martes, 20 de julio de 2010

TARTUFO. Almagro, 19 de Julio de 2010.

Me pregunto qué representa Tartufo, después de la representación de ayer, en la antigua Universidad renacentista de Almagro, en donde una compañía húngara bordó el texto de Molière. Estoy tentado a compararlo con los modelos dobles de Baudelaire (du ciel ou de l’énfer, qu’import) o con la “femme fatale” del cine negro; las Gildas. Sin embargo, en ellas, el doble está imbricado, es inseparable. En Tartufo, es el mal el que lo ocupa todo. La apariencia es creada, es una construcción en función de aquel, y no un envés. Lo que hace a la tragedia cómica es precisamente eso: que esa construcción es, para casi todos, evidente. ¿Cómo puede no ser visto por los demás, esa apariencia estúpida y santificada, que es más caricatura que otra cosa? Es difícil, desde el punto de vista del espectador, al que se le dan los secretos y dualidades ya resueltos, desenmascarados de entrada, entender la ceguera de Orgon. Desde esa perspectiva múltiple, Tartufo es un mal comediante, un absurdo. Pero para Orgon, Tartufo no es un impostor, Tartufo es un elegido, un ecce homo, un mesías. ¿Es Tartufo entonces un arquetipo, o representa simplemente la imitación de una imagen que está en Orgon, y que él simplemente llena, ocupa? La tragedia a la que lleva esa imagen, que es capaz de movilizar todas las virtudes y defectos de Orgon, es más una derrota propia que una victoria ajena, y nos muestra nuestra forma de percepción. Tendemos a rellenar las imágenes que buscamos, más que observar las que verdaderamente suceden. ¿Adónde nos llevan los ideales? ¿Cuál es la diferencia entre las realidad y la apariencia? ¿Hasta donde llega la fuerza de una creencia, para ser capaz de negar lo evidente, y no sólo lo evidente, sino la visión de los otros? Orgon es, en potencia, un dictador moderno, un iluminado, alguien capaz de arrastrar a los hombres a la muerte. Los demás son sólo contrapunto. Su hija, el contrapunto del amor, su hijo de la virtud. Su madre sufre de sus misma ceguera, canalizada a través de su amor filial. Tartufo es, sin embargo, un buscavidas. Aunque venza, se mueve siempre por un hilo más cercano a la derrota. Es en Tartufo donde hay más fé, en todo caso. Cree en su victoria final. Y acierta. Orgon acaba viéndolo, descubriéndolo. Pero necesita para ello los ojos, no el alma. La escena final, la trampa que la mujer de Orgon crea para que este vea, al fin, y en la que Tartufo penetra a la mujer de Orgon, es en toda su extensión la expresión del enfásis. Es, de nuevo, caricatura. Algo por lo que tienen que pasar todos, para ser, por fin, idiotas como humanos. Libres.

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