sábado, 9 de enero de 2010

LA FIESTA


En estos tiempos de crisis, no puede haber fiesta más justificada que la de inuguración de una casa. Cecile había convertido el antiguo solar de servicio de la finca de la calle Santa María en una pequeña maravilla. Hacía un año que había comprado la casa, pasando a engrosar la lista de los pocos que lo conseguían, aunque sin salvar a la empresa inmobiliaria. Había dado con uno de los grandes reformadores del mundo; Juan Parrilla, que había hecho un trabajo finísimo. Aunque no con ello consiguió salvar a la industría de la reforma. Reformaba la casa y daba trabajo al trabajador del ladrillo. Y antes de que los pintores hicieran su Agosto (Agosto es ahora cualquier afortunado fin de semana del año en el que uno consigue ingresar algo), que tampoco les salvaba, invitó a sus amigos y a los míos, sacó las aceitunas, los canapés, las cremas, las botellas de vino y un whisky buenísimo, y en grupos de a tres se habló de todo. Como en los viejos tiempos. Una fiesta romántica, un último eslabón de un mundo que desparece, en el que ya no se compran casa, sino que (algunos) celebran desahucios. Y todo, justo el día que Nadal le endosaba un "rosco" a Davydenko en la final de Doha, para luego desperdiciar dos bolas de partido y acabar perdiendo. Eso sí, con su mejor tenis.

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