domingo, 5 de febrero de 2012

NADAL-DJOKOVIC y la Guerra de los Balcanes

El Domingo pasado, día 29 de Enero, Nadal y Djokovic se agarraron a la victoria con pelotazos de superviviente. Batearon al enemigo y odiaron perder y perderse, agitaron sus infiernos interiores y repartieron, ambos, con precisión, balazos de fuego. Soñaron ambos un paraíso y se apostaron los dos en un guión con dos monarcas. Homenajearon golpe a golpe a dos criaturas ninguneadas: el esfuerzo, y la épica. Dicen que la epopeya cayó en desuso después del XVIII. Sin embargo, fueron ambos también, de lejos, grandes héroes. Los que adoramos la gesta histórica del tipo de Jim Thorpe, Dorando Pietri, Abebe Bikila, Carlos Lopes, Steve Ovett en el 84, a Paavo Nurmi y a Zatopek, a los Lendl y McEnroe del Garros del 85, y a un infinito de gestas no siempre victoriosas, nos pareció que si hubo algo grande en el partido de Australia fue que ambos convirtieron a la victoria, soñándola, en algo secundario. Dicen, cuentan, que Djokovic ganó el combate, pero en su celebración perdió el honor. Djokovic, serbio, pertenece a una nación en el nombre de la cuál se cometieron algunas de las peores atrocidades de los últimos veinte años. Serbia, de manos de Milosevic, representó en los noventa la fuerza bruta, el poder de la brutalidad, y gestionó con impeorable actividad la limpieza étnica de los albaneses. Hoy, Kosovo divide más que suma, y en ese misterioso desaparecer y diluirse de las responsabilidades que nadie asume, los sufrientes están ahora en todos lados; a uno y a otro lado del puente de Mitrovica. En la memoria kosovar, y en el presente de los serbios desplazados. El grito de Djokovic apela a todas esas fuerzas, nos recuerda al grito de guerra serbio, humilla la memoria de los muertos, y enaltece una actitud que podría confundirse con una actitud nacional. Es, por tanto, a mi entender, una celebración que va más allá de lo moralmente aceptable. Sé que hay mucha gente que piensa que el deporte no pertenece a este mundo, que nada tiene que ver con la Polis. Pero cada una de las actividades humanas suman y restan valores al mundo. Ulises, Ayax, y Aquiles, participaban de los Juegos en el mismo grado que participaban de la ciudad política. Eran ciudadanos en el verdadero significado del término. El furor es un desastre para el mundo. La alegría lo ilumina. Uno apela a la violencia, el otro a emociones de concordia. El furor y la violencia del poderoso, del victorioso, desde Sargón II hasta el último ejército de Estados Unidos, pasando por todos los rincones del mundo, constituyen un germen de lo que luego será ya un nuevo "demasiado tarde. Léase a Isaiah Berlin de nuevo. Nadal y Djokovic vehiculan y propagan las virtudes y los vicios de nuestra sociedad de un modo mucho más influyente que los manuales de moral, que los educadores, o que nuestros políticos. Son los modelos inconscientes de nuestros mundos. Djokovic quedó por debajo de la victoria en Australia. Nadal estuvo muy por encima, al punto de darme cuenta de cómo, al entornar los ojos, es el trofeo el que le sueña a él, no él al trofeo.

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