAS. Librería La Fugitiva, Calle Santa Isabel, 7.

PERFOURMAS. Allí están; Oscar Curieses, Nacho Miranda y Chús Arellano. Sentados frente al público, arremolinado entre los escaparates, sin orden. Miran de frente, en silencio. Establecen la confrontación entre lector-poeta y público. Miran manteniendo el silencio, seguros. Y luego hablan, presentan su alegría de estar allí, su agradecimiento, y presentan también a Carlos, a Carlos Fdez López, al que el volcán dejó en Londres. Pero que estará también, a través de Skype.
Empieza Oscar. Quiere presentar cuatro poemas de "Dentro". Se levanta y le da el libro a una chica del público, diciendola "entra". Ella se sienta, y lee. Cuando termina, se levanta y ella hace lo mismo con otro. Después se lo piden a Sandra, después a otro... Siento en esta forma una ruptura de la mirada inicial, de la ruptura entre el poeta y el público, de la ruptura de una cierta posesión del texto, de la voz. Como si dijera: "Toma, te entrego el texto, el texto vino de mi, pero esa voz es de todos, ahora es tuya, puede ser dicha por todos, una vez creada ya no me pertenece" ¿Y por qué dice: "entra" y no cualquier otra cosa? Parece provenir del propio libro, cuyo título es "Dentro". Para formar parte de él debes "entrar", entrar dentro (este sonido me llama a la poesía, como heraldos negros). La voz se prolonga más allá del libro, entonces, puedes entrar y salir, formar parte de una especie de burbuja de voz. Debes traspasar la línea, situarte en la línea frontal, frente al público. Hasta dónde puede llegar esta idea se me escapa, pero intuyo una verdad mayor. Después, de su otro libro, aforismos sobre la pintura, lo entrega en rollitos de bacon, rodeando al bacon. Desenrollas el papel, y antes del Bacon (descaradamente con mayúsculas) está el texto. Han sido entregados por toda la sala. La voz viene desde cualquier lado, todos leen los textos. Son aforismos sin orden, un caleidoscopio de la pintura. Se ha roto, de nuevo, la línea de la voz. Pero también el formato. El poema, lo poético, incluso, puede venir de nuestros espacios más cotidianos, y no debemos asustarnos en devolverlos a ellos. Hay una democratización de la voz en la mirada performática de Oscar (quiero pensar que es algo no privativo de él, sino resultante de la interacción de los cuatro) y está también la rabieta vieja contra el poema libro, contra la institución, y todos los espacios que implica; un mundo de connotaciones rígidas, sobre todo decimonónicas, que la institución y nosotros arrastramos como una pulka idiota, connotaciones sobre el poema, sobre el poeta, sobre el libro. Entonces entra Nacho, que ya se ha colocado en un espacio especular al de la "línea primera de dicción", donde aquel silencio primero, la confrontación con el público o el homenaje al silencio. Desde allí rotura Nacho el tiempo, no tanto el espacio derridariano sino el tiempo. Establece los ritmos propios de sus textos, en varios planos; no sólo en el sentido musical, en el que la repetición de palabras o sonidos van creando un cierto Melos y un cierto espacio rítmico, sino también con los significados derivados de conexiones significantes repetidas y conexiones nuevas. Hay un ritmo semántico. O no hay, se crea, desde la escucha, casi sin tiempo. Es importante decir "sin tiempo".Porque es un espacio de relaciones y no una significación concreta. Son significados que apenas pueden llegar al logos. El camino iniciado por Mallamé y seguido por tantos otros, puesto en escena, reduciendo el ritmo, haciendo de ese espacio semántico algo único, presente, impidiendo, en esta performación (que no excluye la de la lectura) la creación del espacio semántico reflexivo, lento. Va de blanco, y sobre él se proyectan imagenes, grafismos, imágenes del muro, las llamaría. ¿Pero qué me dicen? ¿Qué cambia la proyección? No podría decir mucho. Pero si me lo imagino sin la proyección, hay un pulso que falta; falta un empuje, un vértigo que apoya los textos. En lo visual me inquieta. Entonces sale Chus y rompe el espacio en círculos, deshojando el alfabeto. Es una tercera forma de romper el espacio. Después lo recompone a medias, con la participación del público. Son de nuevo los fonemas dichos al son de sus saltos de izquierda a derecha, no sólo el fonema entre corchetes sino su repetición, su ritmo, su longitud. Su actualización. Y para eso se necesita una voz común, la de todos. El espacio del lenguaje debe ser un espacio ampliado, común, público casi. Y lo es. Dice entonces sus ingeniosos textos en los que reflexiona sobre las leyes contradictorias del lenguaje, sobre su ser. Y entonces se oye a Carlos, diciendo, atrapado por una nube de ceniza, los textos germinados en "Vitral". Decir algo sobre ellos es aventurarse al fango. Llenarse las manos de leche/intentando tocar su centro. Después se proyecta, sin solución de continuidad (como deben ser las cosas bien hechas), la instalación de los dibujos de Héctor con los textos de Carlos, que añaden a la imagen la sugerencia de la sombra. Por exigencias de la naturaleza, la voz de Carlos ha venido por Skype. Por exigencias de la naturaleza el espacio se amplia; estar sin estar. Decirse, como Petrarca, no desde otro tiempo sino desde otro espacio. La descentralización del centro. Terminan Chus, Oscar y Nacho en triángulo. Una nueva configuración del espacio, entre el público y fuera de él, diciendo en común. Es la reclamada forma de la poesía; la del espacio común. En la que el poeta, aterrado de Yoes, acepta por fin que su voz no es sólo suya.

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