sábado, 25 de febrero de 2012

LA FORJA DE VULCANO

 Hoy fue un día de desandar lo andado; una vez abandonada la forja, quedaba entre sus sombras la Gradina hecha a martillazos sobre el naranja del metal ardiente. Volví a escarbar entre sus rincones hasta encontrarla en el suelo, abandonada tras ser cercenada. Después, una vez en Moncloa, volví al Museo del Traje para ver las obras de Sonia Kabello. Llgué cuando las puertas estaban cerradas. Apenas me dió tiempo a soñar las obras y saludarla a ella. Todo había empezado así, muy de mañana, con la multa por el olvidado coche en carga y descarga, y la prisa y el salir sin llaves. Todo circular, como la Forja de Vulcano. Hoy, en la Facultad, le dedicamos la tarde a hacernos nuestro propio cincel, nuestro propio puntero, nuestra gradina. Golpes y golpes sobre el hierro candente para dar forma. Reciclar desde acero abandonado, y construir, hacer uno mismo. Helios fue el que chivó a Hefesto que Venus se veía con Marte. Les preparó la fina malla y los encerró y dejó colgando, mostrando a los olímpicos el adulterio. Marte es la guerra. Es aparente pero es la guerra. Hefesto es el oficio, el trabajo, la fabricación de las cosas. Venus es la belleza. El encuentro de Marte y de Venus me recuerda al encuentro de los tecnócratas gobernantes con el aparente brillo del oro; con el poder. Abajo, apartado, confiado y silencioso, Hefesto trabaja. El final de la historia es digna para él y humillante para los otros, pero sería demasiado soñador esperar algo así para nuestro porvenir. No creo que esta Reforma laboral conduzca a la victoria del trabajo. No desde luego a partir de ella, pero tampoco como resultado a la reacción que provoque. De lo que no me cabe la menor duda, viendo cómo nos aproximamos a la Edad Media, es que este mundo que nos ha convertido en piezas de un engranaje que nos hace dependientes e incapaces, desaparecerá. Y que en el nuevo, sólo sobrevivirán los que puedan plantar sus tomates, criar sus gallinas, y a fuerza de golpes, hacer su propio puntero, su propio cincel, y su gradina, para darle forma al mundo que le rodea. Desandar lo andado. Volver, cíclicamente, como ya anunciaba Nietzsche. Cerrar el círculo del día pensando círculos, orgulloso de ir aprendiendo a nadar en la desesperanza de lo venidero.

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