sábado, 12 de febrero de 2011

EL SEÑOR COGITO. Compañía Chorea (Polonia) Teatro Pradillo. 11 de Febrero.

 A veces, cuando uno trata de evaluar y valorar los logros de las obras de arte (sean del tipo que sean) debe situarse siempre en el espacio del logos. La pasión individual, el gusto propio, la alegría o la emoción que nos provoca una obra, o el súbito y sereno contacto con lo sublime (o sea, en realidad, todo aquello que nos hace volver a las formas artísticas, del modo que sea), forman parte del sujeto, no del objeto. Sin embargo, cualquier experiencia estética es una relación entre esas dos partes,;entre un sujeto (o una multitud de ellos ) y un objeto (o una multitud de ellos). Normalmente, las reseñas o análisis, o los estudios académicos, por muy rigurosos que sean, nos dejan, en general, fríos. En mi blog, hace ya tiempo que experimento la imposibilidad de acceder a la transmisión de las obras en el momento en que dejo al sujeto aparte. Y no es lo inefable, pienso, sino lo indecible, si es que entre ambos puede haber diferencia. Hoy, al plantear esta maravillosa obra de teatro,  vivo esa separación como ningún otro día. La sensación constante de estar asistiendo a una verdadera obra de Arte no se corresponde con las palabras que encuentro. Por tanto, lo diré de entrada: apasionante, sublime, profunda, repleta de imponderables, erótica, divertida, y, sobre todas las cosas, bien hecha.
  La obra plantea un juego y lo formaliza con juegos (exactamente con 16 juegos): llevar a escena algunos poemas de Herbert Zwiegniew (¿??). Los textos no son “figurativos”, son “abiertos” (surrealistas, les dicen). La puesta en escena plantea el círculo, la huida, el erotismo, el juego entre alma y cuerpo, la relación entre dioses y hombres, la injusticia, el sonido, el ritmo, el amor, la virtud, la pasión, lo individual, lo propio, la fé, la muerte, lo colectivo… y lo plantea en los términos del poema, con planteamientos formales, de igual modo que el texto, sin preguntas ni respuestas susceptibles de una análisis logocéntrico. A saber, los medios son: la música (el trío es fantástico, los que cantan, también), la puesta en escena (luces, distribución del espacio, decorados, vestuario, juegos de cantidad de actores, movimientos en escana), la danza (muchos de los movimientos en escena eran difíciles de separar de la danza), la voz (roturación del tiempo, espacio sonoro, ritmo, música) y el lenguaje (en vertiente significado (más simbólico que otra cosa), o en vertiente significante, simplemente roturando el aire), el símbolo (muchos de los elementos utilizados provienen de espacios simbólicos de lo surreal) y el cuerpo (medio de expresión por sí mismo; actio). La pregunta que planea es una pregunta que planea por toda la modernidad: el significante estético no tiene porque ser un significante “racional”; los medios y materiales de cada modo de expresión son propios, y no necesariamente menores que los de la razón.
En la dirección, hay algo del teatro tradicional que la escena contemporánea olvida con frecuencia, o en lo cuál fracasa: el “timing”. Esta compañía, Chorea, y esta dirección, plantea un “timing” estricto al que la respiración se adecúa sin problema.
 En este festival de Escena contemporánea he tenido la suerte de asistir a cinco obras. Sin duda, para mi, la más profesional, la más entera, la que explota más todas las posibilidades del Teatro, y la que lanza su voz más lejos, es esta, sin duda. Al apagar las luces, mi garganta, ajena a mi, no pudo reprimir un ¡¡Bravo!!, merecidísimo.

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