lunes, 11 de enero de 2010

LA OTRA CARA DE LA NEVADA


Madrid amaneció blanco como la mayoría de nuestras memorias no recordaban la capital. Una nieve dura convertía el Paseo de coches del Retiro en un parque nórdico. Los colegios, aunque abiertos, no daban clases. Los coches circulaban despacio; los niños (y los padres) sacaban sus cámaras y ajustaban sus bolas de nieve, se subían al único pedestal sin estatua del Paseo de las estatuas, o hacían su particular muñeco de nieve. La diosa Cíbele estaba custodiada por dos guardias y no se la podía visitar de cerca (al otro lado estaba la televisión, era todo cuestión de apariencia). Desde Barquillo, subiendo por la calle de las Infantas, un mendigo se mantenía sentado, recogido sobre sí mismo, en el portal de una agencia de viajes. Yo tenía los pies helados. ¿Necesita algo?, pregunté. Alargó la mano. ¿Tiene frío? No, contestó, voy bien abrigado. Le di algo y le pregunté si le podía hacer una foto. No, no, que no estoy bien arreglado, contestó. No se precoupe, yo le hago la foto así. ¿Pero cuesta algo?, me preguntó. No, no, no se precoupe. Hice la foto. Salió movida. Y por primera vez encontré que era mejor que esa foto estuviera movida, que ese espacio se hubiera desplazado, que la nitidez hubiera desparecido.

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