jueves, 9 de febrero de 2012

Sergio Larraín, adiós.

Ha muerto Sergio Larraín.  Me enteré de la noticia cuando venía meditando sobre los milagros del esfuerzo. Tengo suerte, me decía a mi mismo, de tener una tendencia natural al esfuerzo (creo imaginar detrás de aquel una caja envuelta para regalo). Hoy, después de más de seis horas de esquí alpino tras el agotador día de ayer, volví a Beret para aprovecharme del sol y de la huella luminosa del circuito de esquí de fondo. Tener un circuito de esquí de fondo para uno solo en la hora del atardecer, rodeado de un valle de montañas nevadas, es ya un regalo. La luz de esa hora, con el cielo despejado, colándose por entre la nieve, otro. Ni el frío, ni los dedos de los pies semicongelados podían con eso. Di casi dos vueltas al circuito grande, unos doce kilómetros, imagino, a diez bajo cero. Volví al coche buscando calor, y encontré imágenes. Esa de la serie que no quiere empezar del todo; un coche solo en un aparcamiento siberiano. Y después, bajando hacia Tredós, el cielo gris y enrojecido mezclándose con los hielos de la luna; qué regalo. Una más para la serie de "fotografiar la pintura". Y más aún, esa cordillera lateral de la carretera, en la que descubrí lo que es un fotógrafo. Había muy poca luz y sólo tenía a mano una cámara semiautomática. Una Canon que no es "mi cámara". Intenté la foto y no salía. Una y otra vez, pero no. Tenía las manos casi congeladas por segunda vez en quince minutos, tras las fotos del aparcamiento. "Un tripode, necesito un trípode", me decía. Pero nada más lejos de la realidad. No tenía trípode. Aún así no me rendí, cogí la caja de las botas de esquí de fondo y la puse sobre la carretera. Apoyé la cámara y disparé, con los dedos casi congelados. La foto salió. Soy un fotógrafo, me digo. Por cosas como esas, no por fotos como esas. Detesto el riesgo excesivo en la fotografía y en casi todas las cosas, como bien sabe Stephanie Kitten, con la que hice un capítulo sobre "fotografía y riesgo" colgado de un cortado de una de las sierras del sur. El esfuerzo y el milagro. Y diciéndome esto leo que ha muerto Sergio Larraín, el hombre. No el que levantó las pasiones de Cartier o el que le trajo la foto de Russo, después de encontrarlo en Sicilia entre matones. Sino el hombre. No el que fotografió la miseria chilena, sino el hombre. No el maestro de los encuadres ni el genio de los pájaros, sino el hombre. No el que hizo la foto que imaginaríamos una y otra vez leyendo y releyendo las babas del diablo. Sino el hombre. Por cosas como las de Sergio Larraín, y no por fotos como aquellas, fue, y es, Sergio Larraín, aún, ya estando sin estar, fotógrafo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario